lunes, 25 de septiembre de 2017



Los huertos



     Dicen nuestros munícipes, para justificar la creación de los huertos urbanos que ahora se están montando junto al Parque Ferial, que ello es volver a nuestras raíces. También nuestras raíces están, entre otros sitios, en la Monarquía Católica del Concilio visigodo de Toledo y en la Cruz de Mayo, en la cultura troglodita y en las noches de plenilunio. De momento, parcelar lo público es también privatizar, por muchos muchos huertitos que se hagan para muchos muchos vecinitos. Los huertos son, en definitiva, una sucesión alineada del acotamiento del ‘yo’. Los huertos municipales son el aparcelamiento del particularismo, un mohín del egoísmo. Entre la propiedad privada y pública no hay término medio, porque la propiedad pública no tiene restricciones, la exigimos magra e incólume.



     Yo no quiero huerto, yo quiero huerta, la unidad imparcelable. Por eso el obispo tiene huerta, no huerto. El absoluto no se minimiza, no se trocea. Los que pedimos huerta y no huerto somos los que  pedimos se cumplan en el Parque Ferial los plazos y proyectos de su programada ejecución. Queremos el parque entero, el proyectado por ciclos, el que por naturaleza debe unirse al río, pese a tanto puritanismo imbécil, tanta zapa y zepa. Somos los que pedimos el canal de embarcaciones y usos múltiples acuáticos. El canal unitario y único, el de todos, no los goterones perdidos de los grifos individuales que pertenecen a la integridad de un patrimonio público no enajenable.

    

     La palabra ‘cultura’ tiene color de tierra de huerto, porque ‘cultura’ es cultivo. Y ya que estamos manchados de terrosa cultura, diremos que las asociaciones culturales del lugar son huertos donde se cultivan músicas y palabras, palabras en vivo o en conserva, se plantan y cultivan viajes y comidas, un sinfín. Uno de estos huertos importantes del lugar planta libros, algunos muy buenos. Pero uno de los hortelanos importantes del huerto importante del lugar se planta sin rubor sus propios libros de coleccionismo, los que ya han arruinado a alguna editorial. El coleccionismo es una especie hortícola que carece de color y sabor, no es tomate, ni breva, ni melón, es un engendro raro. El coleccionismo entra en la esfera de lo personal, de lo obsesivo, un tanto paranoide. Puede ser hasta un entretenimiento placentero contra el ocio, una curiosidad, y, desde luego, nada concluyente ni creativo. Hasta yo mismo, de niño, hice la colección de los cromos de los futbolistas con olor a azafrán. Pero es que las paranoias no deben salir del huerto personal, no interesan.

  

     Los partidos políticos son huertos privados de riego público donde se plantan especies de distinta índole en este o aquel, de tal manera que las ensaladas posibles entre las lechugas de uno y otro huerto resultan incompatibles, incomibles, indigeribles. Por eso ha fracasado en la cocina el chef Pedro Sánchez, porque no ha podido hacer una ensalada compatible después de cuatro meses metido en el obrador. ¡Todo un país tras una ensalada! Pero es que los cogollos, contados y recontados,  no llegaban para el grueso del banquete. Los cogollos del huerto del PP y del PSOE daban para el convite, pero es que el huerto del PSOE planta especies antídoto contra las especies contestadas del huerto del PP. La ‘gastania’ contra la ‘ahorrania’, la ‘ligeresa’ contra la ‘rigoresa’ y así sucesivamente. Y lo que no da el huerto lo da la mala leche: “La culpa la tienen los huertos de PODEMOS y el del PP”. Y cuando no, se le empareja al huerto del PP con el de Bildu. Hasta lueguito, chef.



España es una huerta que contiene diecisiete huertos. Y la hortelana principal del huerto de Madrid se llama Cristina Cifuentes, quien ha celebrado con dignidad el pasado día 2 la fiesta de su huerto. Y, sin embargo, a la palabra ‘celebrar’ hay que quitarle sus crestas festivas y cambiarla por la de ‘conmemorar’. Porque aquel día 2 de mayo que acabamos de conmemorar Madrid fue un huerto de sangre contra el invasor, cuyas fuerzas militares estaban acuarteladas en el delirio de nuestra más atormentada historia negra. Los hortelanos de la villa y corte fueron milicia y gallardía y Madrid fue un huerto urbano de sangre que ha cultivado ese orgullo castizo de su hortelana, a quien, rompiendo la vergüenza, podíamos decirle con el poeta aquello de “yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que cuidas y estercolas…”



     La plaza de Cervantes es una huerta que contiene seis huertos de flores para un abril de Cervantes redondo de muerte y de memoria. Para despedir al Miguel de Alcalá, el de los cuatrocientos abriles que se fueron, seguimos citando al mismo poeta, al otro Miguel, el Miguel de Orihuela, cuando dice:



     Volverás a mi huerto y a mi higuera: / por los altos andamios de las flores /
pajareará tu alma colmenera / de angelicales ceras y labores.



                                                José César Álvarez

                                     Puerta de Madrid, 7.5.2016


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