lunes, 25 de septiembre de 2017



Los soles traidores del veroño

     Los recitados de Don Juan Tenorio ahuyentaron los soles traidores del veroño. Don Juan en Alcalá cumplió treinta años de callejeo incansable. Gustó el verso sonoro de la noche alcalaína en su efeméride, gustó el octosílabo itinerante de embozados y espadachines, gustó la rima consonante de la ciudad que fue sede del Siglo de Oro y gustó la cadencia de los espacios que fueron del Buscón. Sonó vibrante el verso para no romperse en el escenario de esta ciudad universitaria de la que fue alumno el creador del personaje, Tirso de Molina. Pero Zorrilla es el que mejor canta en esta noche de sombras y de capas, de pendencias y seducción, de calaveras y ánimas. Es el burlador impenitente de Don Juan el que convoca a toda esta riada de gente que se angosta afanada por la calle de Escritorios en su mudanza de plaza a plaza y que recibe en pie el torrente de los versos musicados.



  
Todo empezó por una apuesta entre Tenorio y Mejía: “Y vinimos a apostar quién de ambos sabría obrar peor con mejor fortuna”. Fue una rivalidad para hacer el mayor mal. Y en esta noche de romanticismo que quiere lavar las calles y el alma escandalizada de las corruptelas que nos trajo el veroño traicionero, a uno se le reaparecen las ánimas de Granados y Marjaliza, condenadas al infierno de Soto del Real y de Estremera. Ellos también rivalizaron en hacer el mayor mal.



     Como la sombra de las dos almas corruptas planeara por el Colegio municipal de Agonizantes, el alcalde, rápido y transparente, ha puesto a IU para presidir la comisión que siga el rastro de posibles comisiones, y has sentado a la oposición en la mesa de contratación de las licitaciones.



     En la noche de las sombras de la corrupción española, en las dos Españas inevitables, unos quieren extender sus propias sombras y otros patear la entrada en escena de los actores que no son de su reparto. Es entonces cuando me acuerdo de aquel pueblo construido junto a una salina. Continuamente unos a otros se decían: “Llevas sal en el pelo”. “Y tú en la punta de la nariz”. “Y tú en las cejas”. “Y tú en los zapatos”. “Y tú en los pantalones”. Los señalados se restregaban la cara o se sacudían la ropa.  Los políticos del lugar, manchados permanentemente por la sal inevitable, eran acusados de suciedad y de hurgar en las salinas del pueblo. Ahora dicen que van a ser suplantados por  la nueva generación de los hijos de los salineros. Y los hijos de los salineros, como los padres y los tíos, no se ven en el rostro sus manchas de sal. Sólo se las ven los demás.



     Lo cual quiere decir que en esta sociedad, metida en una travesía de un desierto de valores; en esta sociedad en cuya educación le han raspado la ética y la moral cristiana; en esta sociedad a la deriva sin décimo mandamiento, todos, padres e hijos andan envueltos entre la misma sal. Es la cultura del lugar. Es la religión del poder del consumismo, de la carrera del patrimonio, del coche como escudo personal actualizado. En este laicismo como estilo imperativo, en esta enseñanza de la posesión y el pelotazo, en este regocijo por Nicolasito, donde el esfuerzo no se prima, donde el que estudia es un friqui, donde se emprende por atajos, ¿quién puede acusar contra quién, si todos llevan la sal en el rostro? Nadie puede estar limpio de la sal acendrada en el paisaje, está en el aire, flota en el ambiente.

 

     Quienes no llevaban sal en las cejas, aunque llevaran ébola, eran los misioneros arrancados para escándalo de muchos desde las sombras profundas y humanitarias de África y bajo el sol cegador de la generosidad y del amor al prójimo. Eso es otra galaxia.

   

    
Y por si fuera poco, en este ingrato veroño, el espadachín Arturo Mas le ha retado al gobierno de España y pretende darnos un ‘finde’ tormentoso. Es Arturo el pendejo de Don Juan, farruco y perjuro, que quiere robarnos el hombro derecho del cuerpo de España a golpe de espada. Quiere así atacar nuestra integridad formal y biológica como si eso fuera posible. Quiere amputar las tierras que fueron de la Hispania tarraconense y goda, las que fueron Principado de Aragón y de España, las tierras solidarias en la lucha contra el invasor francés. Este Don Arturo Tenorio, en su delirio nacionalista, dicen, ha recitado a su Cataluña de esta guisa:



¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?





José César Álvarez

Puerta de Madrid, 8.11.2014

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