lunes, 25 de septiembre de 2017



  • Las dulzuras de San Diego



     San Diego es un santo que salió de Sierra Morena para atracarnos de dulzuras. Vino aquí para morir y hacer milagros. Siempre hemos hablado de los fastos alcalaínos del bien nacer, pero no hablamos del bien morir de la ciudad complutense. Y, sin embargo, el lugar de nacimiento no se elige, pero en la muerte es otra cosa. Se elige donde se pace. Además de morir aquí los Santos Niños y San Diego, también murió Juan I de Castilla, el Arzobispo Carrillo, el divino Vallés, Elio Antonio de Nebrija… Y el  sarmientoso Cardenal Cisneros, que guarda en la Catedral sus cenizas en divorcio con su egregio sepulcro, no murió aquí por no estarse quieto. Es así por lo que San Diego de Alcalá lleva el sobrenombre del lugar de su muerte, que es el  de sus milagros y el de sus peregrinos. Su lugar de nacimiento, San Nicolás del Puerto, provincia de Sevilla, quiere llamarle San Diego de San Nicolás, es decir, dos veces santo. Pero el nombre de San Diego de Alcalá ya es universalmente imparable.


    
El lego franciscano San Diego de Alcalá  
                  
     San Diego es un santo de aguas bravas. En Arrecife estuvo la escuela de su Alcalá. Allí, en la isla de Lanzarote, su primer destino de lego franciscano, fue portero y anduvo entre tormentas azarosas hacia Fuerteventura y otras islas. Y se trajo de allí el pavor a las aguas iracundas y el sentido de la portería como válvula del convento hacia los pobres. Nos dio pan a hurtadillas y nos quitó el agua del Camarmilla embravecido. Pero las aguas que le sobraban, le faltaron a su cuerpo incorrupto cuando el maldito fuego del treinta y seis cercó su urna de plata. El fuego sacrílego de la ciudad de su nombre atentó contra la gloria de su cuerpo.



    
                                         Iglesia de San Diego de Alcalá en Guanajuato

      San Diego es un santo popular, que todos los trece de noviembre concita riadas de gentes para asomarse a su rostro. Su nombre recorre Andalucía, las islas Canarias, Sicilia, México… como patrono, como advocante de templos, como topónimo, dando nombre a plazas, colegios,  hoteles y tradiciones. Y en California da nombre a una de las más grandes ciudades de USA, aunque velando su sobrenombre oficial. A su cuerpo inmarchitable vinieron a pedir milagro gentes de toda condición, y los reyes vinieron a por él para trasladarle a sus cámaras reales. Curó al Príncipe Carlos que se cayó en Alcalá corriendo tras una moza, pero no quiso curar a otro Carlos, el II, que tuvo dos mozas por reinas y no supo hacerlas madre. Hubo milagro de omisión para los Austrias marchitos de su imperio  marchito.       



                       
                   Iglesia de San Diego de Alcalá en Bogotá
                
      
      El nombre Diego es una versión dulcificada de Santiago. Santiago pierde la espada de su ‘t’ para dulcificarse con la ‘d’ de Diego. Su nombre es tan Dulce como Torres. Torres Dulce es la amarga verificación de unas torres sin troneras, donde tan dulces fiscalías se doblan frente a los delitos contra la unidad de España. Como el obrador de los dulces de la justicia española no permite hacer mártires soberanistas, se siguen dando lastre a los independentistas, un lastre sin retorno donde los ilegales pierden el respeto a la ley de un Estado laxo y entreguista.


                       Iglesia de San Diego de Alcalá en el Estado de Carabobo en Venezuela

    

      San Diego pierde la espada de Santiago, y los hombres dulces no pueden enfrentarse a los independentistas catalanes. La ley no es dulce ni amarga, es la ley. Pero la oposición al gobierno, que se dulcifica en Cataluña, recupera la espada de Santiago contra Monago, a quien martirizan a mandobles sin que tenga el apaleado imputación judicial y sin que sirvan sus razones. En tanto que los profesionales de la agitación respiran aliviados ante el dulce horizonte judicial en que se mueven ya sus astros presidenciales: Chaves y Griñán.     



     En este noviembre de boca de lobo en el que murió San Diego y murió Cisneros, ambos franciscanos, uno lego y el otro cardenal, quiero permitirme la atribución de colocar como postre una bandeja de dulces. Es mi recuerdo de Guanajuato en México, con sus espléndidos templos franciscanos que la permiten ser ciudad Patrimonio de la Humanidad, sin faltar el templo de San Diego, bajo el silencio clamoroso de la obra ingente de los franciscanos españoles, que se extiende por toda América, con una capacidad de construcción monumental extraordinaria. Un ejemplo cercano tenemos en San Francisco el Grande de Madrid, aunque no conocimos el convento de Santa María de Jesús en Alcalá, donde Carrillo estableció los Estudios Generales, precedente de la Universidad cisneriana.



      Quizás fuera por esta labor hispanizante de hace cinco siglos, que el presidente de los Estados Unidos de América, en una reciente cumbre en Australia le dijera el primer día al presidente de España: “Hola, Mariano”.  



José César Álvarez
Puerta de Madrid, 22.11.2014

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