lunes, 25 de septiembre de 2017



 La ciudad andante

     “Alcalá, la ciudad andante” es un título sugerente que le he robado a José Vicente Pérez Palomar, quien, andando andando, se la robó a su vez a Manuel Azaña de su novela incompleta Fresdeval, cuyo escenario le presta Alcalá. La atinada y completa cita de don Manuel, siempre broncínea y retórica, le sale al otear el paisaje andariego de la ciudad desde su primitivo establecimiento en la meseta del Cerro del Viso y verla bajar a Compluto e irse a la Alcalá la Vieja y volver al Burgo de Santiuste:
     Nuestra ciudad no se extiende, ni pulula, ni enjambra (así sí): se traslada, toda entera. Pasito a paso, en veinticinco siglos ha caminado tres cuartos de legua. Primero en el alto viso, a plomo sobre el río, donde la hallaron las legiones de Craso; más tarde en la ribera, la tierra se traga las formas ya vacías de la ciudad andante.

     Y con Azaña por montera fue José Vicente y a buen paso, en el tiempo de una unidad áulica, se fue desde los turdetanos del Viso hasta los garenos de La Garena y los espartalanos de Espartales, llegando a la colmatación urbana de su espacio, donde se le atoró la andadura y a Don Azaña se le quebró la palabra profética de que “nuestra ciudad no se extiende”. Era la conferencia del día de San Diego de Alcalá, patrono de la Institución de Estudios Complutenses en la ‘Sala Cisneros’ de El Parador, donde paran los andantes y paró la ciudad andante. Era el día de la palabra indígena, de la memoria lugareña y de los grumos del terruño. Era torear en La Maestranza, cantar la Angélica la víspera de Gloria, jugar en Wimbledon o bailar en El Sacromonte. Era dictar la lección sobre las cenizas colegiales del Siglo de Oro español con el fondo del canto de maitines de la Civitas Dei alcalaína.          

     Las palabras son también andantes, y cuando la ciudad andante llega a la invención de los sepulcros de Justo y Pastor, dicha ‘invención’ viene de invenire, que es ‘hallar’. Y, en efecto el hallazgo de las reliquias de Justo y Pastor supuso la refundación de Santiuste, la ciudad andante y andada de los peregrinos de su Campo Laudable, donde Asturio Serrano al principio del siglo V se quedará a su vera como obispo guardián. Y cuando el andariego José Vicente llega a Cisneros, principios del XVI, echa atrás su larga vista sobre Asturio Serrano, como refundadores ambos. Pero de Asturio a Cisneros va una zancada de once siglos. Bueno sería poner un pie intermedio sobre Ximénez de Rada, el largo arzobispo del siglo XIII que mide tres reyes y una reina tutora, que nos dio “palacio bien guarnecido” y que reunió Consejo en Alcalá para la preparación de la batalla de las Navas. O pararse como también paró en Gonzalo García Gudiel, el cardenal toledano y señor de Alcalá, universitario en París y Bolonia, que pondría la primera semilla universitaria aquí a finales del siglo XIII en el Estudio General.

     La ciudad andante lo es también por sus símbolos andantes. Cuando a partir de 711 se oyen los pasos cada vez más cercanos del moro, el relicario de Justo y Pastor se pone en camino hacia Zaragoza y Huesca, y se va hasta el Pirineo y hasta Narbona. Pero es que hasta los tiempos de Felipe II no desandarían por querencia el camino hasta su cripta santiustina. El señorío de la ciudad andante fue ocupado por el andariego cardenal Ximénez de Cisneros, la galga de estameña parda, que entrenado en las calerizas del monte pedregoso de Torrelaguna, cumpliría viaje a pie hasta Roma. Y su mejor obra, la Universidad Complutense tomaría el camino de Madrid un aciago día del año 1836, para desandar, también por querencia, el camino conocido de los años setenta del siglo pasado.

     Y Miguel de Cervantes, cuando le hervía la sangre de sus 21 años, sacó la espada en el sitio de los Alcázares Reales de Madrid. Condenado a la corta de la mano derecha, de la que saldrían los dos ‘quijotes’, la oculta por el camino de Valencia hasta Barcelona y la Provenza, para ocultarla en Roma, desde donde salieron todos sus caminos de doce años, regresando el “vezino de Alcalá” por el mar de la querencia con la izquierda estropeada y enterita la derecha.

     Es la ciudad andante de sus símbolos andantes, de viene y va. La ciudad andante que ya no anda.

José César Álvarez


Puerta de Madrid, 21.11.2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario