lunes, 25 de septiembre de 2017



Amparo

     Dio para atrás un camión en el viejo muelle de la vieja ciudad y atropelló a una buena mujer. Dio para atrás un camión en la calle estrecha del Mercado Municipal y ocasionó una conmoción ciudadana. Era Amparo la buena mujer atropellada. Era una mujer que andaba la calle de su fe, esperanza y caridad. Una mujer de testimonio cristiano, entregada al prójimo. Y yo no sé si esto se puede decir libremente, sin acusar su efecto negativo, sin que a alguno le atufe la cera en mis primeros renglones. Fue pilar fundamental en la puesta en marcha de ‘la casa de acogida’ y murió en acto de servicio, haciendo recados a los enfermos.



    
Pero nuestra heroína de la calle carecía de las refulgencias de nuestros días. Ningún destello oriental ni dato exótico. Tampoco había realizado travesía alguna en cayuco alguno, ni era fugitiva de nada ni refugiada de nadie. Era sólo refugio de pobres y amparo de nombre y de ejercicio. Era, pues, un empeño mesetario, un apego tradicional, y una simple prolongación del oficio de beata. Nada del otro mundo. Así podría ser clasificada Amparo por los clasificadores baratos y funcionales de nuestra sociología de mercado y por los habitantes de su exclusivo mundo.  



     Y, sin embargo, Amparo regaba las aceras secas de su calle, humedecía sus aristas esquinadas, y detenía al hormiguero de va y viene, siempre acumulador y febril —¿sabes quién soy? Me llamo como tu mujer y fui catequista de tu hijo—. En efecto, era Amparo, como lo fue mi mujer, como se llama la profesora del ‘Miguel de Cervantes’, como se llama la hermana de Juan, como se llama la dependienta del supermercado, como se llama la concejala del PP, como se llamaba la madre del obispo…  Viene a ser esta, una pincelada de concurrencias horizontales, colorista. Y es que el amor al prójimo debe ser, primero, horizontal, como lo fue tu sonrisa, como lo fue tu calle andariega. Y, precisamente, tu calle andariega, dulcemente transitada, te traicionó. Porque fue tu calle traidora la que te dio muerte, cuando cumplías el atajo estrecho de tu calle y pisabas las piedras de morro, hoscas, las piedras cruentas de tu sacrificio.



     Diste la vida por tu calle y tendrás un cielo empedrado, Amparo.

   

José César Álvarez

Puerta de Madrid, 30.1.2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario