sábado, 13 de enero de 2018

Cisneros en Toledo y Alcalá



Cisneros en Toledo y Alcalá

     Me fui a la Ciudad Imperial a visitar la exposición que la catedral toledana alberga con motivo de la conmemoración del V Centenario de la muerte del Cardenal Cisneros, su egregio e histórico titular. Toda la ciudad de Toledo, consciente de la envergadura del personaje y del evento, propagaba la muestra catedralicia a través de los gallardetes malvas que colgaban de las farolas de la ciudad en procesión ordenada.

     Pero Francisco Ximénez de Cisneros sufre hoy el retiro mundano que él mismo se procuró en vida en el convento franciscano de La Salceda, de donde fue rescatado para la vida pública por el Cardenal Mendoza, su antecesor en la silla primada. Hubo de venir un estudioso francés, Joseph Pérez para recuperar el valor de la figura descomunal del gran estadista, envuelto en las sombras ignaras y anticlericales de sus compatriotas, incapaces de saber situarse en su contexto histórico.

     A Toledo, la capital de la Monarquía visigótica y capital Primada, le dieron lo que se merecía en las comunicaciones. Exhibe  una estación de tren desde principios del siglo XX que es una bombonera monumental, y más recientemente le dieron autopista y vía férrea en exclusiva, el AVE. Pero para el turismo popular, tanto el occidental como el oriental que hoy nos invade, el tema de una exposición cisneriana cae lejos del interés general, y hay que saberlo vender, reclamar y explicar. Toledo lo ha sabido hacer mediante la publicidad y la información, las visitas guiadas, y la recopilación de piezas únicas y originales de su exposición, entre las que figuraban las alcalaínas del porta-paz y el cáliz del cardenal haciendo binomio, además del arca de plata repujada de las Bernardas. Pero el ochenta por ciento del grueso de la exposición era propio.

     El Alcalá de la ‘Academia Complutensis’ cisneriana, que está presente en la narrativa toledana, como no podía ser de otro modo, expone también a Cisneros, como tampoco podía dejar de serlo, en el seno de la ventana central de su Colegio Mayor de San Ildefonso, el santo toledano al que la Virgen le entregó la casulla, y a cuyo pedestal milagroso introducen sus dedos pedigüeños los devotos toledanos.

    Y la comparativa con Toledo se impone. Alcalá tiene también lo que su gestión merece, y sufre una de las más pobres estaciones de RENFE de Cercanías, cuando puede que sea la de más usuarios. No es en modo alguno la estación que debe exigir una ‘Ciudad Patrimonio’. El turismo de aluvión que arrasa la ciudad de los bares de tapas y congestiona la calle Mayor, donde culebrea vigorosa la fila a la Casa de Cervantes, es debido a la proximidad de Madrid. Pero la exposición cisneriana no ha sabido ni ha querido encauzar el aluvión visitante, entresacar su gente, Nada, ningún reclamo, ningún anuncio. Ni tan siquiera alguna banderola en la propia sede de la exposición. Nada de nada. El mismo horario de la exposición –de 9 a 2 de lunes a jueves en días laborables– dice a las claras que es una exposición diseñada para jubilados de la manzana. La exposición, que, sin embargo, goza de hechuras profesionales, de ampliaciones luminosas y textos facsímiles de importancia, bien aderezados, exhibe un ritmo biográfico de lectura, cuyos textos de guía, blanco sobre negro, ofrecen por el contrario cuantiosas erratas mecanográficas.

     La Universidad de Alcalá y el Obispado mantienen en la actualidad una tan saludable relación institucional, que una exposición cisneriana conjunta hubiera sido incluso factible. Pero el Consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid —según nos dijo el vicerrector responsable en su conferencia de la IEC—, había exigido el entendimiento de la Universidad de Alcalá y la Complutense de Madrid para que, hermanados, presentaran la exposición que merecía el V Centenario de Cisneros. Y nos presentaron las imágenes distendidas y novedosas de los dos rectores. El obispado de Alcalá no dudó en colaborar con Toledo, entregando sus objetos deslocalizados. Pero el socio de Alcalá, la Complutense, el socio distendido, el que guarda en Madrid “el tesoro de Alcalá” incautado en 1836, es decir, los incunables y la vasta producción de la imprenta cisneriana del renacimiento español, ha persistido en mantener las
sombras de sus sótanos, perdiéndose así la más alta ocasión del esclarecimiento de los originales. Y Alcalá, austera, se cubría de copias fusiladas para su exposición.

     Me decía Vanesa, mi excelente guía de Toledo, que a Cisneros le gustaba usar el imponente báculo ilustrado de Alonso Carrillo, allí en la exposición, soberbio ante el más hierático y espigado de Mendoza. ¡Quién lo iba a decir! Uno, por creer conocer sus caracteres los adjudicaría al revés. Uno nunca sabe. Lo único que sé, después de presenciar ambas exposiciones y su contexto, es que el Cardenal Cisneros, el de Alcalá, sigue vistiendo la burda estameña parda que se dio a sí mismo en La Salceda, donde permanece en su olvido retirado, lejos de los revestimientos talares de su condición meritísima. Anotamos la salvedad de la presencia generosa y reiterante del año cisneriano de PUERTA DE MADRID, aunque alcance el epíteto de ‘pelota’.  

José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org
Puerta de Madrid, 30.12.2017                Dibujo: Ignacio Sánchez