lunes, 25 de septiembre de 2017



Galdós y Pereda: idilio y abismo político

    
      Siempre me ha parecido que el escritor José María de Pereda, el novelista cántabro de Sotileza, Escenas Montañesas, Peñas arriba… posee en Alcalá una Avenida excesiva. Huye aquí de su ámbito el costumbrista montañés, apegado en exclusiva a su tierruca, donde copia caracteres, paisajes, la jerga marina y coloquial. Nada contra mi admirado escritor, cautivo ferviente de su tierra privilegiada. Nada, salvo esta generosa desubicación de su nombre urbano. Nada contra Pereda, salvo que hay nombres alcalaínos gloriosamente olvidados. Un ejemplo: doña Leonor de Cortinas, madre de un genio, Miguel de Cervantes, la inquieta vecina de su trama urbana y familiar, con su casa, su nombre y sabiduría sumidas en las sombras de la amnesia local, pese a todos los centenarios cervantinos alumbrados y por alumbrar y pese a todos los feminismos más furibundos desplegados y por desplegar.



    
                          Benito Pérez Galdós
      Pero hoy vamos de Pereda, a quien me gustaría ver, sin embargo, hecho busto y letra en el puerto de Suances, mi segunda casa, donde pintó a las sardineras voceantes y su capazo a la cabeza. Aquel es su vivo marco. No viene hoy aquí Pereda por sus méritos literarios, que también, ni por su Avenida excesiva o no, sino por el trato que Galdós, el fecundo y primado escritor del XIX le brinda al escritor cántabro en el Prólogo del ‘El sabor de la tierruca’ (1882), texto que debiera revisar la crítica literaria. En ese primoroso prólogo, don Benito Pérez Galdós, políticamente enfrentado al ideal del también diputado santanderino, le cubre de elogios. Galdós, que osciló entre liberal de izquierdas, republicano socialista y hasta anarquista, escribe, sin embargo, a favor del ultraderechista montañés. Sabe don Benito reducir las diferencias ideológicas magistralmente, ponerlas en su sitio. Puede ser hoy este prólogo un apunte sabio para las urgencias actuales del entendimiento entre la izquierda y la derecha, atascadas, la del “no, no y no’, la del insulto y la descalificación reiterante sin mirarse a sí mismos. Pero es que entre la ideología de los políticos Galdós y Pereda hay un abismo, lo que ahora no ocurre en absoluto.          



     Sin embargo, Galdós se muestra magnánimo desde el principio: “Desde hace mucho tiempo tenía yo propósito de ofrecer a aquel maestro del arte de la novela un testimonio público de admiración, en el cual se vieran confundidos cariño de amigo y fervor de prosélito. Cada nueva manifestación del fecundo ingenio montañés me declaraba la oportunidad y la urgencia de cumplir el compromiso conmigo mismo contraído…”   



     Y Galdós va a por el irreductible lector: “Veo que te haces cruces –¡qué simpleza!–, pasmado de que al buen montañés le haya caído tal panegirista, existiendo entre el santo y el predicador tan grande disconformidad de ideas en cierto orden. Pero me apresuro a manifestarte que así tiene esto más lances, que es mucho más sabroso, y si se quiere más autorizado. Véase por donde lo que se desata en la tierra de las creencias es atado en los cielos puros del arte.  Esto no lo creerán muchos que arden –constridor dentum– en el infierno de la tontería, de donde no los sacará nadie.  Tal vez lo lleven a mal muchos condenados de uno y otro bando. Los unos encaperuzados a la usanza monástica, otros a la moda filosófica. Yo digo que ruja la necedad y que en este piadoso escrito no se trata de hacer metafísica entre la gran disputa de Jesucristo y Barrabás. Quédese esto en lo más hondo del tintero y a quien Dios se la dio Cervantes se la bendiga...”



    
                       José María de Pereda

      “En la puerta de una fonda vi por primera vez al que de tal modo cautivaba mi espíritu en el orden de gustos literarios, y desde entonces nuestra amistad ha ido endureciéndose con los años y acrisolándose, cosa extraña, con las disputas. Antes de conocerle había oído decir que Pereda era ardiente partidario del absolutismo y no lo quería creer. Por más que me habían asegurado haberle visto en Madrid, nada menos que figurando como diputado en la minoría carlista, semejante idea se me hacía absurda, imposible, no me cabía en la cabeza, como suele decirse. Tratándole después me cercioré de la funesta verdad. Él mismo, echando pestes contra lo que me era simpático, lo confirmó plenamente. Pero su firmeza, su tesón puro y desinteresado y la noble sinceridad con que me declaraba y defendía sus ideas me causaban tal asombro, y de tal modo informaron y completaron a mis ojos el carácter de Pereda, que hoy me costaría trabajo imaginarle de otro modo. Y aún creo que se desfiguraría su personalidad vigorosa si perdiera la acentuada consecuencia y aquel tono admirablemente sombrío...”



     “Otra cosa: Pereda no viene nunca a Madrid. Para conocerle es preciso ir a Santander o a su casa de Polanco, donde vive lo más del año, entre dichas domésticas y comodidades materiales que le añaden, como literato, una nueva originalidad a las que ya tieneY el buen castellano de Polanco, sectario del absolutismo y muy deseoso de que resucite Felipe II para que vuelva a hacer sus gracias en el gobierno de estos reinos, es el hombre más pacífico del orbe, de costumbres en extremo sencillas, de trato amenísimo, llano y familiar, que podría derechamente llamarse democrático… Imagino que al autócrata se le ocurre una cosa muy natural y es elegir para primer gobernante al hombre de más ingenio de su partido. Tenemos a Pereda de ministro universal, pues ya podemos hacer lo que se nos antoje, porque es seguro que no nos ha de chamuscar ni el pelo de la ropa y viviremos en la más dulce de las anarquías.”   

    

    Galdós en el reducionismo del aparente extremismo de la derecha. No pueden entenderse entre sí, ni hoy ni ayer, los miembros de toda derecha e izquierda, condenados al infierno de la tontería, de donde no los sacará nadie.  



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 13.2.2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario