miércoles, 27 de septiembre de 2017

Zarzuela de la antología



Zarzuela de la antología

     Con la “Antología de la zarzuela” se nos metió el sábado pasado el primer frío de este año hasta los huesos en la Huerta del Obispo, a quien ahora por no nombrarlo llaman no sé qué ‘del Patrimonio’. Y como el frío llegó hasta congelar el reparto de programas, nos quedamos sin saber quiénes eran los formidables solistas del reparto: el bajo, que inopinadamente llegó a ser el Felipe del dúo de “La revoltosa”, el tenor, la soprano y la  contralto. además del coro y bailarines y músicos de la orquesta, todos ellos anónimamente exquisitos en el cóctel que iniciaba Barbieri para ofrecernos los pasajes más populares y celebrados de la zarzuela, como fueron El Barberillo de Lavapiés, La Gran Vía, La Revoltosa, La Verbena de la Paloma, La del Manojo de Rosas, La del Soto del Parral, Doña Francisquita, La Leyenda del Beso, La Dolorosa, Los Claveles, La Boda de Luis Alonso, Gigantes y Cabezudos, La Parranda, Maravilla, Luisa Fernanda, etc.



     A la entrada nos cachearon los bolsos y bolsillos por si llevábamos bocadillos, que deben ser las nuevas bombas de nuestro peligro, de cuyo peso deben querer aliviarnos para no incurrir en el pecado estético de ir a la ópera con la tortilla encima. O quizás el cacheo se debiera al proteccionismo aduanero de los dos bares allí apostados. Uno no sabe bien. Lo que sí supimos es que como en este país toda bebida se sirve fría y teníamos frío, renunciamos a la redundancia en el descanso. Seguro que no tenían caldo gallego, por ejemplo.



     Hoy neo-denominan a este lugar, ahora lo recuerdo, “Auditorio del Patrimonio”, que viene a remontar una colección antológica de denominaciones como han sido ‘las murallas’, ‘la huerta del obispo’, ‘la huerta del Palacio Arzobispal’, ‘la huerta del Seminario’, ‘la huerta de los curas’,‘la huerta de don Emilio’, ‘la huerta del Archivo’, ‘el recinto amurallado’…  Y de ellas, desde luego, la denominación que menos dice, por impersonal e imprecisa, es la última de ellas, la cual reza así en mi entrada.


    
 
     Fue la Compañía Lírica de Zarzuela de Madrid la que quiso meternos en el calor de nuestra música más nacional, pletórica de gracia y de ingenio, ignífuga e indeleble, nunca frígida y siempre volcánica, cuyo brasero ha sido históricamente azuzado con la badila de todos los rincones de España. En Barcelona llegó a haber hasta diez teatros de zarzuela simultáneos. Maestros catalanes fueron, entre otros muchos, Morera, Granados y Amadeo Vives. Entre los finos autores valencianos destacan Penella, José Serrano y Ruperto Chapí. Autores vascos de zarzuela tenemos a Gaztambide, Orúe, Sorozábal, Guridi, Usandizaga, Arrieta… O los madrileños Federico Chueca, Francisco Alonso, Jacinto Guerrero… La zarzuela ha representado al costumbrismo de nuestras tierras y se ha sometido a su vivo intercambio. La zarzuela ha arraigado en las lenguas vernáculas de todos los rincones a la vez que en español.



     El gran género lírico español, al que siempre se le ha dicho “chico”, ha subrayado los rasgos patrióticos que ahora son alarmantemente deficitarios en nuestro país, por creer muchos que lo patriótico se identifica con lo fascista. Lo cual deja perplejos a propios y extraños. Así, por ejemplo, en el Coro de repatriados de Gigantes y Cabezudos, obra de Fernández Caballero, los soldados aragoneses que han perdido Cuba y Filipinas se refieren así a su río Ebro: Por la patria te dejé, ay de mí, y con ansia yo pensé siempre en ti. Y hoy, ya loco de alegría, ay madre mía, me veo aquí.



     Y allí presenciamos también “La roca fría del Calvario”, el número tétrico de La Dolorosa de José Serrano, que acaba así: Triste camina, camina llorosa. La madre dolorosa del Redentor.



    Y en aquel “camina, camina” se me representó la Virgen del Val, que había estado ese mismo día caminando en procesión hacia su ermita del valle, la cabaña de sus ancestros, y acababa de ser repatriada al Ebro de su Henares, ese Ebro que lo quieren hacer excluyente unos sediciosos. Es esa la misma Dama a la que el Cardenal Cisneros cita como Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la entonces villa y que el Cardenal la rezó entonces para la unidad de la patria grande, cuando el franciscano era alcalde mayor de España. Es la misma que hoy es Patrona caminante de la Ciudad, Alcaldesa Perpetua, Doctora de la Universidad y Capitana de la Brigada Paracaidista. Ella, la Virgen del Val que celebramos, la que es Madre, como símbolo del matriarcado que rige nuestros hogares, será la mejor garantía para preservar la patria grande que hoy vuelve a zozobrar en el río revuelto y ruidoso, de cuyo murmullo no queremos ya acordarnos.



José César Álvarez

www.josecesaralvarez.org

Semanario Puerta de Madrid, 23.9.2017

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