Diario de un alcalaíno
Día 13, Santa Lucía
La
víspera de Santa Lucía se celebra en Alcalá la tradicional hoguera, que
la ‘Asociación de Hijos y Amigos de Alcalá ha recuperado’. Yo viví
muchas de aquellas hermosas chascas frente a la ermita de Santa Lucía y
al pie de la torre de San Justo en los años sesenta y setenta, cuando la
lonja magistral todavía no acotaba el atrio. Recuerdo en especial la
hoguera del 78, que por el año debió ser una hoguera constitucional y
que tuvo su miga.
Eran
las siete de la tarde aproximadamente cuando mi amigo Bonifacio
Vallejo, llamado ‘El Liguerín’ salió de su habitáculo vecino Casa Pezuela, Vinos y Cerveza, donde montaba guardia, dispuesto a prender la pira de trastos, enseres viejos, cartones y maderas, de las que la Hermandad
y vecindario hacían acopio para colaborar a la brava fogata en honor de
la santa y mártir. Quise detener al Señor Bonifacio por tan temprana
hora, aún sin público, pero no pude sujetar al chiquito y decidido
azuzador, que venía bien provisto de candela y quien me dijo:
—Este año no me lo quita nadie.
—¿El qué? —le dije.
—Pues prender la hoguera. Este año me toca a mí.
El
señor Bonifacio, que vivía en la calle Rico Home, tenía metido en su
caletre que el prender la hoguera de Santa Lucía, uno de los más
luminosos acontecimientos de su barrio medieval, era un alto honor. Y
esa suerte, que le había sido esquiva en ediciones anteriores, había de
ser impuesta por ‘constitutivos’ reaños del espontáneo atizador, aunque
ello supusiera infringir el horario, antes de que llegaran las
competencias incendiarias.
Ramón Vallejo ‘El Liguerín’, hijo de Bonifacio.
prendedor de la hoguera de Santa Lucía de 1978.
Aquella
hoguera constitucional tuvo un principio borrascoso. Una columna de
humo negro puso en evidencia la precipitada acometida. La protesta
arreciaba, el humo era más denso, cuando le apremié a Bonifacio de esta
manera:
—Lo ve usted. Lo que mal empieza…
Lleno
de responsabilidad y de humo, el señor Bonifacio, desmontó la pira,
hasta llegar a sacar un neumático tapado que causaba el colosal tufo,
consiguiendo de esta manera reconducir la lumbre y al vecindario. Por
tal operación. su autor se ganó un trago en Casa Pezuela, Vinos y Cerveza.
Aquel
año todos los asiduos de la hoguera llegaron a las brasas por decisión
‘liguerina’. Todos creían haberse demorado y llegar tarde. Eran
convocados al acto por
sí mismos desde la hoguera última. La hoguera de Santa Lucía en
aquellos años marcaba las vidas de los hogareños. Mirando las llamas
contaban por hogueras sus años alcalaínos, y los chavales que ganaban la
primera fila se llevaban a casa ‘las cabras’ en sus espinillas, además
de las ‘papas’ en sus barrigas.
Era
mi amigo Bonifacio Vallejo, padre de mi amigo Ramón Vallejo, de quien
recibió de su engendrador el título de ‘El Liguerín’, pero que sólo el
hijo era ‘El Príncipe’ y ‘El Artista’, cantaor de coplas y bulerías, la
risa larga del soportal aburrido, la musa costumbrista de una generación
mohína. Su apodo ‘El Liguerín’, registrado en el costumbrismo local de
la época y que hizo furor en sus días, es producto de una deformación,
heredada así del padre, quien, al ser chiquito como ‘El Piyayo’ y
degustador de higos afanados, el pueblo lo bautizó originariamente como
‘El Higuerín’.
La
ermita de Santa Lucía tiene raíces medievales con sabor a viejos
alcaldes y regidores, donde el Cabildo Municipal de Abajo se reunía a
toque de campana. Los Santos Niños y Lucía se miran de frente en esta
ciudad. Ella es de Siracusa, ellos de Compluto, Ellos y ella, coetáneos y
mártires de la persecución de Diocleciano.
Eutiquia,
la madre de Lucía, era de familia noble y rica y había comprometido a
su hija con un joven pagano, mientras que ella quería dedicarse a Dios. Como
el pretendiente insistiera en el compromiso sin lograrlo, denunció su
fe cristiana al pretor romano. Lucía le preguntó a su pretendiente por
lo que más le gustaba de ella, y él le dijo que sus ojos. Lucía se sacó
los ojos con una espada y se los entregó a su pretendiente en una
bandeja de plata. La leyenda medieval agregó que Santa Lucía veía en el
juicio que le condenó al martirio. Por eso es patrona de los ciegos y
de las modistillas, cristaleros, electricistas, también de los
escritores.
José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org
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