lunes, 25 de septiembre de 2017



La pila



     Me refiero primero a la imagen entrañable de esa pila de piedra ancestral junto al pozo. Son las pilas españolas de los patios y corrales, que algunas hoy decoran rincones y jardines de nuestra geografía, pesadas, jubiladas, desusadas, hoy decorativas, formando un plúmbeo anacronismo difícil de mover. Son las pilas ante las que  se doblaron las mujeres de España y en cuya tabla o rampa restregaron capas y jubones, corpiños y mantillas, las manos amoratadas de una colada larga y restregante, las mismas manos que tiraron de la soga para hacer chirriar las garruchas de los cubos rebosantes.



     Y la pila privada se hizo pública. Fue el lavadero, donde las lavanderas se arrodillaron frente a añiles y burbujas. Los ayuntamientos de los pueblos de España han recuperado sus lavaderos ya en desuso, como reliquia de la historia del pueblo. Porque el lavadero del pueblo fue mucho más que la colada de las mujeres que lo frecuentaron. Fue encuentro y desencuentro, gacetilla y murmuración, canción de tonadillera y juramento de despechada.




     Pero en las pilas bautismales de todas las iglesias se bautizaba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Sus pilas eran tan plúmbeas y pétreas como las profanas. Ahora adquirían forma de copa o de vaso y ocupaban un lugar próximo al acceso al templo que se llamaba baptisterio. Por el bautismo purificador el catecúmeno ingresaba en la Iglesia. El Cardenal Cisneros ordenó en sus ‘Decretales’ de Toledo se practicaran registros bautismales en las parroquias. Fue así cómo por una decisión de un alcalaíno de adopción y de luces hubimos noticia de un alcalaíno de cuna y de sombras. Cisneros nos alumbró a Cervantes con fecha nueve de octubre de 1547, día de las aguas purificadoras de la cuna del genio alcalaíno.



     Pero para alumbrar a Cervantes hubo que saber leer. Saber leer el ‘Cervantes’ y el ‘Miguel’ de unos manuscritos viejos. Supo leerlos un erudito abad de la Iglesia Magistral de aquel año de 1752 llamado Santiago Gómez Falcón. Don Santiago buscó en el despacho parroquial de su jurisdicción en la parroquia de San Pedro. Nada encontró. Hubo de pedir autorización a García Calbo, párroco de Santa María. Allí estaba. Don Santiago emite la certificación de la trascripción a su amigo cervantista Martínez de Pingarrón con fecha 18 de julio de 1752. Tiene unos ojos escrutantes sobre él, es el Sr. Baeza, recaudador de rentas decimales, un alfil de Montiano, conspirador de la capital del Reino. Cuenta don Santiago que cuando abandona el despacho parroquial, en la tablilla donde se relacionan los trabajos del día siguiente, consta ya la petición de certificación de bautismo de Miguel de Cervantes, la que en vez de llevar la fecha de ’19 de julio’ llevó ’19 de junio’ y coló. Así fue que, “con malas artes”, como dice el Padre Sarmiento,  el súper académico Agustín de Montiano consiguió pescar ‘el campano’ de la literatura española.  



      Martín Sarmiento, desde su convento benedictino de Madrid, había comunicado el hallazgo en Haedo de la patria de Cervantes. Ahora tocaba confirmarlo con la fe de bautismo. Él la encontró y nadie lo nombra. Se llevó los honores un personaje extraño en estos lares, atizador de las movidas de la olla de la capital, cuyas ardides no nos importan. Quien nos importa hoy es él, don Santiago, ceñido a la órbita de los aromas locales y a su intrahistoria, ajeno a los  relumbrones nacionales, feliz de su ‘eureka’ íntimo e intransferible.



     La llorada pila bautismal de Cervantes. La que no pereció en el fuego cruel de una guerra y hubo de sucumbir golpe a golpe, desmenuzada, desmembrada,  para servir de mampostería del refugio antiaéreo de la plaza. Un par de trozos pétreos, tan negruzcos como su negra historia, se incrustaron como lagrimones ahumados en la reproducida pila bautismal que ocupa la última ubicación de la capilla del Oidor, allí donde a la pila le cogió el asalto, la rebelión destructiva.



     Pero las pilas profanas que subsisten andan tiradas, infravaloradas, sin historia. Nadie que sepa ha colocado  una cartela así: “Aquí se lavaron los calzones de Espartero”, “aquí se lavaron las prendas íntimas de la duquesa de Ébolí”, “aquí se lavaron los pañales de Cervantes”. Y, sin embargo, en esta era de la genética nuestros admirados personajes pueden ir infiltrados en las grietas y porosidades de una pila.



      Nuestro personaje ahora es actual. Está sentado en un banco de la plaza de Cervantes, donde ha sido abordado por un viejo conocido, quien le pregunta por sus años cumplidos.  



     –La pila –contesta el interpelado.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 10.10.2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario