La reciente conmemoración del 450º
aniversario de la reversión de las reliquias de Justo y Pastor nos permite
hacer algunas consideraciones sobre la oportunidad del número. Quien aquí
escribe ha vivido en la historia local, además del 450º aniversario aludido, los
del 450º aniversario de la muerte de la reina alcalaína Catalina de Aragón en
1986 y el 450º aniversario del nacimiento del alcalaíno Miguel de Cervantes en
1997. Y en estos dos últimos eventos el que aquí escribe participó activamente
en sus fastos. Lo que adelanto para lo que ha de venir.
El evento sobre Catalina de Aragón fue
iniciativa del ayuntamiento de Peterborough, a donde pertenece la monumental abadía
en que yace la reina aborrecida, y a cuyos actos asistimos por invitación inglesa
dentro de la representación municipal de aquel momento, propiciando el
hermanamiento entre ambas ciudades, hoy vigente y fecundo. Aquel acuerdo fue
plasmado ante la oferta inglesa.
En el evento cervantino que refiero, el
que aquí escribe fue autor de una exposición itinerante y redactó y fijó los
lugares para unas lápidas cervantinas en la almendra urbana de la ciudad (Imagen, 1; jardín Casa de Cervantes; BP de
la calle Libreros, hoy totalmente oculta; torre de Santa María; escultura a Astrana
Marín; atrio de Trinitarios). Por cierto, algunas de estas placas están necesitadas
desde hace tiempo de una mano de ‘sidol’ para hacerse legibles.
Quiero decir con ello que las
consideraciones críticas que desde aquí se sucedan no van contra nadie, son
inocuas, porque el que aquí escribe, por meterse en farra, podría ser también
destinatario de los posibles dardos. Y lo que vengo a decir con tanto
prolegómeno lo digo al fin en pregunta retórica: ¿Acáso un numero, y un número
de tan dudosa entidad como es el 450, justifica que se arme la que se arma? ¿No
es el número 450 un quiero y no puedo, un cuarto y mitad, una pretensión
redonda del que mira, algo así como aquel padre que quiere congraciarse a duras
penas con la estampa de un hijo al que le falta un palmo?
Yo creo que los ‘cuatro-cincuentinos’
deben pasar por el gabinete del psicoanalista lo antes posible. Son gente
descentrada, descolocada, desasosegada, que se mueve entre un 400 en que no eran
y un 500 en que no serán. Sus celos, indomeñables, se dispararon por adelantado
contra los que han de vivir plenamente los 500, no sea que en esos pagos futuribles
ya no suene la flauta de su solfa. Y la consulta del psicoanalista se abre
igual para los obispos que para los ‘councils tory” que para sus homólogos de
aquel punto y hora, los concejales peperos de aquella iniciativa cervantina.
Ellos, los quasi-redondos, los que creyeron ver en el calendario una efeméride
que no tocaba, deberán lavar su alucinación en alguna parte. ¿O fue gente
intuitiva?
Porque esa es otra. ¿Estamos seguros de que
en los años 500, los años redondos que siguen a los de nuestro descansillo de
los 450, persistirá esta devoción de
celebrar las efemérides de nuestra historia? ¿Quién nos asegura que en los años
redondos de 1036, 1047 y 1068 de los tres ‘450’ aquí referidos, no hayan
cambiado nuestras costumbres y nuestras prioridades? ¿Qué tendría de extraño que los podemitas
futuribles que gobiernen a los ciudadanos y ciudadanas de este lugar no arrasen
el santoral, castiguen la mirada a atrás y ridiculicen la devoción a los
ancestros tal que el olor a alcanfor de los trajes del abuelo?
Si eso fuera cuando fuese, entonces
habrían triunfado plenamente los celos adelantados e inconformistas de los
cuatro-cincuentinos, quienes, si no encontraron la justificación en la redondez
de su número, la encontraron con seguridad en la traca que armaron y en los
aromas intensos de la historia que revivieron. En el caso de que los aniversarios
feos no provocaran, habría que inventarlos y buscar otros indicadores que
inciten a recrear con regularidad la vida y los hitos ejemplares de su
historia.
José César Álvarez