lunes, 25 de septiembre de 2017



Teresa de Ávila y Luisa de Cervantes

     El pasado fin de semana vino Teresa de Ávila al Corral de Comedias sobre la voz íntima de Julia Gutiérrez Caba y las viejas palabras encontraron su sitio. Vino el sábado y el domingo últimos doña Julia Gutiérrez Caba al teatro de Alcalá para prestar su voz queda y entonada a Santa Teresa, y se disiparon los balbuceos ininteligibles de los nuevos titiriteros. Vino Teresa de Ávila a Alcalá de Henares el otro día y me pareció que ya había venido.



     Allí, tras del Colegio de Mínimos, hoy facultad de Económicas, tras la plaza de la Victoria,  estuvieron las “casas de la Concepción” donde se albergó la Reforma carmelita de Santa Teresa, las que donó doña Leonor de Mascareñas, aya real y amiga de la santa, a María de Jesús, priora fundadora del convento de la Purísima Concepción, allí instalado en sus orígenes en 1562, donde tres años después, una vecina del lugar y próxima, ingresaría en el convento. Era Luisa de Cervantes, que fue Sor Belén y  llegó a priora en tres ocasiones. En 1576 se trasladarían al lugar actual de la calle de la Imagen, en la acera de enfrente de la casa de su tía María, donde de niña había vivido junta la familia.



     ¿Dónde vivía Luisa entonces? Existe una tradición, recogida por Anselmo Raymundo, ya escrita, que nos dice que la casa de los Cervantes estaba en la esquina occidental de la que hoy es plaza de los Santos Niños. No hay documento fehaciente, nada. Sólo un barrunto, un lejano ‘haber oído’. Pero es nuestro único asidero. Si así hubiera sido, Luisa hubiera estado a dos pasos de su convento elegido. Desde su casa tomaría la calle de los Carros, que fue de los Coches, y se presentaría rauda en el torno o ante el retablo de la Purísima. Podría haber sido por tanto un contagio por proximidad. La hipótesis suena.



     Esta sería la casa indocumentada que tenemos pendiente de identificar, la casa de la madre Leonor de Cortinas, hija única de una hacendada familia argandeña, casa de la que nos dice Astrana Marín que los Cortinas de Arganda, poseían en el corazón representativo del señorío. Es la casa pendiente de la “vecindad” de Cervantes que en Argel es “vezino” de Alcalá de Henares, como lo son la madre y hermanas, “estantes en esta corte” cuando acuden a la capital cerca de las Órdenes redentoras de la Merced y de la Trinidad para ayudar al rescate de Miguel y Rodrigo. Como consta que fue ‘vecina’ la propia Luisa en el acta de ingreso en la Orden Carmelita. 

    

     Presento aquí una ilustración cervantina, donde mi primo Ignacio Sánchez recrea la hipótesis de la casa familiar en el lugar indicado. Miguel departe con sus amigos poetas Laínez y Figueroa. Ignacio ha abierto una ventana que da a la calle San Juan y ha aproximado deliberadamente el fondo del Palacio Arzobispal. Si hubiera otra ventana frente a ellos, verían la Iglesia Magistral, pero sin torre, la cual tardaría casi un siglo en levantarse.



     Santa Teresa estuvo unos meses en ese convento cercano, serenando los impulsos de rigor de la priora andaluza, analfabeta y santa, la beata María de Jesús Yepes. Y, al menos otra vez, durante la estancia de 1576, se alojó en el nuevo convento de la Imagen, el que fue gran palacio del marqués de Lanzarote y que perdió al juego un tal Arenillas, cuya dama beneficiada lo vende a las monjas. Es el palacio convento que lleva por dentro y por fuera el ingenio renacentista de Covarrubias, venido a trabajar al Palacio Arzobispal.

    

     Pero la huella carmelita se proyecta en la ciudad sobre el firme de dos nombres de calles conventuales que llevan prendido su paso: la del Carmen Calzado, antes de la reforma, en cuyo edificio rehabilitado se aloja la Facultad de Arquitectura, y la del Carmen Descalzo, convento carmelita de frailes del que fue su primer rector San Juan de la Cruz, donde la lírica nunca voló más alta. Frente al solar que dejó el tiempo se yergue sin embargo, más antigua y remozada, la iglesia carmelita de San Cirilo en La Galera. Las monjas carmelitas de Afuera guardan entre su tesoro, un báculo de la santa y catorce cartas autógrafas, y el convento de la Imagen guarda recuerdos personales y su inefable celda de la unión mística. Y guardamos, claro, el denso aroma de la ascética que nos dejó la exposición teresiana de las Bernardas ‘Con los ojos del alma’ con ocasión del V Centenario de su nacimiento, apenas clausurado. 



     Teresa de Jesús y Belén de Cervantes, abulense y complutense, en la doble convivencia ocasional de los dos conventos sucesivos, unidas en idéntica Regla. ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida!



     Belén de Cervantes, tras el año teresiano que se va, se erige en bisagra del año cervantino que se viene. Vino Santa Teresa a Alcalá el otro día y me pareció que ya había venido.     

  



     José César Álvarez


Puerta de Madrid, 6.2.2016

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