miércoles, 11 de octubre de 2017

La línea de tiza



CISNEROS. Dibujo de Ignacio Sánchez
 
La línea de tiza

     El pasado fin de semana se representó en el Teatro Salón Cervantes, viernes y sábado, esta obra de teatro, “La línea de tiza” de José Luis de Blas, donde un convincente Cardenal Cisneros, interpretado por Roberto Quintana, nos ofreció una versión de los últimos días del Cardenal franciscano en Roa, el último y azaroso destino del regente de estameña parda.

     El perseverante purpurado salió de la villa de Alcalá de Henares en busca del nuevo rey Carlos I, de diecisiete años, quien desembarcó en la costa cántabra el 19 de septiembre de 1517 —ahora se han cumplido los quinientos años—. El octogenario arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá siente la necesidad de entrevistarse con el nuevo rey, educado en Flandes y rodeado de flamencos ambiciosos. Quiere evitar una guerra civil que bien presintió al saber de las arbitrariedades de una comitiva insensata que pisa tierra española con la seguridad de que porta su cetro.    

     La octogenaria experiencia del Cardenal busca la frontalidad con la inexperiencia regia, busca el encuentro con las intenciones de una elefanta madre que reconduce al cachorro inexperto, pero el joven monarca, que ha estado cerca en Tordesillas para ver a su madre doña Juana, le regatea, le evita. Le ha citado en Valladolid donde cunde la peste. El cardenal piensa que el rey le quiere muerto. Al final le cita en la villa de Mojados, cerca de Olmedo, pero unos golpes sobre el portón de su casa de Roa le anuncian definitivamente que allí tampoco irá. Y Cisneros se muere de la burla, de sus dos meses de burla, se muere ahogado de su caudal de amor a España que no encuentra su cauce. Su féretro llegó a Alcalá, el sitio elegido por el regente de burdo sayal para bien dormir, al igual que antes lo había hecho su encontrado arzobispo Alonso Carrillo. Dicen que la población alcalaína salió a su encuentro y que niños y mayores posaban su mano sobre el arcón del querido y santo franciscano, a quien el papa León X le había denegado el rigor de su ayuno diario.

     Cisneros manda al bufón Santillos que trace en el suelo una raya de tiza, no es el Santillos que buscaba, el que le hubiera servido de abogado de su causa para preparar dialécticamente el encuentro que espera en balde con el nuevo monarca. Este bufón es músico y le replica con tonadas, aunque le sirve como referente de su discurso. La línea de tiza trazada en el suelo separa a los unos de los otros y permite mirarse de frente. Todos, unos y otros, se miran en sus contrarios. Todas las guerras penden de una línea de tiza, frágil pero rotunda, cada bando a un lado. Hay guerras de muchos tipos. Está la guerra de los oficios y de los beneficios. Del lado del Cardenal está la ejecución desinteresada de los oficios que corresponden a un reino, donde las responsabilidades son asumidas no por parientes o amigos del soberano sino por gente capaz y entendida de su oficio. Del otro lado contrario están los que buscan rentas, embajadas, simonías, regalías, sinecuras, mayorazgos que recaen sobre parientes y allegados y que ocasionan ingentes sangrías a las arcas del Estado. Cisneros invita a Santillos, que representa allí al nuevo rey, a saltar la línea de tiza y venir a su terreno, al de la austeridad y la cordura y dejar de estar enfrentados.

     La guerra de Cataluña está también marcada por una línea de tiza. El cardenal Rajoy vuelve a ser burlado en su desencuentro en su Roa de La Moncloa.  De este lado de la línea de tiza está la Constitución, el Estado de Derecho, la Policía Nacional y Guardia Civil, la estabilidad presupuestaria… Y del otro lado de la tiza están los Mozos de Escuadra en su desobediencia judicial, el regionalismo excluyente e intolerante que se infla de un nacionalismo atufante y de un gasto ilimitado… Yo lo siento por aquella jovencita de la bolsa de basura opaca, que resbaló en la línea de tiza por causa de la lluvia y se le cayó la urna que venía al colegio ya cargadita y rebosante de votos. Todas aquellas bolsas negras escondían el trabajo ya realizado y precocinado con la transparencia y rigor que les acredita. Las rosas rojas de su perpetuo ‘san jordi’, tan generosas y fragantes, ofrecidas a la policía en inigualable gesto, escondían, sin embargo, la trampa saducea de las bolsas de su peor basura, la corrupción que les atenaza.

     La línea de tiza de Cervantes pone a un lado al auténtico Cervantes, él solito, el mismo que en este 29 de septiembre que se nos esfumó cumplió 570 años siendo alcalaíno. Y se colocan al otro lado de la línea los falsarios que se desviven de celos por el alcalaíno, entre los que destacan los falsos Cervantes alcazareño y sanabrés, sin poder faltar, claro está, Joan Miquel Servent, el autor de Don Quixote que fue originariamente escrito en catalán. Lo que no se dice “porque España nos roba”.

     Cuando Cervantes se atrevió a meter a don Quijote y Sancho en la misma Barcelona, dicen los que lo dicen que, desde entonces, Cataluña quedó cosida definitivamente a España para los restos de los restos. Amén.   

José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org
                                                            Puerta de Madrid, 7.9.2017