lunes, 25 de septiembre de 2017



Cervantes y Cabra

     El que fue joven teniente de Corregidor en Alcalá de Henares en 1509, el licenciado cordobés Juan de Cervantes, vuelve a estas cercanas tierras de Guadalajara en 1527 para servir al tercer duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza, y vuelve a Alcalá en 1532 para resguardarse del escándalo habido con la dote de la tía María, amante de Martín Mendoza e hija de Juan, quien abandonará en 1538 a su mujer  Leonor Fernández de Torreblanca, la rostrituerta, la que dejó en Alcalá al lado de Rodrigo, su hijo sordo y ‘zurujano’. Ahora, después de pasar por Cuenca y por Plasencia, el Licenciado Juan es nombrado alcalde Mayor de Cabra por una provisión solemne que emite en Agosto de 1941 ese gran español que se llamó Gonzalo Fernández de Córdova, duque de Sesa, tomando posesión el 28 de septiembre siguiente. Y en Cabra se instala junto a su ama Mari Díaz y su hijo mayor Andrés.



     Solo Andrés, puede que en 1543, debió ir a Alcalá a la boda del hermano alcalaíno Rodrigo y la argandeña Leonor de Cortinas, padres de Cervantes. Entre ambos hermanos hubo de haber excelente sintonía. Rodrigo pondrá el nombre de su hermano a su primer hijo, Andrés, muerto en la cuna, insistiendo después con Andrea. Y el hermano de Cabra pondrá Rodrigo a uno de sus hijos, porque el primero fue Juan, seis meses justo menor que su primo Miguel de Cervantes. Al licenciado Juan un año después de ser nombrado alcalde de Cabra, le nombran de Baena y después gobernador de Osuna, cuando Andrés ya tenía novia en Cabra, a donde vuelve para ser allí alcalde en varias ocasiones, casarse dos veces y tener seis hijos con la primera de sus mujeres, doña Francisca de Luque. Rodrigo, el padre de Cervantes, después de la experiencia dolorosa de Valladolid, viaja a Córdoba a finales de octubre de 1553, donde está su padre Juan, pero al ir acompañado de la familia no irá a la casa del padre. Sin embargo, parece que se congracia con su padre, al dar el nombre de Juan al último de sus hijos.



    
                              Firma de Andrés de Cervantes
    
      Pero el principal valedor del padre de Cervantes en la aventura hacia el Guadalquivir en busca de mejor fortuna, tanto en Córdoba como en Sevilla, hay que buscarla en su hermano mayor Andrés, el egabrense de residencia perpetua y hermano generoso que empareja a su hijo Juan con Miguel.  En Córdoba se abre Cervantes a las primeras letras, y de esa época iniciática deben datar las robustas amistades adquiridas con Gonzalo Cervantes Saavedra, Aguayo, Tomás Gutiérrez y puede que con Juan Rulfo. Pero entre las dos grandes ciudades está Cabra, donde el hermano alcalde se ve impelido en 1558 a actuar a favor de su hermano, dándole trabajo a Rodrigo en uno de los dos hospitales de la villa, el de la Caridad, cuyos cargos dependían directamente del alcalde. Allí debió vivir Cervantes y conocer la sima de Cabra, a la que en varias ocasiones se refiere abundadndo en detalles, además de encontrar allí el remanso de su alma incipiente de poeta. En Sevilla aparece Rodrigo acompañado de su hija Andrea, en principio, pero pronto aparece Miguel, quien observa con admiración imborrable en su corta edad las representaciones del batihoja Lope de Rueda, de quien se aprende sus letras.



     En la postrera de las novelas ejemplares de Cervantes, ‘El coloquio de los perros’, donde Berganza cuenta a Cipión sus andanzas de perro con distintos amos, y salvando los recursos literarios, parece referirse a la vida de perro que le dio su primo Juan, haciéndole cargar con las pesadas carteras escolares de aquel tiempo. El perro complutense se queja del trato recibido de su primo egabrense,  de quien se siente siervo en el traslado y estancia en aquel colegio de Jesuitas al que asisten ambos, de tal manera que llega a escapar y su queja produce irremediables consecuencias.



     Cuando a Miguel de Cervantes le hierve la sangre de sus veintiún años, saca la espada en las inmediaciones de los Alcázares Reales de Madrid y hiere en una pendencia a Antonio de Sigura, quien presenta denuncia. La Justicia le busca. El asunto es grave. Miguel puede huir de España por la frontera de Portugal, por el Pirineo catalán o embarcarse en Valencia. Astrana Marín, haciendo valer el criterio de razón por falta del documental, dice que iría a Cabra, que allí estaba su seguridad, junto a su tío que era alcalde Mayor, y junto a sus primos Juan y Rodrigo, y que allí esperó la sentencia.



     Los abundantes pliegos de la sentencia cayeron por casualidad, dicen, en el siglo XVIII en el taller de un cohetero de Alcalá de Henares. Solo se sabe el castigo final: diez años de exilio y la corta de la mano derecha. Los cervantistas, ante la sentencia monda y lironda, comentan tan drástica medida de varias formas. Unos dicen que su crudeza es por causa de huir de la justicia; otros encuentran la causa en que la pendencia se desarrolló en el espacio regio de los Alcázares; otros dicen que era aquel el castigo de la época impuesto al pecado nefando de sodomía. Incluso hay quien dice que ese puede que no sea el autor del Quijote. Pero este último alegato es el más frágil. Las fechas y pasos de su huida a Italia cantan. Y canta sobre todo ese personaje autobiográfico de su pendencia llamado Antonio en su ‘Los viajes de Persiles y Sigismunda’.



      Gracias a que en aquel 1568 había sido levantada la herencia de su abuela Elvira e incluso su padre había concedido un préstamo, por lo que se supone que pudo ser dotado de buen caballo y provisiones para su viaje de huida a Italia, después de la tremebunda sentencia.



José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid, 29.10.2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario