lunes, 25 de septiembre de 2017



El ancla

     El siete de octubre pasado, 445º aniversario de la batalla de Lepanto, fijaron el ancla el almirante de la Armada, Juan Garat Caramé, y el alcalde de Alcalá de Henares, Javier Rodríguez Palacios, en la que desde ese día se llamó glorieta de la Armada Española en la carretera de Meco frente al edificio policial. Fijaron al alimón el ancla, donada por la Armada y aceptada y ubicada por la ciudad, bajo el orgullo recíproco del dador y el receptor, ligados a un mismo Miguel de Cervantes de este cuarto centenario de su muerte. Fijaron el ancla del soldado “ejemplar y heroico” que fue Miguel de Cervantes en contra de esa batulea de cervantistas oficialistas que se han atrevido con desvergüenza a extorsionar el heroico comportamiento de Cervantes en Lepanto en este aniversario redondo de su muerte.

     El principal biógrafo de Cervantes ha sido Luis Astrana Marín, cuya monumental obra en siete copiosos volúmenes lleva el título de “Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes”. Pues al biógrafo y al biografiado quieren llevarse por delante estos insensatos en un tema por otra parte ya bien trillado.

     Fue otro gran cervantista como Martín de Riquer el primero que planteó la hipótesis de que Jerónimo de Pasamonte fuera el autor de la segunda parte del falso Quijote firmado como Alonso Fernández de Avellaneda. Este tal Jerónimo había sido compañero soldado y cautivo con Cervantes en diversas campañas militares como Lepanto, Navarino y Túnez, donde fue hecho preso por los turcos, y cuya cautividad tuvo peor suerte que la de Miguel, llegando hasta los 18 años, la mayor parte de los cuales estuvo Jerónimo como galeote de los barcos turcos. Volvió a España y en 1593 publicó unos apuntes biográficos, antes de escribir su ‘Vida’, donde Cervantes con sorpresa se ve suplantado en la batalla de Lepanto. Las falacias propagadas por el galeote de “la Mancha aragonesa” fueron satirizadas por Cervantes en el personaje Ginés de Pasamonte que de galeote  cautivo de los turcos pasaba a ser galeote encadenado por malhechor para servir en las galeras reales, y a quien Cervantes replica punto por punto, en imitativa y superadora réplica en la novela interpolada del ‘Capitán Cautivo’ a las experiencias de las campañas militares narradas por Pasamonte.  Por eso dice el apócrifo Quijote de Avellaneda en su prólogo que él fue imitado primero, además de su queja sobre los “sinónimos intencionados” que sufre. Ginés de Pasamonte será el único personaje episódico de las dos partes del Quijote.

    
                       Maqueta de una galera española de la época
     
     Tiene Cervantes, sin embargo, otros testigos de su heroísmo en Lepanto, como de sus fiebres, quizás las cuartanas de Corfú, las que le obligaron a estar postrado en la cueva de La Marquesa, antes de la batalla principal, de la que nunca dimitió Miguel, pese a las recomendaciones de sus jefes y oficiales, no queriendo faltar en el momento crucial del combate al primer puesto del lugar asignado en el esquife, al frente de un grupo de doce soldados. De aquella batalla de Lepanto tomamos los momentos previos de la descripción del propio Astrana:
     “Publicóse al instante el jubileo e indulgencias del Pontífice para los que allí murieran y se hizo la absolución general. Entre tanto, el resplandor de las armas competía con los reflejos del sol en el mar, y la diversidad de colores, banderas, estandartes, flámulas y gallardetes entonaban el hosanna de la victoria a la vez que el adiós a la vida. 
Don Juan volvió a su galera e hizo enarbolar un Crucifijo (el antiguo «Cristo de los moriscos», que le traía el recuerdo de Luis Quijada), con la imagen de Nuestra Señora; se vistió con toda calma su coraza, debajo de la cual se prendió el «lignúm crucis» regalo del Pontífice, colocóse el collar del Toisón y se cubrió con su casco. Un momento quebró el sol sus rayos en sus atavíos de guerrero, y pudieron verle sus capitanes y soldados arrodillarse, pidiendo a Dios el triunfo. Después, desde lo alto de la proa, que le servía de puente, dio a los clarines y trompetas la orden de tocar la batalla. ¡Era la llamada terrible a las armas vengadoras y tiranicidas! 
Frente a frente ambas escuadras formaban como dos arcos opuestos, que apoyaban un extremo en la costa e internaban el otro en el mar. El ala derecha turca (Mahomet Sirocco) se enfrentaba por la parte costera con la izquierda cristiana (Barbarigo), y la izquierda turca (Uluch Alí) que entraba en el mar, con la derecha de la Liga (Juan Andrea Doria). Una milla antes de embestir, Alí-Pachá disparó un cañonazo, contestando con otro don Juan.

                                           Cervantes joven

Son las once de la mañana, el sol brilla espléndido, el cielo está límpido y como translúcido, y el mar semeja un plato de leche. El viento, favorable hasta entonces a la armada turca, cambia de pronto, y se tiene en la de la Liga por buen augurio. Avanzan las dos escuadras pausada y armoniosamente.” 
    Son los mejores testimonios de la valentía de Miguel su pecho hundido y su mano estropeada. Su galera ‘La Marquesa’ ocupó el encarnizado cuerno izquierdo y sufrió “más de cuarenta muertos”, y Miguel recibió dos arcabuzazos en el pecho a quemarropa y otro en el brazo. Ensangrentado, enardecía a los suyos para lograr la victoria. El 31 de octubre fue la entrada triunfal en Mesina, en cuyo hospital sanó Miguel tras larga convalecencia sin poder librarse de las secuelas de su mano izquierda. Allí fue visitado por don Juan de Austria, quien tuvo testimonio de la heroicidad del alcalaíno, a quien subió su soldada y le firmó algunos pagos de atrasos.
    
     Este ancla nos ha salvado de los galeotes cervantinos de nuestros días.    
  
José César Álvarez
Semanario ‘Puerta de Madrid’, 15.10.2016

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