lunes, 25 de septiembre de 2017



El monigote



     Un grupo de turistas sale de la Casa de Cervantes, y la guía alcalaína, ya en la calle, alecciona a los visitantes de esta manera: “Ahora tenéis tiempo para comer y a las 4 quedamos en la plaza donde el monigote”. Mi buen amigo Fernando Suárez, que transitaba por la calle, se acercó a la guía alcalaína, a la que no estaba vinculado en modo alguno, y, tras escuchar su parlamento, le espetó a la instructora de esta manera: “ Con lo de “el monigote” ¿no habrá querido usted referirse a la estatua de Cervantes?” “Mucho me temo que sí, caballero” le dijo la interpelada. “Pues me parece intolerable” le contestó el transeúnte. “Pues me parece que le vamos a seguir llamando así” remachó la docta dama.



     Yo mismo me gané una bronca descomunal por llamar aquí al monumento del Astrolabio de la plaza de los Santos Niños “la piruleta”. Lo cual no era invento mío. Siempre he creído que el pueblo pone sabiamente el nombre a las cosas por encima de las oficiales. Así, en Madrid a una Venus renacentista traída de Italia y colocada sobre una fuente en la Puerta del Sol, se le llamó ‘la Mariblanca’, y mucho más reciente, la mujer que simboliza a las madres de los hijos emigrantes, apostada en la playa de San Lorenzo de Gijón mirando la lejanía del mar, le han apodado “la mullerona”. Son cariños espontáneos del pueblo, inevitables.



     Pero “el monigote” es una mamarrachada indigna de una ilustradora de nuestro patrimonio. Puede que ese mote pueda estar prendido en algún sector juvenil de la ciudad, pero cuando se pasa a hablar en público hay que reciclar el lenguaje del barrio o de la tribu. Ese apelativo es ofensivo para el significante y el significado del monumento. Sin más.



     Se empieza con la agresión verbal y se acaba arrancando a cuajo el báculo del Arzobispo Carrillo, que lleva desbaculado no sé sabe el tiempo. O se acaba más drásticamente con el monumento de homenaje a Alcalá en el ‘Camino de la Lengua’, el cual se evaporó de los jardines de la plaza de San Diego sin decir oste ni moste. Los monumentos públicos son los símbolos de nuestro patrimonio cultural de los que los representantes municipales deben ser sus custodios y guardianes.



     Félix González Pareja



     Nos ha dejado Félix. Uno más de los que dejan la plaza, el soportal. Uno de los pegados al espinazo viejo de la ciudad, como si fuera el mismo espinazo. Pero el soportal queda y los refugiados se van. Es ley de vida. Hizo Félix en la calle de Cerrajeros las mejores patatas fritas que se recuerdan: crujientes, tersas, finas como capas de cebolla y grandes como obleas. Fue por muchos años la fiesta tronante de nuestros platos.



     Pero además de la sabiduría de los fritos, indubitada, Félix atesoraba conocimientos de nuestra historia, interesantes curiosidades que se han ido con él. Siempre tuvo la cámara fotográfica en ristre. Recuerdo aquella fotografía que me dejó para publicar aquí, aquella de la torre de Santa María, la aislada, cuando su testud ardía como consecuencia de unos fuegos artificiales de Ferias colocados allí mismo. Nada que ver con la actual aguja calada que se inventaron los guardianes de nuestro patrimonio.



     Félix fue uno de los pioneros que estuvo en los albores del desarrollo del cine alcalaíno. Con su cámara de ‘Súper 8’ captó preciosas imágenes de Alcalá, de sus monumentos, de sus fiestas, de sus cerros, de su industria, de la elaboración del vino en las Bodegas Criado… Obtuvo varios premios. Entre ellos el de Quijote de Oro de los ‘Premios Ciudad de AdH’ de cine aficionado por un documental titulado ‘Alcalá: tierra, piedra y hierro’, del que yo era guionista. Recuerdo que grabamos la voz en su magnetofón y de una manera artesanal fue sincronizando voz e imagen  con la precisión y la tenacidad de un titán. Me mostró no hace tanto un interesante documental sobre la personalidad de Don Manuel Palero en que él mismo ponía su voz, sin que tuviera conciencia de lo bien que lo hacía. Seguiremos grabando algún día no sé dónde, amigo Félix.



     El camino de Santiago



     Aparece aquí en una foto el grupo de los seis alcalaínos y sacedonenses (entre los que se encuentra el autor de esta sección), que durante la semana pasada han efectuado el Camino de Santiago, el tramo gallego del ‘camino portugués’, desde Tuy a Santiago, por Porriño, Redondela, Pontevedra, Caldas del Rey, Padrón. Seis etapas distintas, asfaltadas y pedregosas, de subidas y bajadas torturantes, de tórrido sol y calmado paisaje.



     El andndamiaje revestido de la torre oriental de la catedral santiaguina quiere recobrar el albor de la occidental, ya desvestida. La provisionalidad de su fachada en nada minimiza el triunfo clamoroso de su interior. Es la fiesta irrepetible de un pueblo múltiple bajo una misma sonrisa: americanos, alemanes, británicos, coreanos, italianos, polacos, argentinos, brasileños… Es la fila machacada y alegre que busca el abrazo de bronce del santo apóstol, es la cola paciente de la ‘compostela’ que te confiere el título del camino en la lengua de Dios. Es la misa de peregrinos la Babel que camina junta, la congregación prieta de un pueblo cálido, un pueblo que queda en chanclas, llagado y entusiasmado a la vez. Y un botafumeiro cada vez más vigoroso y perfumado, como péndulo inexorable.       



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 11.6.2016



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