lunes, 25 de septiembre de 2017



Hoy honramos su memoria

     Hoy hemos querido honrar la memoria del Cardenal Cisneros, el Cardenal presbítero de Santa Balbina, el regente, el gobernador de España, el canciller, el creador de la Ciudad Universitaria de Alcalá, la Escuela del Humanismo renacentista y del Siglo de Oro. Me gustaría saber penetrar en la urna íntima de este español infatigable que ha encontrado el día ocho de noviembre su nuevo y bien ganado descanso en la girola de su templo Magistral, la girola que es tránsito, que es pasadizo, que es quiebro, que es claustro. Porque allí quedó la galga de estameña parda, allí quedó el pasado día ocho el arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá, el fraile franciscano Francisco, antes Gonzalo, el que se formó sobre las ‘las calerizas’ quebradas de Torrelaguna y se iba andando a Salamanca y se fue andando a Roma, y el mismo que a los ochenta y un años se fue a detener las flamencadas que le venían del norte en la herencia de España, y se rompió en Roa un frío ocho de noviembre. Como un reloj honraron el aniversario de su muerte los suyos, la Alcalá apiñada de sus largas sombras, como un reloj le cantaron en los mismos latines de su mismo templo ese mismo día ocho, cuyo redondo año cumple en el mojón de su quinto centenario. Allí quedó Gonzalo, y Francisco y el de Santa Balbina, allí quedó el andariego, el de los pies ligeros, allí, en la encrucijada, en el trasiego, en el regate, a punto de estampida en cualquier trance.




     Y también queremos honrar la memoria del lego franciscano San Diego de Alcalá, la de su cuerpo incorrupto, del que se desgajó en tiempos recientes un pelín para llevarlo como reliquia a la catedral de Agrigento, en Sicilia. De allí precisamente fue obispo, antes que de Palermo, el vizcaíno Diego de Haedo, uno de los coautores de la ‘Topografía de Argel’, el libro de donde el Padre Sarmiento encontró la cuna de Cervantes. Fue este Haedo el autor de los borrones primeros según dijo su homónimo sobrino. Este mundo es un pañuelo de Diegos.




     Pero este nuestro entrañable San Diego del día 13 y la gloria de su cuerpo queremos hoy proyectar sobre el día 13 de la matanza de Bataclan en París, ahora hace un año. Juntos van en el calendario y los mártires del fanatismo reviven en nuestra memoria de forma incorrupta. Porque nosotros pudimos estar en Bataclan o en cualquiera de las terrazas y lugares de aquel París de hace un año. Pudimos estar pero estuvieron ellos, las ciento treinta víctimas mortales de aquella noche de insidia. Francia se sintió atacada como nación, y como un pueblo único y unido supo contestar. Nada que ver con nuestro 11-M. La comparación surge por sí misma. Solo una acción conspirativa puede reducir la enorme distancia del Saint Denis del 13-N con el Madrid del 11-M. ¿Dónde estuvieron aquí las detenciones, las carreras, los gritos por Alá, los suicidios, los testimonios verídicos, la reivindicación indubitada de la autoría de los atentados en los trenes de Alcalá y Guadalajara? ¿Dónde está la transparencia unívoca de las peritaciones, dónde las pruebas evidentes que pide el sentido común? No, por favor,  lo de Leganés, déjelo, un respeto.



     Y también queremos honrar hoy la memoria de Perico Fernández, el campeón de boxeo zaragozano del peso superligero que ha caído definitivamente a la lona para no levantarse más. Había alcanzado progresivamente el campeonato de España, el de Europa y el del Mundo, el cual supo revalidar, lo que es difícil, y se lo quitaron en Tailandia, donde dice que le drogó su propio entrenador que en el cielo esté. Ese fue el golpe que le desvió del camino de sus éxitos. Paseó desde entonces Perico ese encanto personal de un niño grande y sonado con el que nos divertimos sin piedad. Pero cuando dejó de ser boxeador se le acabó la vida, porque ya no podía devolver a sus rivales los golpes que le daba la propia vida. Primero fue aquella madre que lo abandonó de niño y lo conoció de mayor. Y después vino aquel hospicio de Zaragoza en que empezó a tumbar a la lona a sus rivales, uno a uno, los tiraba a todos a mamporros. Un cuadrilátero en un hospicio es un invento de triunfo seguro. Pegan y pegan. Unos más. Así que Perico dejó el boxeo y se dedicó sólo a pintar. Un día se fue a Tarazona a exponer cuadros de toros, porque le dijeron que allí eran muy aficionados y “la madre que los parió, no vendí ni uno.” Le llevó a la televisión un popular presentador y todavía no le han pagado, “la madre que los parió”. Le echaron del piso por retrasarse en  el pago del alquiler, “la madre que los parió”, y durmió en prostíbulos y coches abandonados. Al final fue tutelado generosamente por la Sanidad aragonesa como paciente de un hospital neuro-psiquiátrico. La madre que los parió.    



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 19.11.2016

www.josecesaralvarez.org

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