lunes, 25 de septiembre de 2017









Romance de ‘El Gurugú’



     Es un nombre militar de marroquí procedencia, ese monte Gurugú de maniobras de guerra, pero nunca fue fingida la bravura de su cuesta, que en la era de Bahamontes, de Suárez y de Botella, hincábamos los pedales tras de sus victorias épicas. Nuestro mundo era un dilema: o el Gurugú o el Zulema. Una época dorada de carreteras desiertas donde al que baja o que sube se le conocen sus señas. ¿Y dónde estabais vosotros los que aquí pegasteis hebra, los que metisteis la mano con el pan en la salsera? ¿Dónde estabais, muchachitos, cuando Alcalá era pequeña? Vinieron los que vinieron y entre los que aquí vinieran nos prometieron un lago y sólo hicieron bañeras en la ciudad donde el río desde siglos serpentea. Vosotros los que no estabais me echáis de la carretera, ya no puedo ir en bici y han embalado mi meta. ¿Y dónde estabais vosotros en esa cuesta primera, cuando grillos y chicharras bordonaban las cunetas, cuando chirriaban los frenos de las cargadas carretas?     

     Y el sabio de aquel lugar quiso dejar esta prenda: “Hubo grillos de estos pagos, vinieron grillos de afuera. Cervantinos los que nacen, cisnerianos los que llegan. Cisneriana es la ciudad desde los tiempos del César”.  

  Al monte del Gurugú Casado puso chistera, era un gorro cervantino de armadura quijotesca que desde el alto clamaba endulzando la existencia: Restaurante ‘El Gurugú’ de nuestras tierras cumbreras, derroteros de sudor para llegar a su mesa, en sus curvas peraltadas le cogimos sus maneras, y de las maneras nuestras se combaron sus maderas. Ay, Gurugú, que me han dicho que te mueres y que cierras. y un poco morimos todos sin el horno de tus cenas, sin el aire de tu monte, sin tu pinar que sombrea, sin el baile de tus fiestas, sin los baños de tu alberca, sin correr unas vaquillas o sentarse en sobremesa con amigos que tú acopias ante el fulgor de tu leña, sin vistas de tu terraza que cuelga sobre la vega. Vega que ocupa Alcalá como si fuera una huerta: hortalizas que despuntan del humedal de tu tierra: los repollos alineados, calabazas como iglesias, los girasoles son torres y tus surcos son arterias. Eso dice tu baranda, vigía que nos otea.

     La vega aprendió a subir a la montaña cimera. Aprendimos a subir en coche o en bicicleta, aprendimos a subir a comuniones y fiestas, a las bodas y bautizos con ‘smoking’ y pamela, y un día subió la crisis trepando por las laderas y se subió hasta la copa dejando las ramas secas. Maldita esta negra crisis que es la grafiosis de empresas que nos cierra los rebrotes y nos lame la corteza, que nos echa los cerrojos y nos abre la miseria. Si la peste llega al plato es una cosa muy seria.

     ‘Los viernes del Gurugú’ iba a cumplir su treintena. Últimos viernes de mes, el último se celebra como los de Filipinas sin saber lo que hay afuera, donde la guerra ha acabado y ellos siguen la contienda de mandíbula batiente que, encerrados, no se cierra.

     Ya se acaba ‘El Gurugú’ y frío ya no se queda el plato de Ruiz Castillo de darle tanto a la lengua, que despreció los sabores de los tasajos que esperan. Ya se acaba ‘El Gurugú’, aquella noche de estrellas en la que dije los versos de Tomás Ramos Orea, y al volar tantos ardores, Prona ardía como tea, un trasfondo de Nerón de los primeros setenta. Se acabó ‘El Gurugú’ y por la cuesta antigua de su curva de ballesta van rodando los amores  que en cada puerto del mundo trajo en versos el poeta, ya rebosan los recuerdos, ya toman la barranquera, allí van las diatribas, allí van las verborreas, copas de Magno de Ubríes, humos de Sola en la puerta, bajan los platos rodando, van brincando paelleras…

     A tu baranda colgada, pregonero con trompeta, me asomé a tu paisaje y troné de esta manera: “Vecindario de Alcalá, escuchad esta advertencia, que ya no subáis p’arriba, que no tiene fin la cuesta”. Y el sabio mayor del valle, el Salomón de la vega, abocinando sus manos le devolvió esta sentencia: “Si tú subes para arriba, dos veces subes, colega”. Y el pregonero de arriba le replicó con presteza: “Bien has hablado, gran sabio, diciendo mi fortaleza, que tú no subes p’arriba ni doblando la receta”.
    
     Adiós a las altas risas del Gurugú que fondea, será su muerte anunciada el próximo día treinta. Y nos bajamos del monte llaneando de tristeza.

José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org



No hay comentarios:

Publicar un comentario