lunes, 25 de septiembre de 2017



Crónica del grito



     Te prometo, lector, que si me aguantas te daré los gritos más agudos de la historia de Alcalá, de España y del mundo. Todo ello en este papel terso y aparentemente uniforme. Todo ello con ocasión del reciente y famoso grito de Ronaldo, que nos inspira. Fue el grito de su tercer balón de oro, un grito entre delfín y lobo.



    
                     Ronaldo: Iiiiiiiiiiiiiiiiii
     
     El grito más famoso, el de Tarzán, llevaba también dentro un animal indescifrable, esa bestia selvática a que sólo puede llegar el hombre. Aunque el primer grito de Tarzán fue de Frank  Cerril en 1929, el grito más celebrado fue cuando encarnó el personaje Johnny Weissmuller. El primero era de monstruo grave, el segundo propagado y agudo.



    
                    Tarzán: Aooooooooooooo

      Dicen que los vikingos caían sobre sus enemigos con unos gritos cuya animalidad encogía a quienes huían. Pero este es un grito colectivo, entre los cuales, el rey de los mismos es “gol”, quien ha ganado por goleada al genuino grito español de “olé”.



     Volviendo al grito individual y ejemplar hemos de citar al insuperable alcalaíno Perdices que era autor de un eructo de tal naturaleza que si lo ejecutaba en la casa-tapón retumbaba en la plaza de Cervantes. Perdices era empleado municipal, experto en alcantarillas, de cuyo subsuelo alcalaíno, fétido y siniestro, pudo sacar a tierra el brutal espeluzno, a la cabeza del Hit Parada de la época. Por esta razón ocupacional, Perdices no salió de Alcalá a competir con los vikingos y los tarzanes que fueran.

 

   De la cloaca alcalaína ascendemos al palo mayor de la carabela La Pinta, que abre paso, donde Rodrigo de Triana, natural de Lepe y trasladado al barrio sevillano de Triana, había de dar el grito más famoso de la historia: “¡Tierraaa!”, que es también el grito de la corrupción que a los españoles nos rodea en todo tiempo y lugar. Fue el caso que los Reyes Católicos habían concedido un premio de 10.000 maravedís al primero que avistara tierra, lo cual gritó Rodrigo de Triana a las dos de la madrugada del 12 de octubre de 1492, pero viendo lumbre, y dos horas después gritó precedido de fuego de lombarda, que era la señal convenida: “Tierra”, señal y grito que repitió y que fue celebrado con algazara por los marinos españoles, entonando el Te deum de acción de gracias. Pero Colón, que había prometido un jubón de seda a quien primero avistara tierra, sin mencionar el premio regio, no dio nada aduciendo que él, con testigos, dos horas antes que Rodrigo vio candela. Era la isla de Guanahaní que llamó San Salvador. Rodrigo a la vuelta se marchó a Berbería donde renegó de su fe, porque le birlaron “sus albricias”. Pero moriría después en Las Molucas en la expedición de Elcano (1525-36).



    
                              Rocrigo de Triana: ¡¡¡Tierra!!!
     
     “¡Traidor!” es un grito atrabiliario del soportal, incrustado en las sicofonías someras de sus columnas seculares. “¡Traidor!” es grito cruzado de guerra civil, de francesada y de absolutistas contra liberales. Y te velo, considerado lector, algún grito insufrible de la Plaza de la Picota que yo me sé bien.



     Mucho antes, Penélope en la isla de Ítaca esperaba el retorno de su amado Ulises, vencedor de una guerra de Troya que había durado diez años y cuyo retorno iba a durar otros tantos, castigado por Poseidón, el rey del océano. Penélope, rodeada de pretendientes, tejía y destejía un sudario inacabable. Ulises, que adivinaba el peligro de su bella esposa, luchando en su barca contra vientos y tormentas, entre monstruos y hechizos, clamó en el océano con fuerza descomunal: ¡¡¡Penélopeee!!! Y andando los tiempos, otra Penélope, la Cruz, en la ceremonia de los Oscar de 1999 desfloraba un sobre para encontrar un premio que gritó así: “¡Pedrooo!” .



     Déjame, lector, acabar con una jota que seguiré ensartando a mi manera: Tengo un hermano en el Tercio, otro tengo en Regulares, y el hermano más pequeño preso en Alcalá de Henares, Sonó esta jota baturra, larga de agudos tonales, quejidos desde Aragón a la cuna de Cervantes, que prendieron en los mozos y cantaron en los bares con sabor a sangre frita y a callos y calamares, cuando la ciudad hervía de uniformes militares. Los agudos de la jota inundaban lacrimales, y el  agudo más agudo está en Alcalá de Henares, que al hermano más pequeño, la garganta de cristales, desde el patio de castigo, hoy parador de manjares, en una mañana rota se le escucharon los ayes.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 24.1.2014

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