Ver los toros desde las talanqueras
     José
 Luis López Borreguero y Gregorio Chicharro Alarcos, concejales electos 
de Alianza Popular, compañeros míos, fueron los autores materiales de la
 implantación de los encierros en Alcalá de Henares. Era, creo, el año 
1984, y su estela llegó  hasta
 mediados los años 90. El trayecto discurría en torno a la desaparecida 
plaza de toros por las calles de Juan de Austria, Alonso Martínez y 
Avda. de Guadalajara. Ahora que la muerte de los concejales citados está
 casi reciente, ha sido cuando ha rebrotado esta carrera conjunta del 
toro y del hombre en el entorno de la nueva plaza La  Estudiantil
 y a lo largo de las calles Travesía Paula Montal y calle del mismo 
nombre, con una pequeña subida que emboca a la Avenida de Miguel de 
Unamuno, desde donde, en un segundo ángulo recto, desciende hasta el 
albero de la plaza. 
     La
 reedición de los encierros sobre el moderno escenario ha sido un éxito 
de público sin precedentes. Algo atávico permanece en nuestras raíces 
culturales que nos remite al toro, cuando el toro está exento de 
taquillas prohibitivas. Prohibitivas fueron también las maderas de las 
talanqueras, a donde era difícil acercarse por el apelmazamiento del 
personal. Y todo para nada, para casi nada. Tan vasta concurrencia de 
espectadores, sólo se llevaba el beneficio del efecto gaseosa del propio
 encierro. Primero fue el chupinazo. Fue después un rumor lejano que se 
te venía encima como un efecto dominó y que te superaba, fueron unos 
golpes de res amortiguados en el fin de cuesta angulado, y el rumor se 
te esfumaba. Eso fue todo. Acto seguido, una densa muchedumbre evacuó 
por la arteria más capaz de esta ciudad, la Avenida de Miguel de 
Unamuno. Fue una retirada imponente, viento en popa a seis carriles. La 
olla de la plaza resopló algún recorte comprometido y todo se apagó 
enseguida, como si nada. Un muchacho en el suelo entorpecía el paso 
presumiendo de no haber dormido aquella noche. La barahúnda de 
talanqueros pasaba displicente por delante del centro comercial, pese a 
su magno nombre. Pero la escalera de acceso se iba poblando de presuntos
 meadores y cafeteros. Los niños de la tirolina del parque aledaño no 
sabían de toros.
     Fue
 entonces cuando me encontré con Manolo. Manolo es un crítico obsesivo 
que en un momento me propinó una catarata de su producción biliar:
    —Las
 vallas de las talanqueras son para los de dentro y no para los de 
fuera… Esta plaza será cualquier cosa menos “estudiantil”, que ahora la 
llaman… y, desde luego, Miguel de Unamuno –qué fatalidad– es todo menos 
taurino…
     A
 Miguel de Unamuno, en efecto, le ha correspondido dar el nombre a una 
calle que ahora es taurina, cuando se le tiene con razón como un 
consumado antitaurino. Unamuno, no es como otros titulares de calle, 
tiene el mérito de haber hecho algo por Alcalá. Escribió al menos un 
precioso artículo titulado “En Alcalá de Henares”, que después 
publicaría en un ensayo de tres artículos donde compara lo que aquí vió 
con su país, Vizcaya. Visitó a su amigo vasco el Padre Lecanda en el 
Oratorio de San Felipe Neri, y, juntos, dieron paseos por sus calles y 
montes. A quien le dimos su nombre a la mejor de nuestras calles, dijo 
de nosotros, sin embargo, al mirar un andamio podrido en una ventana del
 Palacio Arzobispal, que éramos desidiosos y que coleccionábamos “fierro
 viejo y trastos inútiles”.
     Al
 ‘antitaurino’ Miguel de Unamuno lo redimió de su sambenito Jaime 
Capmany en un celebrado artículo del Diario ABC. En estos versos Unamuno
 fustiga el costumbrismo español, su fanatismo secular:
“Corre la sangre del martirio
del moro o del toro
–igual destino–,
y se alza el coro
del coso resonante.
¡España! ¡España triunfante!”
     Pero en estos otros versos, el escritor instalado en el dilema perpetuo trasciende el arte del toreo:
“Cavernario bisonteo,
introito del rito mágico
que culmina en el toreo.”
     Unamuno
 supo comprender que “la tauromaquia es de todas las Bellas Artes la más
 ortodoxa, pues es la que más prepara el alma para la contemplación de 
las grandes verdades".
     Como
 quiera que sea, las talanqueras del nuevo curso que empieza ya están 
preparadas. Las talanqueras predeterminan un recorrido lineal. Será por 
eso que nada hay nuevo en nuestro horizonte político. Se anuncia a los 
corredores contra los toros de Wert y de la   Mato. Se anuncia a 
Rubalcaba, que fe corredor y lo sigue siendo, marchando con la mano en 
los lomos del toro bolado de Bárcenas. Y se anuncia a los corredores 
catalanes corriendo contra el toro sagrado de España. Con estos 
anuncios, uno cree que no vale la pena asomarse a las talanqueras y que 
ya basta con los ruidos.
                                                        José César Álvarez
                                                      ‘Puerta de Madrid, 14.9.2013        
“Cuando era un chaval –me contaba el célebre Nacarino–, en mi calle, la de Cervantes, un señor de pelo blanco me preguntó dónde estaba la lápida de nacimiento de este escritor y yo le llevé frente a mi casa. Él me dijo que si yo sabía quién era ese personaje. Lo tenía reciente de la escuela. Al día siguiente, en la casa de ‘La Cubana’, donde trabajaba mi madre, vi a ese señor en una foto del ABC, era don Miguel de Unamuno”.

Han vuelto a Alcalá los encierros y parece que para quedarse.
Después de 17 años de silencio ha rebrotado la carrera ancestral
del hombre y del toro.


 
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