sábado, 30 de septiembre de 2017

El parque de sus esperanzas y libertades




El parque de sus esperanzas y libertades

     Hace unas semanas, en este nuestro querido PUERTA publiqué un artículo que titulaba “Un parque de sangre”, donde denunciaba la moción municipal por la que daban el nombre de un asesino del 36 al parque que es cabecera del Polígono Puerta de Madrid. Lo cual no me parecía aleccionador ni justo. Y lo dije. Al aparecer otro artículo con el título “Parques de esperanza y libertad”, mira por donde que este firmante —estoy hablando de mí— se sintió contestado, aunque no nombrado. Recurso como de obra maestra que ahora intentaremos seguir pese a nuestras magras capacidades.



     Por eso yo quiero hablar de alguien tan lejano y nebuloso como Meliso. Era Meliso un pastor que habitaba los bosques profundos de su tierra y se sentaba bajo sus frondosos árboles hacia los que tendía su mirada de sonrisa meliflua escuchando el rumor de sus hojas. Entre sus delirantes cursiladas y pedantescas interpretaciones no sabía bien si los árboles le ocultaban el bosque o era el bosque el que le ocultaba los árboles. Él no oía a sus clásicos antecesores,

los pastores eximios de las Églogas Bucólicas de Virgilio. No, Meliso no era un pastor al uso, él no oía, él proyectaba el atormentado acopio de su magín sobre las bóvedas de sus árboles. Era su utopía obsesiva la que le revenía. Los huracanes y retorcimientos de ramas los ponía él, que veía garras de dominadores y vencimientos de humillados. Y las melodías eran frondosas y las ramas llevaban pétalos. Era su mundo alucinado, no era el árbol que él sinceramente decía buscar. Ese árbol que miraba y no veía.



     En su arrobo, Meliso hablaba allí con su amada Nicéfora. Todos sabían que Nicéfora era puta, putísima, todos menos Meliso, que la consideraba la virgen de las vírgenes y primera poetisa del Parnaso. “No podía ser —decía— que a los dieciséis años fuera puta”, y arremetía contra los ladrones de su honra como farsantes y falsarios de la verdad. Pero la gente del lugar y de sus días decía que Nicéfora era puta, lo decían sus allegados, sus testigos, lo decían las enciclopedias. los libros, los periódicos, lo decían los que habían yacido y holgado con ella, lo decían periodistas, profesores y jueces, y lo repetían las cornejas y las ranas. Pero la arrulladora brisa que estremecía las hojas de los árboles de su bosque bendito le aseguraban que no, que Nicéfora era virgen purísima y casta, víctima de los deslenguados y de los insensatos, templo vivo de austeridad carnal y potro flagelante de la calumnia.



     La realidad era que el bosque de Meliso no era de Meliso sino de todos. El bosque de todos estaba transido en su umbría profunda por la encontrada sinergia de dos gnomos: el gnomo azul y el gnomo rojo. Para Meliso el primero era la fuente de todas las maldades y oprobios del bosque y el segundo era el origen de todas las bondades. No había término medio, ni matiz ni ‘aggiornamento’ posible. Si Nicéfora sufrió cautiverio por parte del gnomo azul, ya Nicéfora era la heroína de los cielos que dará nombre al bosque de las esperanzas y libertades. Pero la realidad era que la puta Nicéfora era solo una musaraña de su bosque único y totalitario, la cual solo traerá las esperanzas y libertades a su parque fanático, el que es de todos y ha sido arrebatado a la Dehesa libre por unos cabreros sectarios. Casi hasta podría valer que el bosque se le dedicara por poetisa, pero en el fondo se le dedicaba por zorra, por transgresora.



     Su amigo Polibio, pastor libre, le interrumpía sus desmayados arrobos bajo los árboles diciéndole a voces:

   

      —Nicéfora es puta, ¿te enteras?, te lo digo yo que lo sé, ¿te enteras?

    

     Pero Meliso ya no contestaba. En los últimos días de su madurez adoptada, Meliso había tomado una superioridad moral  por la que pasaba de todo su entorno y creía sólo su verdad, la que hacía suya de manera indubitada, llegando a perdonar desde su pretendida generosidad a los hombres de ignorancia insalvable, a quienes terminaba por hablarles del amor fraterno. Entonces, Polibio, el pastor libre que conocía sus inclinaciones anticlericales, le replicaba a Meliso en su jerga procaz:



     —Todos los comecuras acabáis como curas.

       

     En efecto, el blasfemo Meliso, el que escondió en su casa al asesino Gurmindo, se subió sin sonrojo al púlpito de una peña del bosque y habló a los cabreros del Creador, el que da la vida y no la quita, no la quita. Y desde su altura nos dedicó una homilía del mandamiento nuevo del fuego del amor en el que acabaremos quemándonos los que hemos sido en la vida violentos, es decir, los contestatarios e insumisos. Es la superioridad moral de Meliso que nos esconde el fuego del infierno en el fuego del amor fraterno como fuego servido en lapa adosada, lo que debe ocurrírsele por propia deformación.

    

     En los últimos días de su madurez adoptada, Azaña, al igual que Meliso, pronunció aquello de “Paz, Piedad, Perdón”. Pero los que lo citan olvidan dar la circunstancia que lo acogotaba. Lo dijo en Barcelona el 18.7.1938 cuando empezaba a mascarse la rendición incondicional de la República. Lo dijo, bisojo y estrábico, cuando tenía un ojo en el micrófono de su discurso y otro ojo en el incierto derrotero de su huida a Francia. Eso no vale cuando ya sentía su culo en polvorosa, presto a la carrera. Eso no vale ya tan tarde, cuando tuvo la larga oportunidad de decirlo frente a la impávida llamarada de las iglesias y en el fragor de la represión, del despojo y de la refriega.

   

      Varios cantantes han interpretado la canción del “Pastor Bobo”. A mí me gustaba en especial la versión de Morente. Decía:



El pastor bobo guarda las caretas.
Las caretas
de los pordioseros y de los poetas
que matan a las gipaetas
cuando vuelan por las aguas quietas.
………………………….

Adivina. Adivinilla. Adivineta
de un teatro sin lunetas
y un cielo lleno de sillas
con el hueco de una careta.
Balad, balad, balad, caretas



José César Álvarez.

