La esquina de
Gil
Vamos a pasear
Es la primera
vez que escribo en PUERTA sin la presencia de Sandalio. Y ello se nota, qué
diantre. Uno lo miraba antes de ponerse a teclear. Subió Sandalio San Román, un
doble santo, ante el simple santo de San Pedro, y éste, acomplejado, le
preguntó si era el del PUERTA, y sin esperar su respuesta retardada le dijo San
Pedro que entrara por su propia puerta. Y es que al cielo también se entra por
la Puerta de Madrid, aunque ahora no ejerza para el resto de los mortales.
Sandalio se ganó la PUERTA.
Me acuerdo que
cuando era niño pasaba por el arco de la Puerta de Madrid en la delantera de la segunda planta del Lancia que iba
a Madrid, y agachaba la cabeza inconscientemente al traspasar el ojo de aguja
de piedra blanca. Hoy ya no se va a Madrid en un bus de dos pisos, pero todos
los alcalaínos que lo son de entonces siguen viajando a Madrid en el Lancia,
aunque sea un Mercedes o un Setra. “Iré a la Cibeles –me dijo
mi amigo Chemari hace poco–, pero no iré en el tren sino en el Lancia”.
Ese ojo de
aguja de piedra blanca por el que yo me agachaba de niño fue obra del arzobispo
Lorenzana, que quiso con ese botón, que es ojal, compensar a Alcalá de todo la
ruina patrimonial que dicen ocasionó. Vendió para beneficio de los pobres la
sillería de la muralla, pasando a ser de tierra la cerca de la calle Sandoval y
otros puntos distantes. Vendió relieves y obras de arte, y dicen que también
hizo estragos en el Salón de Concilios del palacio Arzobispal para acoger a 120
sacerdotes franceses que huyeron de la guillotina de la Revolución francesa,
los cuales compartieron espacio con San Felipe. Es cosa que debían de saber los
agricultores franceses que nos vuelcan la fruta española ante la impasibilidad
de su policía y de nuestro desgobierno.“
Lorenzana era
un santo” me decía el Padre Alba, largo colaborador de este semanario, mientras
se despojaba del último ropaje de misa en la bella sacristía del oratorio de
San Felipe Neri. “Lorenzana primero fue sacerdote, fue un alma evangélica” me
decía Ángel Alba, ya desataviado, q.e.p.d. como réplica a mi reciente artículo
sobre el creador de la Puerta de Madrid. Pienso que también mi colega, riguroso
historiador, fue primero sacerdote, y advierto en él que los colaboradores de
PUERTA DE MADRID también se mueren.
Mi última
sección en este semanario se tituló “En la punta de la lengua” y hubiera
seguido con tal cabecera a no ser por cierto percance ocurrido en la esquina de
Gil donde todo transcurre. Es la esquina de la antigua farmacia de Gil, hoy
churrería, esquina a Libreros con la plaza. La acera se estrangulaba incómoda
en tal punto hasta que el alcalde Rodríguez Palacios la sacó de su secular
estrechez y la dispersó. Fue poco antes de su dispersión cuando alguien me
voceó allí: “¡En la puta de la lengua!”. No me había parado a pensar que la
supresión de una sola letra de mi cabecera alcanzara tan fatal significado. Iba
acompañado de mi amigo Lolo, quien no creyó que tal dicterio fuera contra mí. Pero yo
sabía muy bien que era para mí. Había publicado un artículo sobre un siniestro
personaje de la guerra civil en Alcalá, cuyo nombre habían adjudicado a un
parque. Creo que Lolo, que no leía, menos lo entendería si le explicara, así
que desistí. “Vamos a pasear” le dije.
A Lolo lo
conocí en los paseos del parque O’Donnell, único y señorial parque de entonces,
mucho antes de la tala masiva de Pepe Calleja en los años setenta para
entronizar a su majestad el césped. Jugaba
con él al ping-pong en los juegos Fraile que había dond estuvo el hotel Bedel.
Cuando los saques no eran limpios había que repetirlos y yo decía “red” y él
decía siempre “net”. “¡Red!” remachaba yo con todas mis ganas repletas de la “erre”
española. Pero, andando el tiempo, cuando yo me introduje en la lengua inglesa,
descubrí que mi amigo Lolo llevaba razón, siendo portavoz del mismísimo
Wimbledon. Y fue precisamente la “ene” nítida de Lolo, la que a su lado me
robaron con ira en la esquina de Gil donde todo transcurre.
JOSÉ
CÉSAR ÁLVAREZ
“Puerta de Madrid”
23.2.2024