martes, 27 de marzo de 2018

Los "cuatro-cincuentinos"



Los ‘cuatro-cincuentinos’


     La reciente conmemoración del 450º aniversario de la reversión de las reliquias de Justo y Pastor nos permite hacer algunas consideraciones sobre la oportunidad del número. Quien aquí escribe ha vivido en la historia local, además del 450º aniversario aludido, los del 450º aniversario de la muerte de la reina alcalaína Catalina de Aragón en 1986 y el 450º aniversario del nacimiento del alcalaíno Miguel de Cervantes en 1997. Y en estos dos últimos eventos el que aquí escribe participó activamente en sus fastos. Lo que adelanto para lo que ha de venir.



     El evento sobre Catalina de Aragón fue iniciativa del ayuntamiento de Peterborough, a donde pertenece la monumental abadía en que yace la reina aborrecida, y a cuyos actos asistimos por invitación inglesa dentro de la representación municipal de aquel momento, propiciando el hermanamiento entre ambas ciudades, hoy vigente y fecundo. Aquel acuerdo fue plasmado ante la oferta inglesa.



     En el evento cervantino que refiero, el que aquí escribe fue autor de una exposición itinerante y redactó y fijó los lugares para unas lápidas cervantinas en la almendra urbana de la ciudad  (Imagen, 1; jardín Casa de Cervantes; BP de la calle Libreros, hoy totalmente oculta; torre de Santa María; escultura a Astrana Marín; atrio de Trinitarios). Por cierto, algunas de estas placas están necesitadas desde hace tiempo de una mano de ‘sidol’ para hacerse legibles.



     Quiero decir con ello que las consideraciones críticas que desde aquí se sucedan no van contra nadie, son inocuas, porque el que aquí escribe, por meterse en farra, podría ser también destinatario de los posibles dardos. Y lo que vengo a decir con tanto prolegómeno lo digo al fin en pregunta retórica: ¿Acáso un numero, y un número de tan dudosa entidad como es el 450, justifica que se arme la que se arma? ¿No es el número 450 un quiero y no puedo, un cuarto y mitad, una pretensión redonda del que mira, algo así como aquel padre que quiere congraciarse a duras penas con la estampa de un hijo al que le falta un palmo?     



     Yo creo que los ‘cuatro-cincuentinos’ deben pasar por el gabinete del psicoanalista lo antes posible. Son gente descentrada, descolocada, desasosegada, que se mueve entre un 400 en que no eran y un 500 en que no serán. Sus celos, indomeñables, se dispararon por adelantado contra los que han de vivir plenamente los 500, no sea que en esos pagos futuribles ya no suene la flauta de su solfa. Y la consulta del psicoanalista se abre igual para los obispos que para los ‘councils tory” que para sus homólogos de aquel punto y hora, los concejales peperos de aquella iniciativa cervantina. Ellos, los quasi-redondos, los que creyeron ver en el calendario una efeméride que no tocaba, deberán lavar su alucinación en alguna parte. ¿O fue gente intuitiva?



     Porque esa es otra. ¿Estamos seguros de que en los años 500, los años redondos que siguen a los de nuestro descansillo de los 450,  persistirá esta devoción de celebrar las efemérides de nuestra historia? ¿Quién nos asegura que en los años redondos de 1036, 1047 y 1068 de los tres ‘450’ aquí referidos, no hayan cambiado nuestras costumbres y nuestras prioridades?  ¿Qué tendría de extraño que los podemitas futuribles que gobiernen a los ciudadanos y ciudadanas de este lugar no arrasen el santoral, castiguen la mirada a atrás y ridiculicen la devoción a los ancestros tal que el olor a alcanfor de los trajes del abuelo?



     Si eso fuera cuando fuese, entonces habrían triunfado plenamente los celos adelantados e inconformistas de los cuatro-cincuentinos, quienes, si no encontraron la justificación en la redondez de su número, la encontraron con seguridad en la traca que armaron y en los aromas intensos de la historia que revivieron. En el caso de que los aniversarios feos no provocaran, habría que inventarlos y buscar otros indicadores que inciten a recrear con regularidad la vida y los hitos ejemplares de su historia.    



