lunes, 25 de septiembre de 2017



Romance de la plaza de Cervantes



     Es la plaza de Cervantes sala que en pared testera lleva pintado un mural de torres con sus veletas. Es salón de la ciudad donde los vecinos entran, donde los turistas pasan y los estudiantes llegan. Aula magna, paraninfo, sala de grados, audiencia, capilla del Oidor, parlamento de polémicas, salón noble y de concilios de actitud peripatética. Es el estreno de un traje, es el real de la feria, el mercado medieval, la meta de las carreras, procesión de penitentes, el baile de edad tercera, el tío-vivo de abuelos que pagan la papeleta, la recogida de firmas, el altavoz que ganguea, el árbol de Navidad, pancarta, mitin y huelga, cuestaciones por el cáncer, por la Cruz Roja y el ébola, terraza de los refrescos, punto de encuentro y espera, túnel de los plataneros, farolada y rosaleda.



     En el centro geográfico del rectángulo se eleva un bronce, que es hombre de espada y pluma, que es árbol que da esta tierra, que es don Miguel de Cervantes, fruto que si se cayera, se cayera el español, que sin Cervantes no hay letra. Es la plaza de Cervantes plaza mayor de la Lengua, manantial de la voz noble que atravesó las Américas, mano izquierda estropeada para gloria de la diestra, una mano es menestral y en otra, hidalgos pasean, unas escaleras bajan a hacer aguas bajo tierra y otras suben a hacer oros con barandas que flamean.                




     De antecedentes discretos tuvo pisada terrera, ladrillos en sardinel que trazaban jardineras y bajo el altivo bronce corona de laurel seca. Tuvo mayos de sus quintas, tuvo cucaña de fiestas, tuvo los coches de choque, tuvo bicis dando vueltas, el baile del pasodoble con el solo de trompeta, el junco que ata los churros  de cinturas que voltean, tendido de banderitas logotipo de verbenas. Cuerda que baila al peón y que en la mano sesea, aquel salto de la comba de las chiquitas que medran, cable de telefonía que en la fachada bandea y el racimo de colores de globos que dominguean. Y en la iglesia que era ruina servían la pirotecnia y una calabaza hueca con vela de calavera.



     En el balcón principal se suceden las banderas, se amontonan los colores, los territorios se expresan con la de Europa y España, Madrid con sus siete estrellas, la cárdena de Alcalá y ahora también se muestra –es rabiosa actualidad– la de arco iris en fiesta, un territorio tan íntimo que en el mapa no se encuentra.



     El quiosco de la música es de filigrana férrea de modernista trazada y de biografía ecléctica. Son las bandas militares las que traen la concurrencia. Allí los compases vivos  de sinfonías maestras de instrumentales de viento y percutente potencia.  Altar de sagradas Formas incorruptas allí expuestas cuando la plaza cantaba: “Cristus vincit, Christus regnat”. Cuellos de cisne de punto, sindicatos del setenta, puños cerrados en alto con voz bronca de protesta. Allí se dieron trofeos como alto podio de atletas que del río se trajeron el limo de sus riberas. Bandas, hostias, puños, podios fue su múltiple existencia.



     “Siete mil quinientos son los soldados que le llegan” dijo ‘El Campesino’ a Azaña  cuando honores le presenta en esta plaza, cuadrado, quien el desfile encabeza. Siete mil quinientos son los soldados que sestean ante el fuego programado de la iglesia cabecera, Santa María Mayor, después su torre fue exenta, y la pila bautismal de Cervantes, fue desecha. Plaza de guerra civil de fratricida contienda, refugio antibombardero de soterradas vivencias, ejecuciones de plaza, de paseíllos y checas.



     “Saber la verdad queremos” gritaba la plaza entera, codo con codo, unida por el dolor e impotencia cuando en el once de marzo cuatro trenes nos revientan. Dos mil víctimas heridas, doscientas quedaron muertas, la plaza quedó sin gente y la verdad quedó inédita, de malas hierbas ahogada y un morito en una celda cargando con cuatro trenes de su irrevocable pena.



     Hace siglos esta plaza tuvo mercado de bestias y las boñigas pingantes eran su mayor

esencia. En el centro el muladar junto al canal que serpea, que parte la plaza y villa y que media en la pedrea entre mozos y estudiantes en el siglo de las letras, del Buscón y del Guzmán de la vida picaresca, las dreas que ensangrentaron la estudiantil convivencia. Las heridas restañaron y Alcalá cubrió sus dreas del tostado almibarado que garapiña su almendra. ¡Las almendras de Alcalá de su drea recompuesta! Las que primero volaron sobre el canal que partiera como partieron las vías y partió la carretera. Como parten las costradas y las rosquillas de yema.



José César Álvarez

Semanario PdM, 10.7.2015

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