Puerta de Madrid, 4.6.2017,

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Zarzuela de la antología



Zarzuela de la antología

     Con la “Antología de la zarzuela” se nos metió el sábado pasado el primer frío de este año hasta los huesos en la Huerta del Obispo, a quien ahora por no nombrarlo llaman no sé qué ‘del Patrimonio’. Y como el frío llegó hasta congelar el reparto de programas, nos quedamos sin saber quiénes eran los formidables solistas del reparto: el bajo, que inopinadamente llegó a ser el Felipe del dúo de “La revoltosa”, el tenor, la soprano y la  contralto. además del coro y bailarines y músicos de la orquesta, todos ellos anónimamente exquisitos en el cóctel que iniciaba Barbieri para ofrecernos los pasajes más populares y celebrados de la zarzuela, como fueron El Barberillo de Lavapiés, La Gran Vía, La Revoltosa, La Verbena de la Paloma, La del Manojo de Rosas, La del Soto del Parral, Doña Francisquita, La Leyenda del Beso, La Dolorosa, Los Claveles, La Boda de Luis Alonso, Gigantes y Cabezudos, La Parranda, Maravilla, Luisa Fernanda, etc.



     A la entrada nos cachearon los bolsos y bolsillos por si llevábamos bocadillos, que deben ser las nuevas bombas de nuestro peligro, de cuyo peso deben querer aliviarnos para no incurrir en el pecado estético de ir a la ópera con la tortilla encima. O quizás el cacheo se debiera al proteccionismo aduanero de los dos bares allí apostados. Uno no sabe bien. Lo que sí supimos es que como en este país toda bebida se sirve fría y teníamos frío, renunciamos a la redundancia en el descanso. Seguro que no tenían caldo gallego, por ejemplo.



     Hoy neo-denominan a este lugar, ahora lo recuerdo, “Auditorio del Patrimonio”, que viene a remontar una colección antológica de denominaciones como han sido ‘las murallas’, ‘la huerta del obispo’, ‘la huerta del Palacio Arzobispal’, ‘la huerta del Seminario’, ‘la huerta de los curas’,‘la huerta de don Emilio’, ‘la huerta del Archivo’, ‘el recinto amurallado’…  Y de ellas, desde luego, la denominación que menos dice, por impersonal e imprecisa, es la última de ellas, la cual reza así en mi entrada.


    
 
     Fue la Compañía Lírica de Zarzuela de Madrid la que quiso meternos en el calor de nuestra música más nacional, pletórica de gracia y de ingenio, ignífuga e indeleble, nunca frígida y siempre volcánica, cuyo brasero ha sido históricamente azuzado con la badila de todos los rincones de España. En Barcelona llegó a haber hasta diez teatros de zarzuela simultáneos. Maestros catalanes fueron, entre otros muchos, Morera, Granados y Amadeo Vives. Entre los finos autores valencianos destacan Penella, José Serrano y Ruperto Chapí. Autores vascos de zarzuela tenemos a Gaztambide, Orúe, Sorozábal, Guridi, Usandizaga, Arrieta… O los madrileños Federico Chueca, Francisco Alonso, Jacinto Guerrero… La zarzuela ha representado al costumbrismo de nuestras tierras y se ha sometido a su vivo intercambio. La zarzuela ha arraigado en las lenguas vernáculas de todos los rincones a la vez que en español.



     El gran género lírico español, al que siempre se le ha dicho “chico”, ha subrayado los rasgos patrióticos que ahora son alarmantemente deficitarios en nuestro país, por creer muchos que lo patriótico se identifica con lo fascista. Lo cual deja perplejos a propios y extraños. Así, por ejemplo, en el Coro de repatriados de Gigantes y Cabezudos, obra de Fernández Caballero, los soldados aragoneses que han perdido Cuba y Filipinas se refieren así a su río Ebro: Por la patria te dejé, ay de mí, y con ansia yo pensé siempre en ti. Y hoy, ya loco de alegría, ay madre mía, me veo aquí.



     Y allí presenciamos también “La roca fría del Calvario”, el número tétrico de La Dolorosa de José Serrano, que acaba así: Triste camina, camina llorosa. La madre dolorosa del Redentor.



    Y en aquel “camina, camina” se me representó la Virgen del Val, que había estado ese mismo día caminando en procesión hacia su ermita del valle, la cabaña de sus ancestros, y acababa de ser repatriada al Ebro de su Henares, ese Ebro que lo quieren hacer excluyente unos sediciosos. Es esa la misma Dama a la que el Cardenal Cisneros cita como Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la entonces villa y que el Cardenal la rezó entonces para la unidad de la patria grande, cuando el franciscano era alcalde mayor de España. Es la misma que hoy es Patrona caminante de la Ciudad, Alcaldesa Perpetua, Doctora de la Universidad y Capitana de la Brigada Paracaidista. Ella, la Virgen del Val que celebramos, la que es Madre, como símbolo del matriarcado que rige nuestros hogares, será la mejor garantía para preservar la patria grande que hoy vuelve a zozobrar en el río revuelto y ruidoso, de cuyo murmullo no queremos ya acordarnos.



José César Álvarez

www.josecesaralvarez.org

Semanario Puerta de Madrid, 23.9.2017

El monólogo de Concha Velasco



El monólogo de Concha Velasco

     El viernes y el sábado pasados doña Concha Velasco interpretó magistralmente el texto de Ernesto Caballero de ‘Reina Juana’ sobre el escenario del Teatro Salón Cervantes, ya en los últimos compases de ‘Clásicos en Alcalá, 2017’. Allí estuvo doña Concha haciendo de doña Juana de Castilla, la que todos llamaron ‘la loca’, allí estaba con su voz truculenta dentro de los muros opresores del monasterio de Tordesillas, allí presa, confinada, apartada y vigilada, bajo el desprecio de una visita siempre aplazada de su hijo Carlos, primero de las Españas. La reina que hablaba sola, aunque encerrada, nos llevó de viaje por su vida atormentada y su majestad suplantada. Acabó su delirio con un suspiro hondo de sus amores quebrados y de sus tortuosos catafalcos, rebosando así de anhelos: “¡Hermoso Príncipe!”.



     Cayeron los aplausos como un chaparrón largo y trepidante, casi casi como los de aquella misma tarde del viernes, y doña Concha los recibía de frente, a cara descubierta, sin el paraguas de los mutis. Cuando dejó de arreciar, doña Concha dio un paso al frente y comenzó su segundo monólogo, el suyo propio, fuera de guión. Nos dijo que se había encontrado muy bien en el silencio de Alcalá, sin ruidos, sin móviles que suenan, sin toses, qué bien, y alargó de su parte y por su cuenta uno de los momentos del texto que acababa de interpretar, que no decía el texto, que decía ella. Era cuando Juana partía para Flandes desde el puerto de Laredo y veía allí a su madre diciéndola adiós, desde tierra firme, mientras que ella se batía y debatía en la espuma ondeante e incierta de un mar bronco y proceloso. “Aquella fue la última vez que te vi, madre —decía Juana—, ya no te volví a ver nunca más, madre, nunca más”.


