En la punta de la lengua
El Arcipreste de Hita
Juan Ruiz el
Arcipreste de Hita se pierde y no se pierde en aquella primera mitad del siglo
XIV en que vivió para recrearnos con el primer gran poema lírico de los albores
de nuestra lengua, el Libro de Buen Amor,
la obra maestra del medievo escrita en la cárcel del convento de San
Francisco de Guadalajara, prisión que sufrió por orden de su Arzobispo de
Toledo don Gil de Albornoz. La causa de su prisión fue probablemente la de
haber redactado la satírica Cantiga de
los clérigos de Talavera, quienes habían recibido una carta amenazándoles
con la excomunión si seguían amancebados. Juan Ruiz replica en cuaderna vía por
ellos y con ellos en un alegato satírico contra el Arzobispo por haber
condenado la barraganería, que era un acuerdo de convivencia entre clérigo y
mujer, bien arraigado en Castilla. El Arzobispo, siguiendo al Papa, se muestra
como un celoso vigilante del celibato en sus dominios. El Arcipreste, sin
embargo, en su poema biográfico, incluyó porfiante la citada Cantiga en su Libro. He aquí una muestra
de sus versos alejandrinos:
»E
del mal de vosotros a mí mucho me pesa,
otrosí de lo mío ¡é del mal de Teresa!
Se ha dicho que
el Arzobispo Don Gil fue severo con Don Juan. Seguramente. Pero, de no ser por
su forzada prisión ¿hubiera tomado alguna vez el relajado clérigo la pluma para
escribir su Buen amor, su poema
ovidiano o novela picaresca según otros? Dice Menéndez y Pelayo que sin el
Arcipreste de Hita no hubiéramos conocido los detalles de la Edad Media: cómo se
comía, cómo se amaba, cómo se cantaba, cómo se vestía, cómo se pensaba, cómo se
mercaba, cómo se faenaba, cómo se convivía… Sabemos que su vida transcurre
entre Alcalá de Henares, su epicentro, al este la Alcarria y al noroeste la
sierra de Guadarrama. Y es en esa geografía donde el lector convive con el
autor. Quizás debamos al fuerte carácter de don Gil de Albornoz el Libro de Buen Amor, donde Juan Ruiz no
se arredra en el infortunio de la prisión y corren a raudales sus gracias y el
buen humor que no le llegó a cegar don Gil. Pero el hosco carácter del
Arzobispo se hizo proverbial cuando, muerto Alfonso XI de peste, le sucedió
Pedro I, que era obispo. Porque don Gil sufrió encontronazo con el obispo que pasó
a rey, como lo había tenido con el arcipreste que pasó a poeta. Pero solo al
segundo pudo darle cárcel.
Y, sin embargo,
la cita clave que aquí nos ocupa es la de aquel verso de la estrofa 1510 cuando
la Trotaconventos
se acerca a la bella mora de Hita y le dice Mucho
vos saluda uno que es de Alcalá. Así, misteriosa, en perífrasis toponímica,
en alusión inconfundible, en clave identificativa, la chismosa vierte los
saludos manteniendo en vivo las ascuas del deseo. Pero las ascuas prendidas por
el verso de las cercanías claras, llevó los tufos equívocos a las lejanías de
Alcalá de Guadaira y Alcalá la
Real, quienes han pergeñado historias e incluso congresos
para ‘quedarse’ con el Arcipreste indeterminado, generosas de auxilio al mirar
al poeta desposeído. Nunca pudo imaginarse la alcahueta de Hita que aquel
recado a la mora diera para tanto y que llegara hasta donde ella ni sabía.
Nunca pensamos que pudiéramos traspasar el tiempo y hacernos opacos.
Pero Alcalá de
Henares pertenece al ritmo geográfico, a la cadencia lineal de los hitos
seguros de Guadalajara y de Hita, cuya villa arciprestal va regada por el río
Badiel, afluente del Henares, el que comunica con las otras dos villas,
quedando así las tres unidas fluvialmente, además de andar transidas por el
mismo río de la mitra toledana. Y en Alcalá de Henares no solo debió nacer sino
que debió alcanzar en las cátedras de su Estudio de Sancho IV la alta teología
de su Uenerabilibus Johane Rodrici
archipresbitero como consta en un codicilo judicial de su sede toledana, la
que aquí, en su Señorío de Alcalá, estableció sus cortes entre 1325 y1347. Fue
éste un empeño jurídico de Albornoz, que escudriña así el caserío de las
andanzas de Juan Ruiz en esos años, su apasionado ir y venir. Esteban Azaña
refiere los datos de un códice de su Libro
que tras de fijar el nombre del autor el copista agrega: “que mora en
Alcalá”.
Se le ha dado
muchas vueltas interesadas al verso de la Trotaconventos. Sin
embargo, las ‘Alcalás’ homónimas y pretendientes no conocen estos otros versos
más definitivos de su alejado Arcipreste:
–Quiero ir ver Alcalá, moraré ahí la feria (Su deseo, en boca de Don Carnal, es
inequívoco y entusiasta para con un
Alcalá que no le es indiferente. Era la feria famosa de Alcalá de Henares que
bien conoce y le reclama, la de su plaza del Mercado, la que creó Alfonso X el
Sabio y protege su hijo Sancho IV y Alfonso XI)
–Por amor desta dueña fiz trovas e cantares. Sembré avena loca ribera
de Henares (Rememora alegrías amorosas junto al río
íntimo y testimonial de sus orígenes)
–Del río Henares venían los camarones (Por qué el río Badiel de
Hita no había de tener camarones propios? Porque él conoce bien el Henares de
su patrimonio afectivo y solo desde allí, cree él, podían remontar por el
Badiel. El Arcipreste como los camarones vienen del Henares)
Pero la lengua
torva y enredadora de la
Trotaconventos que propició el litigio con su seco y equívoco
‘Alcalá’, se ve ahora inundada del Henares que fluye. Como fluye el poema
alegre del alegre Juan Ruiz, el músico que se formaría en la Escuela
complutense de Música de la Abadía de San Justo, que dice componer trovas para
ciegos y bailables para árabes y para hebreos, la multicultura de su ancha
animosidad, forjada en el abigarrado Alcalá de Henares de su raigambre, “la
villa de las tres culturas”.
Es Juan el
alcalaíno alegre que lo fue para todos; es Juan la abeja paciente que liba la
flor de trece diferentes mujeres; es Juan el tenaz tejedor del Mester de
Clerecía que entreteje los hilos diversos de líricas y serranillas, de lo
profano y lo religioso, de la sátira y la moral. Es Juan el alcalaíno que
exhibe un rico telar de cantares e imaginaciones con pespuntes picarescos,
donde nunca se debilita la fe de su buen
amor, que como La Muela, la gran montaña hitense, nadie la pone
en duda por rotunda y todo lo domina y lo preside.
Fija, mucho vos saluda uno que es de Alcalá.
Repiten aquí y allá este verso como si no hubiera otro y no lo hay en el
refrendo de identidades. Porque bien saben aquí y allá que es otro quien habla
por la Trotaconventos
en el recado que quiso ser discreto, pero que resultó atronador en las Andalucías
del Este y el Oeste. Quien habla es su autor Juan Ruiz y se autodenomina, él
que lo sabe, como “uno que es de Alcalá”, el Alcalá de los camarones y de la
avena loca, el Alcalá de la orilla joven de los compromisos hueros, el Alcalá
trinante de la Dehesa
del Concejo, el Alcalá de la feria bulliciosa de San Bartolomé, el Alcalá de
las trovas y cantares que enardecen con el vino de la Tercia, el Alcalá de la
ribera del Henares sembrada por un amoroso alcalaíno que es músico y poeta.