lunes, 25 de septiembre de 2017







La plaza de las escobillas


     Es la nueva plaza de la calle Brihuega. Barrieron los buses de ALSA, su contaminante presencia, su estación viaria, y se dejaron allí las escobas. Dos escobas iguales, repetidas, con sus cerdas equilicualmente dispuestas, como dos seres clonados, miméticos. Hay que reconocer que el sentido binario alcalaíno tiene su base en los dos Niños patronos, en las dos puertas de entrada al Ayuntamiento, en las dos palabras del nombre de la ciudad, en la doble denominación árabe y latina, en los dos títulos de su primer templo, en el sentido binario de los paseos de la plaza y de los soportales de la calle Mayor, la cual se extiende entre dos plazas. Se ve que los escultores modernistas piensan mucho buscando símbolos, se nota. Son dos palilleros, dos haces repetidos, que representan el símbolo de la ciudad dual, lo cual ha captado el artista en su sesera, habitada de varas y de pértigas.



     Ya sé, ya sé, me está diciendo alguien, que hay que leer en el suelo los significados de cada palitroque, que si Humildad, Humanidad, Sabiduría, Saber, Luz, Paz, Alegría, Amor. Total casi nada. No se puede pretender decir tanto con tan poco. No, eso no me vale, las artes plásticas son plásticas, no tienen letras, ni leyendas, aunque le pueden poner un título. Pero su plástica transmite un chasquido inefable que no se encierra en palabras. Su efecto viaja solo, tan solo como Contador en el Sertriere. Lo que transmite pertenece a su exclusivo mundo figurativo. Lo que dice, eso sí, se puede transcribir, hacerlo palabras, como yo, pero las palabras no me pueden transportar nunca a lo que la plástica no dice.    



     Puestos a arrancar las significaciones al críptico mensaje de la nueva monumentalidad expresiva, exenta, tenemos a dos escobas de brezo o de ramas en las Eras de San Isidro, allí donde nuestros antepasados barrían hasta no dejar un grano de trigo, de cebada, de avena o centeno. Son, pues, las escobas allí apostadas, el doble y evocativo monumento al ahorro que necesitamos imponer en  estos tiempos difíciles. Son las escobas de Brihuega los avisos a los derroches que se asoman y se nos vienen encima como protesta contra los ‘recortes’, obra del demonio pepero. Es este el testamento monumental de doble folio que nos coloca el PP en el punto de su transición entre dos calles de doble dirección.



     Fue una plaza que no pudo inaugurarse porque la campaña electoral la envolvía en el tiempo. Y fue ese tiempo el que inspiró al artista en su mensaje: “Barrerlos, barrerlos de una vez.”  Lo que no sabemos es si el mensaje era para ellos, los mismos que le encargaban el monumento, que ya es cinismo, o el mensaje de la barredura era para los partidos emergentes que se les sentía venir con arrojo. Es lo que no sabemos. Hay quien dice en este estudio heurístico sobre el doble mensaje de la que fue calle Brihuega, que una escoba mira a los que se van y otra a los que vienen, es decir, que una escoba es para los nuevos políticos y otra para los viejos, un idéntico mensaje para los dos lados. Así, la plaza que nunca fue inaugurada será la del laissez faire, laissez passer, el mundo camina por sí mismo, sin necesidad de inauguraciones ni discursos, sin señales de tráfico ni de prohibición de fijar carteles, un espacio ácrata y libertario.



     Otra plaza más del centro o de los bordes del casco que pierde la oportunidad de tener una fuente monumental, o dos, siempre dos, Dos fuentes podrían ir en los dos primeros rectángulos de la plaza de Cervantes, necesitados ya de algún espacio del que ocupan las seis rosaledas tendidas, que resultan seis alegrías ya excesivas, sobre todo cuando los veladores interrumpen los paseos plataneros que debieran resultar intocables.



     Ocho palitroques tiene cada haz de la plaza de la calle Brihuega. Y el número ocho, el atómico, es también el que representa el equilibrio entre las dos serpientes entrelazadas del caduceo, que son fuerzas antagónicas, cuya confrontación se equilibra en el ocho.  Dos ochos allí apostados y dos significados de dos serpientes irreductibles, la derecha y la izquierda. Dos serpientes, siempre dos, que serpean de un lado y otro, que se estiran y se encogen sobre un suelo largo y rutilante. Dos serpientes que se miran frontalmente y de las que se nos dice que no pasará nada. En el doble homenaje al ocho de la plaza agraciada de la calle desgraciada  serpean en la significación de los dos ochos allí levantados, de una parte Bello, Aguirre y Cifuentes, y de la otra Rodríguez, Carmona y Carmena.



     Pero hay que reconocer que adjudicar la imagen de la serpiente de manera igualitaria puede resultar injusto. La igualdad natural no existe. La serpiente que quiere tragarse el Club de Campo de Madrid lleva una imagen reptante de insidia que no puede llevar quienes montan una plaza en cuyo suelo adoquinado, crítico o no, figuran las palabras Amor y Humildad.



     Ocho palos allí clavados, seguros, engavillados, tal que los ocho concejales que han conformado el techo pírrico del PP alcalaíno. Un artista que ha de cobrar dignamente por su digna profecía.



JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ

Puerta de Madrid, 7.6.2015

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