                                          Juana de Castilla
     
     Y fue entonces cuando doña Concha puso de su parte la crueldad de una madre para con aquella hija, algo que la preocupaba, que la interesaba y que estaba en el foco de su investigación: saber las razones, llegar a atisbar las causas de aquella aviesa conducta de una madre para con su hija. Hurgaba así doña Concha, de su parte, en la leyenda negra de Isabel de Castilla, la Católica Majestad, a quien, por serlo, han querido hacer de ella un monstruo de intransigencia, de crueldad y de fealdad, la que solo se lavaba una vez al año.        



     Yo, desde mi prosa humilde pero sincera, quisiera colaborar en sus investigaciones e inquietudes, doña Concha, aconsejándole la lectura del libro de José María Zavala, ‘Isabel íntima’, donde el autor ha tenido acceso a documentos ínéditos que conforman la ‘Petitio’ del proceso de beatificación de Isabel la Católica, paralizado por la irrupción de la leyenda negra, en cuyo acopio aparece una mujer sorprendente y desconocida, una de las mujeres más fascinantes que hayan nunca existido. Allí se da cuenta de una nueva visión de cuatro de los episodios más importantes de su reinado: la expulsión de los judíos, el establecimiento del tribunal de la Inquisición, la reconquista del reino de Granada y el descubrimiento y evangelización de América.



     Pero lo que aquí nos interesa es que en aquellos textos ‘íntimos’ se palpa el sufrimiento de una mujer que se debate entre ser reina y ser madre a la vez, decidir por el amor a España, a la que quiere agrandar en alianzas matrimoniales, y arrancarse las hijas con el dolor de madre. Y así, mediante bula papal falsa, se entregó ella misma a su primo Fernando de Aragón, a quien llegó a amar apasionadamente, a la vez que con pasión de madre amó a sus hijas, a las que como reina entregó de esta manera: Isabel y María las dio a príncipes de Portugal; Juana a Flandes y Catalina a Inglaterra. Entre ellas, a Isabel y a Catalina, las entregó por dos veces.  Y nunca le faltó su consejo alentador de madre, siempre cercana y cómplice en el epistolario de los pasos decisivos de sus hijas.



     El silencio alcalaíno no dio ruidos. El ruido le puso usted, doña Concha, usted solita. Los actores eximios dejan de serlo cuando se salen del guión.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 16.julio.2017

Populista y demagogo






Populista y democrático

     Alguien me preguntó si sabía distinguir entre ‘populista’ y ‘democrático’, dos palabrejas que se superponen actualmente a cada dos por tres en la papilla diaria de los medios de comunicación. Así, a bote pronto, no supe definirlos, aunque le dije que ambos términos se enfrentaban, pero que se relacionaban etimológicamente con el ‘demos’ griego de ‘pueblo’ y la versión latina ‘populus’. Y ahí lo tenía, ahí mismo estaba la réplica solicitada, porque tirando de la carcasa de la etimología se llegaba a la sustancia. Ahí mismo estaba la perspectiva del concepto griego de ‘pueblo’, el de hace veinticinco siglos, con toda su carga doctrinal acumulada que desde entonces media para dirigir a una sociedad (la historia del pensamiento, la constitución, la producción incesante del poder legislativo, los compromisos internacionales…)



     Y, por el otro lado, como antítesis, estaba el término ‘populista’ que no es llanamente ‘popular’, sino la manipulación burda de lo popular. Estamos ahora en la perspectiva directa y simplista del populista que ataja, reduce y se descompromete de todo un acervo cultural, social y político, halagando directamente el oído del pueblo. Es la voladura de todo el depósito cultural que representaba el término griego. Por eso decían del Trump que en su discurso de investidura no había citado a ninguno de los padres de la nación ni a ningún pensador político para saber donde se anclaba su credo ideológico. Y es que en los populistas de izquierda o de derecha no hay anclaje cultural, sino solo oportunismo demagógico.



      SAN DIEGO DE ALCALÁ




     Mi sobrino Andrés Ramos es un culo de mal asiento que no para por el mundo, y al entrar en una iglesia en San Diego de California hizo una foto al horario de misas, y a otra cartela artística, las cuales me ha enviado por ‘wassap’ para que compruebe que el nombre de Alcalá sigue allí vivo dando nombre a la misión franciscana y a la basílica donde entró. Esa misión dio nombre a la ciudad, aunque por desgracia se simplifica desapareciendo el ‘de Alcalá’ en la denominación abreviada de la gran ciudad californiana. Sin embargo, podemos comprobar que la iglesia es más rigurosa al usar la denominación completa. Alcalá, patrimonio de la Humanidad.



     “AL RESPETO”

    

     El turismo es una actividad incesante que se ve bulliciosamente incrementada en nuestras calles. Los sábados, principalmente, puede verse a varios grupos que están recibiendo a la vez la explicación de la fachada de San Ildefonso de la Universidad cisneriana, ahora cubierta con el velo de su trampantojo. Uno sin querer, pone la oreja y escucha a la guía: “Y la planta de en medio es la zona noble. La ventana central, la más ilustrada, el corazón de la fachada, no puede acoger sino a la función más importante de la Universidad del Renacimiento, que es el palacio de la sabiduría. ¿Qué actividad será esta? —preguntaba a su grupo dejando una pausa en el aire—. Al fin se contestaba ella misma: “La biblioteca, la ventana central albergaba la biblioteca, la cual hoy día, ‘al respeto’, ha sido instalada a su derecha en ese otro edificio que fue cuartel. La derecha sigue siendo un lugar de prevalencia”.



     Pero yo no voy de corazones o derechas, ni de bibliotecas viejas o nuevas, yo voy de lenguaje confuso, de palabras minimamente capadas y distorsionadas. ‘Respeto’ es una cosa y ‘respeCto es otra, la que se quiere decir y no llega a decirse, porque el hablante no quiere emplearse, ponerle ganas. Y así, pues, tenemos cantidad de locutores de radio y televisión, de profesores, de guías turísticos la mar de respetuosos ellos, que ‘al respeto’ de esto dicen aquello otro. Es la apatía en la pronunciación de la consonante silábica postnuclear, que así de cursi la denominábamos, al respecto, en aquella lejána Fonética universitaria.      





José César Álvarez

www.josecesaralvarez.org

Puerta de Madrid, 28.01.2017




lunes, 25 de septiembre de 2017



Un parque de sangre



     Perder la mesura, perder el tino, perder la objetividad. Esto es lo mínimo que se puede decir de la votación efectuada en el último Pleno Municipal del distrito II del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, por la que se decide dar el nombre de un parque —el que va de Reyes Católicos a la Avenida de Madrid— a Marcos Ana, un personaje siniestro que los pocos años que vivió en Alcalá solo procuró estragos y muerte. Esa fue la ignominiosa decisión de unos munícipes, que contaron con la medrosa abstención del PP. Y no es que haya que exigir aquí que nuestros munícipes deban estar a la altura gobernando para todos, eso va de suyo, es que es algo más básico que todo eso, es que se trata de reclamar a nuestros gobernantes el más mínimo nivel de decencia ética en el plano humano de sus decisiones.



     Fernando Macarro del Castillo, nacido en 1920  en Ventosa del Río Almar (Salamanca) adoptaría como seudónimo literario los nombres de sus padres, siendo conocido por Marcos Ana. En Alcalá de Henares sería alumno de los Escolapios y se integraría en la Acción Católica. En mayo de 1936, a pesar de su juventud, figura como secretario de la organización política de las JSU. En julio de ese mismo año figuraba como dependiente de comercio en el establecimiento alcalaíno ‘Calzados Penalva’. Al haber fracasado en la guarnición de Alcalá la insurrección militar contra la república, el joven salmantino ingresa el 21de julio de ese año como voluntario en el batallón ‘Libertad’, desde donde se le atribuyeron durante esos últimos días de julio actos de violencia y de saqueo de iglesias y conventos, además del asesinato de cuatro personas: el sacerdote Marcial Plaza y su padre José, detenidos violentamente en su domicilio y asesinados acto seguido en pleno Paseo de la Estación, según el testimonio judicial de una sobrina, coincidente con la versión popular. Igualmente se le atribuyeron los asesinatos del cartero Amadeo Martín Acuña y Augusto Rosado Fernández, ejecutados ambos por el activista el mismo día 30 de julio, el primero en el cementerio y el segundo en la conocida como ‘tierra de ahorcados’, en los terrenos actuales de Roca. La causa de tan drásticos crímenes fue debida a los objetos “comprometedores” encontrados en los registros practicados en sus casas. Al primero se le encontró un carné de la “Lliga catalana” y al segundo algún tipo de ornamentación perteneciente a la Virgen del Val. El joven activista se alistó al frente y se desconoce su posterior vinculación a Alcalá, lugar del que dicen evitó desde aquel entonces.



     Macarro abandona la ciudad sin renunciar a su puesto de vocal en la junta del Frente Popular alcalaíno, y parte como voluntario al frente hasta acabada la contienda, momento en el que es detenido y encarcelado. En octubre de 1943, Macarro es juzgado por el Tribunal nº 2 para los Consejos de guerra, presentándole un procedimiento sumarísimo por vía de urgencia por el que es condenado a la pena de muerte. Pero en noviembre de 1944 le es conmutada la pena de muerte por la pena inmediatamente inferior de la prisión por treinta años, a causa de la aplicación del atenuante de la minoría de edad en el momento de cumplir sus delitos, ya que tenía entonces 16 años. Su liberación se produjo en noviembre de 1961, merced al indulto decretado por Franco para los prisioneros con crímenes de guerra que hubieran superado los veinte años de prisión. Macarro estaría en la cárcel veintitrés años incompletos. Murió en 2016.  



     En la Causa General como en el nº 5 de “Yugo y Flechas”,1940, se hace relación de las personas que estaban en el cementerio la noche del 10 al 11 de noviembre de 1936 para asesinar a seis vecinos de Camarma. Eran los siguientes: Fernando Macarro, alias Marcos Ana; Basilio Yebra; Manuel Muñoz Murcia, alias Varillas; Ángel García Gómez, alias El Maestro, y Joaquín Torres. Este fue el testimonio de uno de los seis  camarmeños que resultó vivo de aquella matanza, pese a recibir en el cuello los tres tiros prometidos por hablar. Su hijo y su hermano, allí mismo, no tuvieron igual suerte.



    Descender a los detalles de la noche más atroz, meterse en la boca de lobo de una España fratricida que hemos superado ya entre todos, gracias a los unos y a los otros, volver a la noche más negra es solo faena de los recalcitrantes que no olvidan y que quieren hoy teñir de sangre los ejemplares de un parque anónimo, ya consolidado. La noche negra y siniestra de Marcos Ana solo puede apagar los verdes intensos de esta primavera y sus mañanas transparentes. El chacal fugitivo no debe ser nunca devuelto a la madriguera repudiada. Los nombres de los parques están para ser emulados por sus usuarios, que principalmente son niños. Un nombre público es un homenaje, un reconocimiento de la ciudad. Pero, con este nombre, recibimos con violencia del gobierno municipal en nuestra propia cara todo el agravio y la chanza de que son capaces de llevar guardado. Dicha moción se ha filtrado por el subterfugio de un vocal de distrito, lo cual no exculpa la responsabilidad política de sus representantes.



     Ahora que hemos asistido al ‘Réquiem’ final del cuarto centenario de Cervantes, ahora que acaba de sonar la traca mojada de las quince ciudades cervantinas, se me ocurre pensar en la oportunidad perdida de haber dado nombre a un parque que se llamara Leonor de Cortinas, la olvidada madre de Miguel, la madre de un genio que sabía leer, la argandeña que dio a luz a cinco alcalaínos tan distintos, la acomodada dama que no dudó en casarse con un sordo...             



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 5.mayo.2017

La sorprendente lista de 'ciudades cervantinas'



En el valle de los templos de Agrigento, el de La Concordia es el mejor conservado de la cultura griega

La sorprendente lista de ‘ciudades cervantinas’
      
      Acabo de venir de Sicilia, la bella y portentosa Sicilia, la Magna Grecia de los mejores templos, la isla poliédrica de las cien culturas, acabo de recorrer sus nueve provincias cuajadas de arte y de la huella española de cinco siglos, entre las que no falta el aroma de Cervantes, y me topo al llegar con la proclamación de una lista oficial de quince ‘ciudades cervantinas’, bien representadas, en donde, para mi sorpresa, no aparece ninguna ciudad italiana. Será una broma, pienso. 

La catedral de Siracusa cubre la estructura de un templo griego. La fachada, que exhibe el águila bicéfala, presenta las seis columnas del frontal griego.
     
     He repasado la lista ‘cervantina’ con detenimiento y puedo encajar cada una de las aludidas quince ciudades bajo tres distintos epígrafes: ‘ciudades de la vida’, ‘ciudades de la obra’ y ‘ciudades de culto’. Lo cual supone un pupúrrit de consideración, un enjuague, un híbrido, un cóctel en el que los ingredientes han sido elegidos aleatoriamente por el barman de turno. Pero yo creo que en esta conmemoración del IV Centenario del Cervantes que muere debían primar los ingredientes de esa vida que se esfuma junto a los lugares de los ideales de ese hombre de espada y de pluma que se desparrama tras ellos por distintas ciudades. Los lugares que pertenecen a la ficción no siempre fueron pisados por Cervantes, por ejemplo El Toboso, del que Astrana Marín alega abundantes detalles de que no había pisado la villa de Dulcinea, lo que sin embargo no ocurre con Barcelona. Pero ambos lugares serían más bien ‘ciudades quijotescas’ que ‘cervantinas’. Y con respecto a las ‘ciudades de culto’, al carecer de un baremo de valoración empírica que refleje el fervor cervantino, ello no puede alcanzarse sino por una decisión subjetiva.



     Se presentan, sin embargo, nítidas, sin revolver, preclaras, las ‘ciudades de la vida’. Nunca completas en la relación aludida. Yo mismo me atrevo a confeccionar una lista de ciudades cervantinas, porque es cosa muy simple y no hay que ‘elegir’, surgen por sí mismas tras de su vida: Alcalá de Henares, Córdoba, Sevilla, Madrid, Roma, Nápoles, Mesina, Argel, Valencia, Esquivias, Valladolid. Aquí no hay elucubraciones ni arbitrariedades posibles. Son las que son.



     La primera de las ciudades italianas de su larga pernoctada es la Ciudad Eterna. Roma es el asidero de un fugitivo que esconde su mano derecha, sobre la que pende la sentencia de su corta. Roma es el arribo ansiado, allí, donde estuvo en la curia romana su pariente el cardenal Gaspar Cervantes, colega de Acquaviva, junto a quien le deja de camarero desde marzo de 1570 hasta septiembre de 1571. De allí parte a Nápoles para alistarse a la milicia junto a su hermano Rodrigo. Será poeta y soldado, como lo fue su admirado Garcilaso.



     En Mesina, en cuyo puerto se concentraron en jornadas inolvidables las naves de la Alianza contra el Turco, allí, de vuelta de Lepanto, en un Hospital de Mesina convaleció Cervantes para recuperarse de las heridas del pecho y del brazo izquierdo, donde el alcalaíno fue visitado por un viejo estudiante alcalaíno, Juan de Austria, quien le premió su valentía y le procuró la cobranza de soldada y atrasos. Su convalecencia desde el 7 de octubre de 1571 a septiembre de 1575 se dilata por otras ciudades: Trapani, Palermo y Nápoles, y allí, en “la mejor de las ciudades del mundo” a la que regresa, fruto de sus amores nacería su hijo Promontorio. “Yo pisé sus rúas más de un año”.



     Su convalecencia le sirvió para aspirar con delectación la literatura renacentista. Leyó en toscano a León Hebreo y a Domenico Ariosto, que tanto le habrían de servir para dar a luz la novela moderna.



     Palermo, la hermosa capital de la autonomía de Sicilia, esconde un bello suceso alcalaíno. Al otro lado del Mediterráneo, en Argel, andaba cautivo Cervantes en compañía del benedictino Antonio de Sosa, entre otros muchos. De allí le llegaron al Arzobispo de Palermo, el benedictino Diego de Haedo, vizcaíno de Las Encartaciones, unos “borrones”, unos papeles que constituyeron un libro, editado en Valladolid en 1612, “Topografía e Historia General de Argel”. Era aquel el grito tardío de la cautividad cristiana ante un rey que solo tenía ojos para el norte de Europa. Pasado el tiempo, otro benedictino, el Padre Martín Sarmiento encontraría allí la patria de Cervantes en 1751, dato tan ansiado, buscado y hasta inventado por pura necesidad. Fue Palermo para Alcalá, el puente de los borrones más luminosos. En Palermo, actualmente, hay una exposición cervantina en el Instituto Cervantes, cerca del puerto. 



 "Gracias a ustedes tenemos Universidad desde 1443" dijo la guía de Catania. Mandaba Aragón
 
     Era mi propósito haber trazado una crónica sucinta del viaje siciliano. Pero sale lo que sale. Y me ha salido la crítica a una lista cervantina caprichosa y heterodoxa con que me he topado. Pido entonces excusas a mis compis de circuito, especialmente a los vascos Lurdes y Manolo, a quienes me costaba entender sus chistes y ahora les costará a ellos entenderme a mí. Pido también excusas a Maria Concetta, la amable y erudita guía siciliana que llevaba a gala el nombre españolísimo de la tierra mariana que dejamos y a quien le dolía que yo cerrara los ojos cuando ella hilvanaba preciosas historias dentro del bus de Giusseppe. Ella ignoraba que yo dormía con ella.



José César Álvarez





Mar Romera propone a Alcalá de Henares para ‘ciudad de los niños’

     El pasado martes día 14, organizado por la AMPA del Colegio García Lorca de esta ciudad, apoyado por Ediciones SM y Paradores,  tuvo lugar en el Salón de Actos del IES Antonio Machado, antigua Universidad Laboral, una conferencia maratón —quiero decir que duró tres horas y que se pasaron como si no lo fueran—, donde Mar arrancaba risas, esas risas que se desplazan cuando hay mucha gente, risas corridas como deslizamientos de tobogán. Fue Mar y se instaló en la mejor hipérbole de su Andalucía y así enderezaba y aderezaba alegorías desternillantes. Cuando acababa la fábula iba Mar y le ponía en serio los gránulos ásperos de la teoría sobre su tierra abonada. Y Mar, locuaz y sembrada, bebía agua aprovechando los videos ingeniosos que intercalaba sobre las dos pantallas extremas del mejor contenedor humano de la ciudad, que acogió aquella tarde la conferencia, la mega-alocución, titulada “Una educación emocional y emocionante”.

