lunes, 25 de septiembre de 2017




Las ascuas vivas de Santa Lucía



     Es la hoguera de Santa Lucía un ejemplo vivo de las tradiciones alcalaínas que se mantienen en pie, entre las cenizas de otras muchas, doblegadas por el afán de los nuevos tiempos. Dicha hoguera, que tradicionalmente se prendía de manera inexorable la víspera de su día 13,  y cuyos orígenes han querido explicarse como celebración del final de la siembra, uno, sin embargo, la vincula directamente a la devoción a la santa, Es la luz frente a su ceguera, la llama ardiente frente al ojo ciego de su misma puerta. Es ése un origen desde luego más bello y ceñido.



     Está muy bien que la cultura oficial alcalaína y sus instituciones apoyen una tradición como lo es la hoguera de Santa Lucía. Pero cuando ese apoyo se institucionaliza pierde el sabor prístino de cuando la sola Hermandad de Santa Lucía, patrona de ciegos y modistillas, en su solemne pobreza, acometía en tiempos pasados y con sólo apoyos personales la tradición de la fogata.



     Nada que reprochar en este atinado rescate de una de sus más simpáticas tradiciones. Todo lo contrario. Pero aquella voluntariosa adhesión a la costumbre, aquella arraigada fidelidad al sentir del caserío, siempre desinteresada y entusiasta, es preciso hacerla consignar aquí. Eran entonces determinadas personas quienes eran las instituciones, personas insustituibles en aquel tiempo para el desarrollo de cualquier evento.



    

     Me estoy refiriendo a las hogueras de los años sesenta y setenta, donde no había vallas, ni polis, ni protocolo, ni micros. Eran hogueras tan pobres que ni han existido, no están catalogadas. Algún historiador que se precia dice que acabaron el mismo año sesenta. Pero su calor posterior fue tan cierto que se aprovechaba de pura necesidad, de espaldas al pinito folklórico y a la grada. No teníamos Europa, ni democracia, ni obispo, pero las hogueras tiraban para arriba como siempre. Y hasta hubo alguna crónica de este mismo cronista y en este mismo papel. 



     
     Alguien distribuía un aviso a la vecindad para que allegaran a la calle de la Tercia, frente a la ermita de la santa y bajo la torre de San Justo, los muebles viejos, papeles, cartones y demás enseres que, formando pila, hicieran posible la brama alta. Los vecinos sabedores de la histórica pira, retenían los desechos para la ocasión. Prendida la colosal chasca, volaban las pavesas. Cuando la llama embravecida cedía, la pala y el rastrillo, servidos por mano maestra, proyectaban el uso de la badila en el brasero y acaldaban las ascuas. Entonces, sobre aquellas ascuas resultantes, se asaban patatas, aderezadas con la sal gorda servida sobre el papel de estraza, y poco más, a tenor de los tiempos de la precaria despensa. Eso sí, regado con un vino peleón que alegraba el corro, y con cuya ayuda, al mirar las brasas candentes, se rememoraban las hogueras que fueron. Las hogueras en corro tienen ese poder de atizar el recuerdo e incluso el canto y el cante, en tanto nos llevábamos a casa ‘las cabrillas’, clavadas en las espinillas como sello indubitado.   

    

     Santa Lucía fue, como los Santos Niños, una santa mártir de la persecución de Diocleciano contra los cristianos. Los que a su vez son mártires de la época se miran de frente. Justo y Pastor eran de Compluto y tienen torre alta y catedral. Lucía era de Siracusa y tiene ermita, que fue sede vieja del Concejo. A Compluto llegó la devoción de la de Siracusa, y a Siracusa llegó la devoción de los complutenses.



     Eutiquia, la madre de Lucía, había comprometido a su hija en casamiento con un joven noble como ella. Lucía le rechazó porque había decidido desposarse con Dios. Pero el joven denunció su fe cristiana a la autoridad romana, por causa de los desaires sucesivos que el noble recibía de su prometida. Lucía preguntó a su admirador que qué era lo que más le gustaba de ella.



     —Tus ojos —le contestó.



     Al día siguiente, Lucía obsequiaba al noble con sus dos ojos arrancados y servidos en bandeja de plata.                         
     Los ojos de Lucía se renuevan cada año con las ascuas vivas de la calle de la Tercia.
 
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 20.12.2014
www.josecesaralvarez.org

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