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 24.3.2018
www.josecesaralvarez.org

La desaparición



La desaparición



      La visita al parque O’Donnell es siempre una grata revolera de recuerdos, de encuentros y desencuentros. Te topas con viejos amigos que allí siguen de pie y notas el vacío de los que ya no están, Doblaron su cerviz y su espina dorsal aquellos altos pinos que abovedaron nuestra infancia. Otros son todavía reconocibles. Es la claudicación y la persistencia como pautas observables de la vida a través de este museo efímero y renovado.



     El oído, acostumbrado a la fina ornitología del pasado, lo encontré suplantado por la escandalosa plática de las cotorras, que avasallaban los árboles impunemente. Entre las novedades encontradas en la orilla  de su paseo aparecieron dos dignas pilastras de ladrillo que, a modo de ambón de lectura, ilustraban en distintos y estratégicos lugares del parque, al árbol correspondiente de CERVANTES y al árbol de CISNEROS, levantados como hitos con ocasión de sus dos centenarios recientes. Fue una bella idea que llevó a cabo el grupo “Complutenses amigos por el Parque O´Donnell”. Reproduzco aquí una de las leyendas.



     En  un lugar del parque O’Donnell plantamos este roble que llamamos CERVANTES para que recuerde el IV Centenario de la desaparición de nuestro paisano más ilustre. Noviembre de 2016. IV Centenario de Cervantes.   



     Permítanme sus autores posarme sin acritud como cotorra del parque sobre la palabra “desaparición”. La “desaparición” de Cervantes me daba vueltas y vueltas sin llegar a convencerme su expresión. Puede que incluso en un diccionario de sinónimos aparezca como variedad de ‘muerte’, pero también los sinónimos tienen su punto. Pienso que “desaparición” fue lo que hizo Cervantes poco después de nacer aquí. “Desaparición” fue lo que hizo el mago del espectáculo al que acudí el otro día: metió a una rubia despampanante en un cofre, lo atravesó con lanzas y espadas, abrieron y había ‘desaparecido’ la voluptuosa dama.       



     Una “desaparición” monumental fue la perpetrada contra el monumento al ‘Camino de la Lengua’, cuya figura estaba apostada en la plaza de San Diego, frente a la fachada de la Universidad, difusa y desprotegida entre jardines que no acompasaban con el ilustre símbolo, el cual señalaba que la lengua castellana que nacía balbuciente en San Millán de la Cogolla, después de atravesar la vieja Castilla, cumplía aquí su viaje para tornarse renacentista y barroca.



     Alguien que conozco tiene casi obsesión por el seguimiento y desenlace de este monumento ‘desaparecido’. Unos jóvenes bárbaros se apoyaron de tal manera en su pluma que perforaron su base y apareció caída y después deambulante por distintos puntos del casco histórico. Le dijeron que la pluma estaba guardada, pero le dijeron después que la pluma iba a ser otra y que junto con el pergamino también ‘desaparecido’ ocuparía en su conjunto la plaza de la Victoria. Después pudo saber que la intención era que integrara el museo al aire libre, donde se alinean piezas escultóricas desprovistas de la simbología especial que guarda esta pieza, la cual no puede diluirse en el común de las figurativas, ni menos ser reparada con ‘otra’ pluma, sino con la suya, la que le hace hermana de la de Valladolid y Salamanca, cuyas figuras simbólicas del Camino de la Lengua, ocupan allí lugares emblemáticos de la ciudad, como el que ocupaba en Alcalá y donde debe ser repuesta como motivo patrimonial indisoluble.      



     Larga y episcopal “desaparición” es la que sufre el báculo del Arzobispo Carrillo, con más tiempo ya desbaculado que armado. Desaparecieron ya hace tiempo los paracaidistas de su vera, a quienes se les adjudicaba su continua “desaparición”, de tal manera que a Santiago de Santiago, su escultor, según me dijo, se le acabaron sus reservas para atender a tan pertinaz atentado.                    



     “Desaparición” fue la que le propinaron los rateros al joyero del chalet de mi amigo José, y “desaparición” fue la que sufrieron las Santas Formas Incorruptas, las de la Magistral y las de Las Bernardas, como desaparecieron también las reliquias de San Félix de Alcalá. Y “desaparición”, remozada en befa y mofa, es la de Puigdemont, el comecome de nuestros días.



     Pero de lo que estoy seguro es de que Cervantes no “desapareció”, se murió de todas todas, sin ambages ni medias tintas. Lo que aclaro de antemano a los oportunos visitantes del parque O’Donnell.

  

     José César Álvarez