        Raúl Rozalén, presidente de la AMPA del Colegio García Lorca de Alcalá de Henares

     
     Yo quiero creer que Mar Romera sabe mucha psicopedagogía, que sí, que debe saberlo, pero lo que yo sé que allí, a las cinco de la tarde, quien toreaba era una espada de la comunicación, rica de requiebros y de alardes de la palabra. Todo ello al servicio de profesores y padres, el binomio educativo que entraba en comunión como quería Mar y la editorial.



     “¿Dónde está el norte?” clamaba Mar desde el Campo del Ángel dirigiéndose a su público. “Señaladme dónde creéis que está el norte”... “Ahora volved la cabeza sin mover la mano”. Y ante la respuesta de los dedos índices de aquella manera, Mar reprendía a su público: “¡No puede ser que haya tantos nortes en esta ciudad cuando sólo hay uno!” . Entonces la sembradora iba al grano. Esa era la anarquía de una educación que se armonizaba en aquella comunión de padres y educadores. “No hay otro norte que el niño” decía, donde todas las manos deben converger.



     La educación se sustenta sobre tres pilares que se encuentran en el propio alumnado, que son tres C: Capacidades, Competencias, Corazón, cuyo anclaje educativo se sustenta a su vez sobre tres pivotes también en C: Colegio, Casa y Ciudad.


                          Maite Bazán, directora del Colegio García Lorca 
     En esta era de ‘Google’ tiene que cambiar necesariamente la educación, ya no pueden potenciarse las respuestas de un enciclopedismo superado, ahora deben potenciarse las preguntas, las cuales constituyen la clave, en tanto que la respuesta deja de ser el objetivo.



     Pero puede que la aportación estrella de esta hora esté en las ‘Inteligencias múltiples’. Frente a esa univocidad de la inteligencia clásica, redonda y única, figuraban ahora las nueve bolas diferentes según la teoría que se propone de Howard Gardner, que procuran el desarrollo de los cuatro pilares que sustentan al ser humano que son: el cognitivo o intelectual, el físico, el emocional y el transcendetal o espiritual. Y así se formula que “Somos iguales, somos diferentes: inteligentes múltiples en la escuela”. Hay, pues, distintas inteligencias, independientes entre sí, pero que trabajan coordinadamente. Se trata entonces de educar desde la fortaleza en vez de desde la debilidad, teniendo en cuenta que las personas tienen distintas potencialidades y estilos cognitivos para desarrollar competencias. He aquí la relación de las inteligencias múltiples de que hablamos: la Lingüística, la Musical, la Lógico-Matemática, la Espacial, la Cinético-Corporal, la Intrapersonal, la Interpersonal, la Naturalista, la Trascendental o Espiritual o Moral.  



   Hablaba Mar de la simbología de los referentes. Y aprovechaba para decir que Mari Carmen Aguilera era su referente en Alcalá de Henares. Mari Carmen, maestra del Colegio García Lorca dio el nombre de su profesora admirada para la ocasión. Lo cual ha constituido un éxito del Colegio de resonancias granaínas al traer a una granaína, bien conocida en el cole por los juegos y prácticas que utilizan los niños, los cuales la recibieron como una amiga del alma. Enhorabuena a Raúl Rozalén, presidente del AMPA y a Maite Bazán, directora del Centro, en la que todos los miembros de la comunidad se ven reflejados por su buen hacer.



     Pública y solemnemente Mar se refirió a Raúl para llegar a establecer un pacto con la ciudad, a fin de que Alcalá sea nominada ‘ciudad de los niños’ según el proyecto de la institución Francesco Tonucci que ella preside, por la que los niños reciben la ciudadanía plena y se ponen en juego otras iniciativas en pro de su representatividad.



José César Álvarez                                     Fotos: Rosa Fernández




MAR ROMERA

- “La seño” es el título que más la enorgullece.

- Maestra, licenciada en pedagogía y en psicopedagogía, especialista en inteligencia emocional y autora de diversas publicaciones sobre la escuela, la infancia y la didáctica activa.

- Presidenta de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci

- Ha trabajado en todos las etapas del sistema pedagógico: desde educación infantil, primaria, ecuación especial, formación profesional y universidad.

- Autora y coordinadora del modelo pedagógico “Educar con tres Ces: capacidades,competencias, corazón.                                                               

- Colaboradora de la formación permanente del profesorado en diferentes Comunidades Autónomas de nuestro país, en colaboraciónr con las distintas consejerías de educación.

-Ponente en multitud e cursos, jornadas y congresos.


Olegario

     Yo lo que me pregunto es si a Oleguer le podría llamar Olegario, por prosificarlo, por desmitificarlo, por descapitalizarlo, por castellanizarlo, porque me entrara aquí a gusto y enterito. Yo sé que mi pregunta, su contestación, digo, no llegaría sin embargo a ser tan inútil, que ya lo es, como la petición de un fiscal para meter a Oleguer en la cárcel, porque para eso ya están los supuestos corruptos del PP que van de cabeza al calabozo sin mediar sentencia alguna. Que no, que a mí no me preocupa en modo alguno los millones obtenidos en la comisión de las esquinas del Santander, que ya es hacer la esquina, ni me importan sus blanqueos dinerarios, qué aburrido, ni sus tramas societarias opacas para dar el esquinazo a Hacienda, ni los montoncitos a su nombre, ni sus frustraciones hoteleras, ni sus transferencias a Panamá, ni su testaferro de Holanda ni su finca de Andorra, ni sus laboratorios, ni sus hospitales, ni sus jardinerías ni gasolineras. A mí lo que me importa, de verdad, en estos culebreros meandros de la lengua es si yo le puedo llamar Olegario, quedando al mismo tiempo en paz con los mandamientos de la lengua y de su templo observante.
   



      Recuerdo el cabreo mayestático de aquel Joseph-Lluis Carod-Rovira cuando en un programa de TVE se le sometía a un interrogatorio por un público heterogéneo que le llamaba ‘José Luis’, con el ‘josé’ de joder y de jorobar, ese sonido fuerte que raja y jala. Por lo que al aragonés converso se le venían todos los demonios al comprobar que todos los españolitos que tenía frente a él, eran incapaces de pronunciar su nombre, la fonética de su nombre repetida por él, reprendiendo a tan radicales pronunciadores por la falta de flexibilidad idiomática del castellano.  “Yo me llamo llosep lluis” repetía Rovira en balde, modulando los sonidos.  Pero una cosa es como él decía que se llamaba y otra muy distinta cómo le llamaban. Sus delicadezas fonéticas no encontraron eco entre los terroneros hablantes de la meseta para desesperación de llose lluis .



