lunes, 25 de septiembre de 2017

El tiquitaca









El tiqui-taca
      
    El tiqui-taca es un estilo de juego, quiere ser la definición plástica del juego distintivo de la selección nacional de fútbol. Quiere ser la expresión de la clave de su triunfo mundial y doblemente europeo, cuyo éxito no se lo quita ningún vendaval holandés que en belicosa venganza le salga al paso. Es el pase corto en los momentos de transición. Es la machacona insistencia en la retención, casi burla del contrario, es el dominio del juego, el poder de la posesión, que debe cristalizar en un desenlace inesperado que se va cuajando con esa retención del tuya, mía, suya, del otro, del de más allá, para volver a empezar: mía, tuya…
     El tiqui-taca de la selección nacional, que parece pedir el relevo de sus ejecutores principales, me parece verlo también en la sucesión monárquica, que es el gran acontecimiento nacional que coincide en el tiempo con el genuino tiqui-taca que se comunica en esa conjunción selección-sucesión. Don Juan de Borbón no pudo decir ‘mía’, pero dijo ‘tuya’ cuando le pasó el balón a su hijo Juan Carlos, quien a su vez le ha pasado ahora el juego a su hijo Felipe. Pero este tiqui-taca es una razón de Estado, una transición articulada con seguridad, de tal forma que el balón no pueda nunca ser robado por el contrario, que la jugada no esté sometida al albur, que la entrega del balón no dependa de la circunstancia ocasional de la jugada. Su posesión de dominio no es coyuntural, el Estado no juega, el Estado prevé y provee. La estabilidad del Estado está sometida a la de los ciudadanos que acoge.
     Los dos tiqui-tacas, cuyos eventos se montan en el tiempo, envueltos en idéntica bandera, son, sin embargo, de naturaleza bien distinta. El tiqui-taca de la selección es espontáneo y caprichoso; pero el de la sucesión en la Jefatura del Estado no puede ser un capricho de gargantas futboleras del momento, no puede ser un grito de la calle, en contra de la seguridad ya pactada, con el falso señuelo de que la democracia se hace día a día. El tiqui-taca de la selección es para el juego corto, el de la sucesión es para el juego largo, tan largo que viene de siglos. Pero, ambos juegos deben ponerse en escena según un ordenamiento básico para su normal desarrollo. En el tiqui-taca del juego corto se respeta el reglamento y el árbitro arbitra con autoridad. Pero en el juego largo de nuestra convivencia, ese acuerdo básico ha sido protestado, y ha sido roto por dos grupos: IU y CiU. que no han respetado nuestra carta básica de convivencia y nadie les ha sacado tarjeta.               






     España tiene la monarquía más antigua del mundo después de Japón. En la monarquía que no vota, que es neutral, están incluidas y pagadas todas las elecciones y campañas políticas  para la presidencia de una supuesta república, cuya política se concentra y unifica en la figura del presidente del Gobierno. Si el tiqui-taca de la selección tiene un sello distintivo, también lo hay en el tiqui-taca de la sucesión, donde no hay coronación sino proclamación ante las dos Cámaras, como Monarquía parlamentaria, representativa del pueblo. Lo cual supuso una puesta al día de la monarquía tradicional.
     Pero los contestatarios que España ha llevado siempre colgados de la chepa a contracorriente, piden la Tercera República, en tanto que, para seducirnos, nos enseñan la bandera de la Segunda, a donde nos quieren llevar, retrotraer. Es ese, sin duda, el período más ominoso de nuestra historia, en cuyo fango quieren refocilarse, el período menos legítimo y justo, menos democrático, incendiario, cainita, atroz, donde ganaba la derecha en las urnas para formar gobierno y decidía el dedo del presidente republicano.
     El gran estadista alemán Otto von Bismarck, creador de la moderna Alemania, dijo una frase sobre España que está recorriendo ahora las redes sociales: ''Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido''. Eso que el alemán no llegó a conocer la II República ni la guerra civil. Pero conoció las guerras carlistas, a absolutistas y liberales, a monárquicos y republicanos, a anarquistas, las conspiraciones, las desamortizaciones, los pronunciamientos, los caciques, las banderías, los atentados…
     A la hora de actualizar la nómina de los destructores del Estado, surge un abigarrado maremágnum de activistas de contornos muchas veces imprecisos. Ahí está en la cabeza el separatismo catalán, los nacionalismos en general, el abertzalismo pro-etarra, el republicanismo filocomunista, el bolivarismo, los indignados,  los antisistema… El Estado puede entender el descontento de tan larga crisis, pero no se puede permitir nunca que la violencia y el pisoteo de la ley queden impunes.
     En el tiqui-taca de la selección hay un árbitro con silbato que pone orden y saca tarjetas a quienes le cuestionan su autoridad. ¿Por qué no existe eso mismo en los tiqui-tacas del Estado? Pues no existe.




José César Álvarez
Semanario ‘Puerta de Madrid’, 21.6.2014

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