lunes, 25 de septiembre de 2017




La virgen del val en su carrera





     Se asoma la Madre un sábado por la puerta grande del alfiz moruno, la puerta gótica isabelina, bordada en piedra por los contornos de su embocadura, abiertas de par en par sus altas hojas de madera, olivaradas de bellotes, en tanto toma con precaución el escalón de su casa. Sale la Señora de paseo en la garrota de su carroza de oro, acompañada de sus hijos. Toma el escalón de salida bajo el celo de sus próximos, y en su golpe de aterrizada titilan sus abalorios y trepidan a una todos los celos acumulados de sus camareras, su capa y corona, sus flores, sus velas prendidas… 

     En este septiembre de calores que no cesan va la Señora camino de su vieja cabaña, de su refugio secular junto al humedal de su río que no cesa. Sale la Dama a la calle de la Tercia y abraza la plaza de los Santos Niños, la de sus copatrones mártires, la plaza de suelo remendado con un hilo blanco que canta, como canta el entorno necesitado del templo, que cuenta con un proyecto de jóvenes arquitectos que se dilata, que se diluye, que se necesita. Las celosas camareras de tu imagen no las tiene el entorno desvestido de tu templo, donde se pierde el aire de un costado y queda inédita la otra cara de tu torre. Canta la ausencia de las camareras del entorno desvestido de tu templo.


       Cantan las devotas, las feligresas, los cofrades,  ‘Ave, Ave, Ave María’, cuando la Dama andariega ejecuta el escorzo de la casa-tapón para enfilar el desfiladero rocoso de la calle Mayor, donde los ‘Ave’ se quiebran contra las aristas de sus pilares y donde han sido reducidas las posaderas de las tablas permanentes del bebercio y del comercio para que pase la Dama y su séquito. Ya no hay samaritanas que te den a beber en el cubo de su agua clara, entre otras cosas porque no hay sedientos. Ya no hay sed ni en este septiembre de calima sahariano, es el vicio del beber y del comer el que ha apilado por el momento sus sillas y mesas, porque la sed y el hambres se quedan en el África que se nos viene encima en pateras o en calimas.


     Pasa majestuosa la Señora del Tiempo rodeada de mortales temporeros que cantan y visten en su tiempo, acompañan en su tiempo y piensan en su tiempo, pasa la intemporal  Dama frente a la Casa de Cervantes, el del cuarto centenario de su muerte que se viene y que se va como la Nochebuena, pasa frente al Hospital de Antezana y frente al corral de la Sinoga, al otro lado, llegando a la plaza del Cervantes que repite como el pepino, donde airean los rectángulos de rosales espigados. Se asoma la Doctora de la Universidad por la calle del Bedel y se encoge de tanta plataforma sobre la fachada de San Ildefonso, de tanto andamiaje, de tanta mesa de operaciones que sobrecoge por el despliegue de su cirugía potencial. ¿Sacarán las vísceras a la fachada? Pasa la Patrona de Alcalá frente al Colegio del Rey que es y no es sede del Instituto Cervantes, para serlo fue cedido,  y penetra su mirada admirativa por el callejón de las Santas Formas, el de la Adoración Perpetua, allí junto a Jesuitas. Llega la Virgen a la Puerta de Mártires, que también repiten, y enfila la ‘calle Ancha’, que deja de serlo por las dos rotundas obturaciones de su arteria. El Paseo de la Alameda llega a la Avenida Virgen del Val, que anuncia el destino de la Dama.


     En la atardecida del lunes siguiente, la Señora toma la carrera de su retorno a la casa grande y catedralicia. Las autoridades que quieren acompañar a la Señora del Pueblo y del Tiempo se esconden en el retranqueo de la plaza de las Carmelitas de Afuera y del Cristo de los Doctrinos y se suman al cortejo. Pasa ahora la Virgen del Val, la perla de este valle, frente al andamiaje revestido de la nueva residencia estudiantil, el viejo cuartel que nos dejó y que será la jaula pajarera del centro de Alcalá, y ríe de largo la Madre su largo embozado de larga cosmética.




    La Alcaldesa Perpetua posa sobre el Ayuntamiento como lo hizo por siglos. Posa hoy circunspecta, hierática, apacible, segura. Al volverse, su rictus se agrava al contemplar de nuevo la parroquia sacramental de Santa María hundida, con su torre enhiesta, huera de repiques triunfantes. Pero al tomar la calle de Santa Úrsula encuentra su compensación en la cúpula de las Agustinas, festiva copa de cava invertida, la alegría del cielo alcalaíno. 


     Antes de coronar la calle de Escritorios y de asumir por concluso el retorno, el desdentamiento de un solar que renueva su actividad constructiva, hace pensar en el levantamiento del pecado urbanístico a favor de los que así rezaron: “Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.” 


 José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid, 17 de septiembre de 2016
www.josecesaralvarez.org










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