lunes, 25 de septiembre de 2017



La salida



     ‘La salida’ de la Vuelta a España de la plaza de Cervantes ha llenado de vivos colores la tarde del domingo complutense. Era ‘la salida’ de la última etapa. Y los vivos colores de la apariencia recubrían los cuerpos agónicos de unos deportistas sometidos a los excesos más bárbaros. Ciclistas nazarenos cargaditos de coronas de espinas delante y descargaditos detrás  (los platos, delante; los piñones, detrás) se disponían a cumplir la última estación de su ‘via crucis’. Los organismos que debieran defenderlos de tan exigente circo sólo salen ante ellos para multarles y amenazarles, nadie para recortar el rosario de puertos de esfuerzo sobrehumano. Salieron de Alcalá, pues, los ciclistas en su condición de zombis —ahí iban los animadores de las veintitantas siestas—, mirando sólo la rueda delantera para evitar hacer el afilador. Lo demás no importaba, como no les importó el Embalse del Ebro ni el Hayedo de Tejera Negra ni las murallas de Ávila. Hay que acabar como sea. Alcalá, principio del fin.



     Sin embargo, hay que reconocer el fervor admirativo que arrancan los ciclistas. Su paso por la calle de Libreros fue un terremoto, una conmoción. Alcalá, además de su colaboración en esta ‘salida’, pertenece a uno de los patrocinadores oficiales de la Vuelta, como miembro que es, entre 15 ciudades, del grupo de “Ciudades españolas patrimonio de la Humanidad”.



     ‘La salida’ del concierto de Rápale que tuvo lugar el sábado en ‘La huerta del Obispo’ junto a la Orquesta sinfónica ‘Ciudad de Alcalá’, fue una operación lenta, pero ordenada. Las entradas son por lo común más escalonadas, pero las salidas son siempre unánimes. Miles de personas quieren salir al mismo tiempo. La evacuación de estos eventos constituye una maniobra operativa que coordinan los responsables de la seguridad ciudadana. El espacio de que se trata es despejado, pero presenta un estrangulamiento en ‘la salida’. Hay otra circunstancia que punza y apremia a cada uno de los miembros salientes, es su necesidad mingitoria, la que ni las músicas celestiales que llevaban encima conseguían mitigar. La kilovática megafonía de la música del ‘Ráphael Sinphónico’ inundó la noche alcalaína. Digan lo que digan los demás.  

       

     ‘La salida’ de Cataluña de España es una meada de Arturo Más para con el resto de España. Es una humillación intolerable e inconcebible. Romperse España es romperse por dentro cada uno de los españolitos, también los que quieren irse. Sólo los  malvados gozan con la amenaza, nunca se han sentido más importantes.



     Segismund Freud describe a los nacionalismos como “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. El narciso es el que se enamora de sí mismo, de su diferencia, de su distintivo peculiar, y no tolera que el colectivo común no asuma su diferencia con la misma fuerza que los ‘diferentes’. Aparece el odio frontal contra la comunidad, de la que reniegan, rechazando su común cultura en venganza por no asumir sus peculiaridades. Tolerarlas no es suficiente. Ahora el colectivo común es imperialista y los diferentes hacen todo lo posible por agigantar las primeras “pequeñas diferencias”. Surge entonces la manipulación de los resortes emocionales para la adscripción de grupo, y retocan sin rubor la lengua, la historia, la geografía y el sistema legislativo.



     Todo ello es asimilado cognitivamente y fondea en los subterfugios humanos del grupo. Los nacionalismos y naciones no son invento de los siglos XVIII y XIX, sino procesos que anidan en los estratos profundos de la condición humana, donde subyace el espíritu del clan, el cual busca la oportunidad más débil de la comunidad que dice oprimirle, para decantarse y aislarse a toda costa en la autocomplacencia de su inicial narcisismo. Freud y Cataluña.




     ‘La salida’ de los grandes almacenes no es desde luego el letrero más recurrente. Si dicen que los carros de compra se ladean intencionadamente hacia los puestos, abjurando de su verticalidad, no es para menos que los letreros de ‘salida’ escaseen. He visto a un cliente que ha andado un largo pasillo  equivocadamente buscando ‘la salida’. Ahora lo desanda, está perdido, y, malhumorado, se cree con todo el derecho a interrumpir a una dependienta que parlamenta con su clienta, para abordarle así:



     —¿‘La salida’, por favor’?



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 19.9.2015


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