lunes, 25 de septiembre de 2017




Romance del Palacio Arzobispal



     Los ojos como tizones son los tuyos, Mari Val, tus pupilas se fundieron en el fuego de Alcalá. Dame tus ojos, querida, que yo los voy a apagar.



     Infelices años treinta de la hoguera nacional que “ciudad mártir de España” a ti, Alcalá, llamarán. Fue el tizón de tus conventos, fue la pila bautismal del manantial de Cervantes, fue tu Iglesia Magistral, cenizas sobre cenizas del Regente Cardenal.






     Nunca un tizón fue más negro que el Palacio Arzobispal. Ocho siglos toledanos de la mitra principal, la primada de Toledo que primaba en Alcalá, Señorío prelaticio de la Ciudad Imperial, Señores que enseñorean su recinto señorial: Rada, Tenorio, Tavera, Contreras y Sandoval, filigrana de yeseros, artesonados sin par en el Salón de Concilios de sus vigas pareadas bajo el oro de su faz, de nudos y tablazones sobre un azul ultramar. Techos arrebujados en castaño natural, formando estrellas y rombos y de forma octogonal.  Ay, tu patio de Fonseca, ese bosque vegetal de setenta y ocho troncos y gótico barandal, con tres magníficos tramos de su escalera estelar, y sus arcadas soberbias de tan labrado sillar. Patios del Ave María, el de Armas al entrar, el de Aleluya, rincones, pasadizos que te dan ese halo de misterio de un palacio de verdad, mientras que el agua se oía por sus patios borbotar. Cuatro patios y un jardín, cinco estancias sin chistar, que el silencio lo propaga el primoroso lugar.



     Alhambra mora y católica, Renacimiento integral, paradero de los reyes, sala de Audiencia Real, paridera de las reinas, alumbramiento imperial, entrevista de Colón, e Isabel realumbrará intuiciones y veleros por los caminos del mar. Echaron a la morisma, quedó el arco musulmán que adentraba y que salía del recinto conciliar donde fue el ‘Ordenamiento’ que llamaron ‘de Alcalá’, cuando sus Cortes fundieron la normativa legal.



     ¡Todo el Palacio está en llamas un día once estival! Covarrubias, Berruguete, Siloé, Machuca van en el humo que conforma una columna infernal, columna clavada al cielo y al corazón de Alcalá. Todo un Palacio de ensueño para un Archivo Central de legajos manuscritos, tesoro documental. Ardió la Historia de España por su letra y su fanal, cuando no quedaban lágrimas que la pudieran llorar.



    

     Los capuchinos se fueron, los franciscanos se van, a jesuitas los echan, y este palacio es imán que atrae la cosa suya y la expone en su mural como la huella romana que tenía en su vitral. El añadido acogido se añadió a aquel volcán que humeaba los siglos como si fuera un pajar.       

    

     Infancia de piedras rotas, postrada solemnidad. Aquel derrumbe de piedras nadie nos supo explicar. Relieves de almohadillados, cincelado magistral de camafeos y ángeles, de bichas del bien y el mal, con que jugamos de niños sin saber su propiedad. Escarbábamos la tierra logrando recuperar ángeles incombustibles, cabezas por perfilar para ser pisapapeles de magnífica heredad. Medio palacio de piedra llegaron a transportar al puente de San Fernando camiones, viene y va. Y las piedras palaciegas llevaron a cimentar, que al alarde de la piedra le buscan su pozazal. Fue el impuesto de pontazgo que se le impuso a Alcalá, el puente por que ha pasado, por que pesa y pisará.



      Viene ARPA a hacer justicia, viene el tiempo a remediar, viene el dolor a rearmarse, la piedra a resucitar. Estos, Fabio, ay dolor, los campos de soledad de la Itálica famosa no se quieren resignar a ese lúgubre recuerdo de sólo llorar llorar.

   

      Los ojos como tizones son los tuyos, Mari Val, tus pupilas se fundieron en el fuego de Alcalá. Dame tus ojos, querida, que yo los voy a apagar.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 21.2.2015


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