lunes, 25 de septiembre de 2017




El fuego de Seseña
      
     El fuego de Seseña que está en nuestras lindes nos puso en mangas de camisa. El fuego de Seseña que se extingue se quiere quedar con nosotros.  Seseña era el gran museo de Bono. Ha ardido el museo de Bono, el de nuestra vida rodante, el que guardaba la huella indeleble de nuestra movilidad histórica, el que mantenía vivo, desgastado, rozado, el paso y peso de nuestros viajes de ida y vuelta, de nuestros ‘benidores’, de nuestros ‘cortes ingleses’, de nuestras ‘granvías’, de nuestros hospitales, de nuestros colegios, de nuestros entierros y de las noches de urgencias y de las noches de farra. Era un cementerio vivo, testifical, andariego, servil y callado, pero redondo de vida corrida y exhausta. Era un museo, el gran museo social de Bono.



     Se ha quemado el museo de Bono y de Barreda, unos bárbaros lo han incendiado sin consideración. Los museos que guardan tantas vueltas y vueltas, aunque no se vean, tardan varias semanas en arder.  Esto no es una fábrica de lejías. La historia encierra mucha densidad y propaga un humo negro, concentrado y antañón, atufante, heteróclito. Al cielo de Seseña se alzaron nuestros rodares, los vahídos físicos de nuestro tránsito concreto. Contra el cielo de Seseña se estamparon nuestras venturas y desventuras, nuestros días lentos y veloces, todos los frenazos de la vida. ¡Quién nos lo iba a decir!

    

     La pérfida Dolores de Cospedal, cuando fue presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha, arremetió contra este gran museo de Bono y Barreda, el mayor de Europa en su género. Lo perimetró con el insano afán de frenar su expansión, y retiró, llevada de su insensibilidad social, más de 7.000 toneladas de los recuerdos redondos de nuestro roce y nuestro goce. Ay, Cospedal del alma, mira a donde ha llegado tu fobia museística. Yo que creía que llevabas “esencia en tu entraña del aire de España, Maria Dolores”, mira a donde hemos llegado, al aire negro de tu perfidia. Ay, qué pena que no supieras valorar el redondo legado de Bono y Barreda, las vidas maceradas y arrastradas de la clase obrera de este país, explotada por la codicia de los bancos. Ahí teníamos en el gran museo la cicatriz cierta de su arrastre, de su humillación, de su camino difícil, y sólo la ha podido borrar esta derecha incendiaria y corrupta, que quiere eliminar la huella de su crimen.
    Pero cuando García Paje por fin fue presidente de la Junta, sin que para ello le hiciera falta superar los votos directos de la Cospedal, es que ni por asomo,  hasta ahí podíamos llegar, fue la descarada y desbancada presidenta y solicitó una enmienda a los presupuestos de la Junta para que se destinaran 500.000 euros para seguir reduciendo el gran museo de lo social, el de los ‘donuts’ negros del historial de servicios de la clase rodante. Menos mal que lo impidieron los émulos de Bono y Barreda, indiscutidos autores del magno museo, los que han debido lamentar más que nadie el pavoroso incendio.

     Pero los cielos ardientes de Seseña tienen sucursales no menos incendiarias. El Manzanares de Madrid tuvo caudal suficiente para sofocar el incendio del pasado domingo, producido por las banderas estrelladas del catalanismo en ebullición, propagado por la yesca de la ‘libre expresión’. Hay fuego si se televisa fuego, pero ni la 5 quiso hacerlo. Este fuego era anterior. Era la ‘libre expresión’ judicial que lo abate todo, que arrasa las decisiones del gobierno de un ejecutivo democrático responsable de la seguridad, que incendia la normativa de la UEFA que guarda el específico espacio de la competición y devora los picos de todas las normativas que defienden el puro deporte, la competición deportiva por sí misma, limpia de la ganga política  y separatista que nos cansa  por machacona amenaza, sin la mínima testosterona catalanista para alumbrar un ser en permanente proyecto, un engendro ya fétido. ¡Que ejecuten su independencia de una puñetera vez, si es que saben y se atreven! y nos dejen de mover en las narices del Jefe del Estado y en las nuestras propias sus puñeteras banderas estrelladas con el ‘deportivo’ vaivén de sólo joder y joder, práctica permitida  por una injusta y melindrosa tolerancia, mientras que en Cataluña las banderas españolas y constitucionales que entran en los estadios son lanzadas al cubo de la basura. Después que 120 banderas estrelladas de otros tantos municipios catalanistas mantienen la pasmosa desobediencia de presidir ilegalmente sus espacios, deben quedar estrelladas en ese momento todas ellas en todos lados por desacato e invasión. Que se tatúen ellos y entre ellos sus banderas estrelladas sobre sus frentes delirantes. La justicia restituirá un día a Concepción Dancausa, delegada del Gobierno, tumbada por un fuego absurdo.  



     El fuego de Seseña y sus sucursales está cerca de ‘saña’ y de ‘señas’. La saña que se nos viene y las señas que se nos van como en la nochebuena.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 28.5.2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario