lunes, 25 de septiembre de 2017



La velocidad del otoño


      ‘La velocidad del otoño’ es una obra de teatro de Eric Coble, que ha sido representada con éxito este pasado fin de semana en el Teatro Salón Cervantes, interpretada por Lola Herrera y Juanjo Artero. Resulta que Alejandra, una artista de 81 años, se atrinchera en su propia casa con cócteles Molotov de suficiente entidad como para volar todo el bloque de vecindad. Quiere así Alejandra defenderse a toda costa del plan de dos de sus hijos de sacarla de allí y llevarla a vivir a otro lugar durante lo que le queda de vida. Aquello resulta ser una declaración de guerra contra su entorno para salvaguardar su vida y su libertad. Pero todo empieza a cambiar desde el momento en que Cris, su tercer hijo, que llevaba ausente veinte años, escala el árbol querido de su madre y entra por la ventana del segundo piso de Alejandra con un sencillo “Hola mamá”. Es entonces cuando se reactivan las bombas de los afectos dormidos, se reencuentran las analogías familiares y vocacionales y fluye la comunicación hasta entonces obturada. Cris va a ser el mediador, la bandera blanca, el conmilitante y hasta el compañero del último paseo de Alejandra.

    
     La velocidad de este otoño español ha podido observarse en la apertura de la legislatura en el Congreso de los Diputados. Era primero una velocidad del espacio en el que habían de entrar el Congreso y el Senado juntos. Los diputados y senadores más antiguos corrieron para coger asiento. Los escaños eran de los más veloces de este otoño veloz y los peperos quitaron sus asientos a los podemitas a quienes hacían tururú con su velocidad del otoño. Los que aplaudían la llegada de los reyes y el formidable discurso de Felipe VI aplaudían con la velocidad del otoño por los que no aplaudían. Esa velocidad del otoño se manifestaba en los pulsos y taquicardias de gran parte de sus señorías por causa de esa desubicada bandera republicana que restaba solemnidad al acto constitucional. La velocidad del otoño de las protestas de los de siempre no tienen paro en ninguna estación del año, festividad o marco y la reina lleva el disgusto en la cara en esta ocasión.



     En esta guerra de trincheras que forman los escaños de podemitas e independentistas, a veces también de socialistas, solo falta que vuelva Cris por la ventana y diga “Hola mamá”. Es un mensaje sencillo, en el nivel de la cordura, de la primera nobleza, anterior a los dobleces y beligerancias, ese nivel olvidado de la transparencia humana. Se habla tanto de la transparencia de los dineros y las posesiones, y nunca se habla de la transparencia del ser humano, enmascarados ellos bajo palabras equívocas, tácticas políticas y técnicas de éxito personal. El hombre público no debe enmascararse.



      La tribuna del Congreso es una trinchera como la de Alejandra. Como lo son las tribunas de las Comunidades Autónomas, como lo son los Plenos de los Ayuntamientos. Los políticos lanzan palabras como proyectiles. Si no lo son por quienes las profieren, lo son por quienes las reciben. Ningún político convence a otro de signo contrario desde la tribuna. A lo sumo llega a ser una competición de ocurrencias o de insultos. El Congreso dejó de ser hace mucho tiempo el templo de la palabra. Y no solo por la pobreza del verbo, sino por la incapacidad de convicción y de entendimiento.

    

     El otoño de Alejandra, el del pelo blanco, el de la madurez, tiene la velocidad de la frugalidad de la existencia humana, en la que la titular de la vida quiere seguir siéndolo, oponiéndose hasta la barricada a que otros decidan por ella sobre su vida. El otoño tiene la velocidad de una carrera de fondo por etapas. Las etapas de los otoñales son llanas y se disputan contra-reloj. Hay quien dice que el otoño es cuesta abajo y que marcha imparable hasta el gélido frío. Pero, quitándole dramatismo, nosotros diremos que el otoño de la vida es la calmada plenitud donde resalta la nostalgia de unas hojas caídas que fueron triunfante primavera. El otoño lleva la estampa de la fugacidad del tiempo sin que sea más veloz que otras estaciones. La madurez del otoño de la vida no da sensación de mayor velocidad que el esplendor caduco de la primavera, siempre que no nos fijemos en la cuesta abajo de los deterioros otoñales.



     En este último sábado de rabiosa actualidad, en el que, además de la obra de teatro del título, se han sucedido la del ‘Corral de Comedias’ El camino del cielo,  como el concierto de órgano y oboe de la Catedral, como la exposición de La investigación del espacio en los Caracciolos…  Todos estos eventos, sin embargo, serán pronto hojas secas rodantes al albur de la velocidad del otoño de esta desmayada ciudad de hoja platanera. Si me permiten autocitarme, ese otoño inmisericorde aparece en estos versos del romance de mi ‘Calle Mayor’:               



Todo pasa, pasan todos

el soportal displicentes

sin saber que los tamiza,

los afila y palidece.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 19.11.2016

Puerta de Madrid, 27.11.2016



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