      Oía yo hace poco decir a un catalán que nuestro mapa lingüístico era paralelo al del Reino Unido y no al de Italia. Porque en Italia, el toscano, la lengua romance del centro, se erigió en la lengua hegemónica de la península, recibiendo el nombre de ‘el italiano’. Pero que ese no era el caso de ‘el español’, porque este no representaba la integridad lingüística del país. Así pues, el vasco, el catalán y el castellano eran al mismo tiempo ‘lenguas españolas’, buscando también en la lengua la paridad política. Lo que se le olvidaba decir al comunicante catalán es que ‘el español’, así expresado, en sustantivo, solo es aplicable al castellano como ‘el italiano’  lo es al toscano. Y puede que por esa contaminación ‘española’ inevitable del adjetivo —sorprendentemente consentida—, yo pueda llamar Olegario a Oleguer. Lo cual me preocupa sobremanera y casi no me atrevo por respeto a los Olegarios que son y que han sido.



     Ahí va Oleguer en el paseíllo catalán de los juzgados descafeinados de la Pujolandia y de más allá, acompañado de sus subalternos, más circunspectos que el maestro de espada. Ahí va el benjamín de la Ferrusola cargando a sus espaldas con todo el imperio de la familia. Sus andares son livianos, sin un atisbo de gravedad, de tensión, tal como si viniera de jugar al tenis. No lleva papeles, libros, carpetas, lleva las manos en los bolsillos, limpias de números, ligeras, mirando incrédulo a una cámara a su paso desde su cabellera abundante y sus mostachos rotundos que le afianzan en la minoría de su saga. El paseíllo de retirada es la repetición del primero, como si no hubiera habido corrida, sin desmelene, sin apretones, sin derrotes, sin los peligrosos cabeceos del morlaco de turno, tapando su cuerpo el espada y envolviéndose en la franela de Miami. Cuatro horas de corrida con el engaño por delante, la fiesta nacional por ellos erradicada.




     De los ‘olegueres’ vengo y a mis ‘olegarios’ voy. Olegario Fontecha anduvo colgado de los báculos de las farolas de la carretera general, hoy Vía Complutense, en el año 79, cuando las primeras elecciones municipales de nuestra democracia, como candidato a la alcaldía por parte de la UCD, y la oposición socialista, siempre tan graciosamente mitinera le replicaba: “Y colgado de verdad debiera estarlo por traidor a la clase obrera.” Y Olegario Crespo es el honrado y e intachable funcionario que me mira desde el retrato del salón de su hija Pilar Crespo en la calle Alfonso Dávalos. Y Olegario González de Cardedal es un teólogo y escritor de Salamanca que entre su copiosa producción escribió un libro titulado: “Pensar España”, cuyo lomo debe mirarme ahora desde algún punto de mi biblioteca.    



     Está visto que no debemos mezclar ‘olegueres’ con ‘olegarios’.    





José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid, 21.1.2017



Antología de personajes costumbristas

     Hace unas semanas escribí “Tras la lista de los personajes costumbristas” y me han llovido de aquí y de allí, personajes olvidados de la Alcalá profunda, por lo que en esta ocasión se presenta aquí una segunda y jugosa tirada. Por cierto, nadie intenta al citar a estos entrañables personajes de la historia local que queremos reírnos de ellos. En modo alguno, ellos están tratados en el fondo con la ternura humana que destilan y merecen, ellos que de una manera u otra ocuparon nuestras calles, llenaron nuestro paisaje y alegraron nuestro tedio con su presencia singular, en tanto que la cuba del tiempo les dio aroma y los fijó indelebles en nuestro recuerdo.



               La grada del campo del Val en el año 1950. A la izquierda Manuel Gabardós



      De los años cincuenta y más para allá era transportista personal Manolo Gabardós, padre de ‘Garbancito’, quien a mucha honra fue aguador de botijo en el ferial de las Eras de San Isidro ‘a diez el trago’, y fue carrillero de mano, antes de obtener su motocarro de toldo de ingenio propio, para el almacenamiento y distribución a domicilio de los comestibles de la tienda familiar de ultramarinos. Pero Gabardós padre hizo aquí historia. Hacía el transporte de Barcelona a Madrid y vuelta con camiones de rueda maciza, cuando le cogió aquí la guerra y aquí se quedó para todo, justo donde paraba, en el Ventorro del Manco, el padre de la señora Emilia, la que sería madre de Antoñito Gabardós. Entonces Gabardós padre se puso a hacer Alcalá-Madrid y vuelta. Fue el primero de los ordinarios de la saga local de los Mendoza, los Martín y los Vázquez, y trasladaba los domingos a los jugadores del Alcalá donde tocara, encaramados en la plataforma de un camión de bancada alineada cubierta de un toldo marca de la casa.
                           Año 50, carrera ciclista en la plaza. Antoñito Gabardós en el centro.

      
     Nos olvidamos de la dulce presencia de la borriquilla de Juana la aguadora, que cargaba sus cántaros en ‘los cuatro caños’, la ‘Redondilla’ o en la fuente que había en la esquina de la casa de Cervantes, antes de que éste viniera allí, entiéndase. Nos olvidamos de Coquete, de quien el hijo de Quintín dijo que no era alcalaíno el que no lo recordara, y era el que exhibía el cerdo y el ternero, bien cebaos, en la puerta de Casa Juan, los premios en especie viva, tocantes y sonantes de su lotería de San Antón. Y estaba La Boni, vendedora de castañas asadas y golosinas del soportal, pipera y cañamonera, que anidaba a la altura de Justo Mínguez, antes de ‘La bola de oro’. Y estaba ‘Rafaelillo el del carrillo’, el carro con borrico que servía la fruta de Tejero y hacía de maletero de la RENFE.



     En los años cincuenta imponía la figura del sargento de los guardias municipales, el Señor Domingo, también llamado ‘el tío bigotes’, dicho ello en la más estricta intimidad infantil, porque de otro modo no lo contabas, era la imagen más aguerrida de la autoridad de aquellos días. Otros guardias dotados de carácter eran ‘el serio’, ‘el disimulo’ y el Bombao de las noches. 
 
