lunes, 25 de septiembre de 2017



 ATEMPORA
     Este es el nombre que recibe la magna exposición que acoge la catedral de Sigüenza, a donde me llevó en su flamante ‘Porsche Cayenne’ mi amigo Gerardo Pareja. Pero antes me dio una vuelta por el paraíso guadalajareño, pudiendo comprobar que en los montes alcarreños de Ciruelos y Luzón, a donde llegó aquel infame incendio que arrasó en julio de 2005 todos sus pinos, además de once vidas humanas, están ahora rebrotando en sus dehesas los marojos y chaparros autóctonos, junto a la jara y las carrascas. Los marojos y los chaparros son la versión arbustiva del roble y de la encina, también presentes. Ha vuelto, pues, el paisaje de Chindasvinto y de Sisebuto, el de Rodrigo Díaz de Vivar y el de Alfonso VIII. El alma vieja rebrota con su fuerza secular. A los que impiden el desarrollo del suelo político español en este delicado momento de la formación de un gobierno, a los que enmarañan su verdad “a día de hoy”, se les podría decir mirando al monte alcarreño: “Reduce el suelo invasivo de tus especies extravagantes y desubicadass, y facilita el asomo de tu auténtico chaparral, tu suelo cálido y generoso. Aparta de tus pies la trama excluyente de bloqueos y rayas rojas y pisa el humus del bosque de la España posible y múltiple.”
     ATEMPORA significa ‘sin tiempo’, sin tiempo por medio entre los eventos y personajes que allí se amasan, es decir, que lo atemporal viene a ser lo contemporáneo. Como lo son, Cervantes y Shadespeare, allí juntos para lo que haya de venir, en una misma vitrina, con el libro de las Obras Completas del dramaturgo inglés y la novela de 1605 del alcalaíno en su edición de Lisboa (la segunda parte del Quijote es una edición inglesa de 1620), haciéndoles corro la obra y los autógrafos de Garcilaso de la Vega, Santa Teresa, Lope de Vega… Nada menos que 320 obras de 33 instituciones y particulares se dan cita en el restaurado claustro y sus ricas capillas. Pero la ‘atemporalidad’ de Cervantes y Shadespeare, junto a su compaña, es sólo un pretexto, es una gloriosa excusa del calendario, para exhibir la joya escondida de la ciudad, propiedad de la catedral, principio de investigación y de esta genial exposición de la ciudad hermana y ribereña: la bandera del galeón de Drake, ahora que se recupera el color y el valor de su historia.

     Pero esto hay que explicarlo. Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra andaban encontrados en una guerra de intereses (1585-1604), sobre todo desde que Felipe había pasado a heredar Portugal. El prior Antonio de Crato, primo de Felipe II, aspiraba a ser nombrado rey de Portugal con la ayuda de Inglaterra y de su coaligada Holanda, quienes costeaban el asedio naval a España, aportando el Prior de Crato las joyas robadas al tesoro portugués. La expedición naval inglesa estaba dirigida por el antiguo pirata y corsario Francis Drake, ayudado por Norris, al mando de una flota de 150 buques y 25.000 hombres en su mayoría voluntarios inexpertos. La invasión naval constaba de tres objetivos sucesivos: entrar en Santander, en cuyos astilleros se estaban reparando 102 barcos de la Armada Invencible y que era preciso destruir de antemano. Pero Drake, discutido por los suyos, no se atrevió a entrar. De allí se dirigió a La Coruña, lo que no estaba previsto, donde creía el pirata que se ocultaba un gran tesoro y que era lugar de provisiones. Allí, aunque causó gran mortandad al principio, el propio pueblo supo rechazarlo con valentía y María Pita fue la heroína coruñesa. Pero la catástrofe naval, comparable al desastre de la ‘Invencible’ española, tuvo lugar entre Lisboa y las Azores. Lisboa, segundo objetivo de la reina de Inglaterra para entronizar al prior de Crato, defendida por la flota hispano-lusa a las órdenes de Alonso de Bazán, hermano del insigne almirante, infringieron un severo castigo a los ingleses, sobre todo cuando llegaron las galeras de Padilla. Drake, que quiso después cumplir el objetivo de apoderarse de las Azores, fue destrozado por la flota hispano-lusa y las tormentas.

      “Fue gran promisión y milagro del Señor no vino el Enemigo derecho a Lisboa sin tocar a La Coruña que si assy fuera sin duda ninguna tomara la Ciudad” (BN, Relación, 1589) Esta es la cita que refiere el libro, vendido en la exposición como catálogo histórico, titulado “Contra Armada. La mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra” (2011), de Luis Gorrochategui, un coruñés, profesor de Filosofía en un Instituto de Betanzos, que ha desplegado un enorme esfuerzo a través de instituciones españolas para reconstruir los datos inconexos de la verdadera historia, superando la falsa versión inglesa que llegamos a hacer nuestra. Si España no hubiera recuperado su hegemonía en los mares, las relaciones marítimas con las Indias hubieran sido imposible, y siguieron con normalidad, aunque siempre bajo el peligro corsario.      
     Una doble sala del claustro habla del Cervantes soldado y allí se expone la bandera que los españoles arrebataron al corsario Drake como trofeo de guerra, y también la que el pirata quitó a los portugueses y le fue arrebatada cerca de Cascais en 1589. Sancho Bravo y Arce de Laguna, sobrino nieto de Martín Vázquez de Arce (el Doncel de Sigüenza), se las donó a la Catedral. Hoy adquieren significado pleno. Ambas se exhiben junto al pendón de la batalla de Lepanto (1571), en la que Cervantes fue herido y que conserva el Museo de Santa Cruz de Toledo. La bandera de Drake se ha restaurado y preside la magnífica atemporalidad seguntina de una batalla bien ganada.
    


                              Pacto de Londres de 1604. Contra Armada

     A Fernando Meza, el guía ‘filósofo’ de la exposición, colombiano, le dije en una transición que en su tierra, en Cartagena de Indias, los ingleses de las leyendas negras de España, llegaron a acuñar moneda por la ‘victoria’ falsa, en la que les sacudió Blas de Lezo. Se reía.

José César Álvarez

Puerta de Madrid, 23.7.2016

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