       Pero era Vilela uno de los más diestros vareadores de los colectores, quien, en su pluriempleo —era él y no otro—, trasladaba los rollos de las películas del cine chico al grande y viceversa. Toda una vida de rollos en un costal de ida y vuelta.  Lo que se había visto, se volvía a ver, para volverse a ver en donde salió. Pero por aquellos días, y no era de cine, ‘El Pellica’ era el que se llevaba las hostias más descomunales sobre el cuadrilátero de la Deportiva, allí donde la Cruz Roja se había instalado. El sueño de los puños de gloria de ‘El Pellica’ le hacía chiribitas al denodado soñador. Y Malaca era el mejor comparsa de los gigantes, el que mejor hacía de “maría la guarra que se la ve la enagua’, porque se tomaba tan en serio la guasa cantada que se liaba a vejigazos con los provocantes: había dejado marcharse el aire de la vejiga y restallaba zurriagazos como una guarra. Otra canción callejera de aquella hora era la de “la manga-riega que aquí no llega…”, y los mangueras, bien provistos de botas e indumentaria proyectaban un alto arco de agua, tan cóncavo y largo que embobaba a los chicos, era como un arco iris donde la luz se irisaba.    



     Pero la casa de ‘La Chata’ era la meca obligada de la soldadesca y de la paisanía que, uno a uno, allí recalaban con o sin uniforme, para llevarse el tábano mordiente de su ignorante instinto. La Chata tapaba con un menudo paño de tafetán negro el hueco rebanado de su nariz, para ser solo administradora de su cielo de huríes. Y el día de su asueto semanal, iban las huríes y colipoterras de Alcalá por la acera del Círculo en procesión  penitente hacia la ‘El dispensario’ de higienes de la esquina de la plaza de las Bernardas, y a la vuelta se llevaban una tarta de San Marcos de casa Salinas para endulzar su día de descanso. Pero, como vinieron los adelantos, las rabizas de Alcalá iban a revisión en su día de asueto en taxi a la capital de España, y ya no hubo procesión ni tarta.        



     Godino era hombre escueto de boquilla y macilento de semblante. Era auxiliar de autopsias, y tenía siempre a punto el instrumental de su competencia. Por extensión era capador, ahora titular, y recorría los pueblos aledaños portando su cartera de instrumental del oficio, como si fuera un verdugo volante.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 10.12.2016


Nombre se paga con nombre


     Alcalá de Henares como ciudad universitaria fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad un 2 de diciembre de 1998 porque su vieja Universidad había servido de modelo en otras partes del mundo. Hace tiempo, mi hijo Javier, que anda por esos mundos, me mandó unas fotos de la ciudad de Antigua en Guatemala y de su vieja Universidad fundada por los franciscanos, a quienes había servido de modelo la de Alcalá, donde ellos habían estudiado. La sorpresa fue, según me contaba Javier, que allí, al enseñar sus venerables piedras, recibió a quemarropa y sin aviso el nítido nombre de de ‘Alcalá de Henares’, y que allí se explicaba su historia con el orgullo de su origen complutense. Y el alcalaíno de la maternidad de O’Donnell aprovechaba para reprenderme: “¡Si es que no sabéis hasta donde llega Alcalá!” Es cierto, estamos emperrados en que no pasa del Torote y de la Venta de Meco, y bien viene que en este cíclico dos de diciembre, aniversario de su declaración, nos entre siquiera sea un vaho cierto de esa humanidad patrimonial dispersa y difusa, un testimonio del nombre de Alcalá tomado vivo a pie de obra en el ‘antiguo’ lugar de manera espontánea, que no de otra manera.   

   

     
Antes de seguir paseando por Antigua queremos señalar que ‘patrimonio’ viene del latín ‘pater’, de la misma raíz de que procede ‘patria’. Fue Estrabón quien dijo que España era una piel de toro. Y ello está bien, pero su silueta es también la de una cabeza bifronte, que mira igual al Mediterráneo como al Atlántico. Iberia, la vieja Hispania, no es el culo de Europa como han dicho algunos europeos, es la vanguardia que rompe su continentalidad y se proyecta ‘más allá’, ‘plus ultra’. Y en esa mirada atlántica se entiende que allá se hable español y portugués. En esa mirada oceánica puede entenderse el patrimonio disperso. Y desde allí puede entenderse que los términos patriarcales del patrimonio y de la patria se vuelvan matriarcales al devolver la mirada hacia la ‘madre patria’.  El viaje de ida es ‘pater’ y el de vuelta es ‘mater’. 

    

     La ciudad que hoy se llama Antigua y popularmente Antigua Guatemala tuvo por nombre el de Santiago de los Caballeros de Guatemala durante la época colonial, cuyo título oficial e histórico es el de ‘Muy Noble y Muy Leal’, es cabecera del municipio homónimo y del departamento de Sacatepéquez. Se ubica a aproximadamente a 45 kilómetros al oeste de la actual capital, y fue la capital de la Capitanía General de Guatemala entre 1541 y 1776, año en que la capital fue trasladada a la ciudad de Nueva Guatemala de la Asunción, después que los terremotos de  Santa Marta arruinaran la ciudad por tercera ocasión en el mismo siglo, y que las autoridades civiles utilizaran eso como excusa para debilitar a las autoridades eclesiásticas —siguiendo las recomendaciones de las reformas borbónicas emprendidas por la corona española en la segunda mitad del siglo XVIII—  y obligando a las órdenes regulares a trasladarse de sus majestuosos conventos a frágiles estructuras temporales en la nueva ciudad.
     A partir del traslado la ciudad pasó a llamarse «arruinada Guatemala», «Santiago de Guatemala antiguo» y la «antigua ciudad». Fue abandonada por todas las autoridades reales y municipales, y en 1784 por las dos últimas parroquias, quedándose también sin autoridades eclesiásticas. Tras la independencia de 1821 recuperó la categoría de ciudad y fue nombrada como cabecera del departamento de Sacatepéquez
     Fue designada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979.

     En el siglo xxi es un importante destino turístico guatemalteco por su bien preservada arquitectura renacentista y barroca española con fachadas del barroco del Nuevo Mundo, así como un gran número de ruinas de iglesias católicas, incluso aún después de que sus estructuras fueran severamente dañadas por el abandono en que estuvieron entre 1776 y 1940, y por los terremotos de 1874, de 1917 y de 1976. También es reconocida por las solemnes procesiones de Semana Santa que se han realizado anualmente desde antes del traslado de la capital a la Nueva Guatemala. Su actual población ronda los cuarenta y cinco mil habitantes.
     Aquel nombre nuestro pronunciado lo pago hoy devolviendo su nombre, el suyo.

                                                           

José César Álvarez

Puerta de Madrid, 3.12.2016

www.josecesaralvarez.org