lunes, 25 de septiembre de 2017



Los años cincuenta alcalaínos (y 4)

(fotos de Orthuys, exposición en Santa María la Rica



     El Alcalá activo

     En los años cincuenta Alcalá se articulaba en el músculo de sus barrios, a pesar de su discreta población que osciló durante esa década desde los 20.000 a los 25.000 habitantes. Aquellos barrios estaban subrayados por sus respectivos equipos de fútbol. Eran Puerta de Madrid. la Puerta de Santa Ana. la Puerta del Vado, la calle Talamanca, la calle Ancha.  También tenían equipo las dos fábricas más importantes que entonces había aquí: Forjas de Alcalá y la Cerámica Estela. Estos equipos nutrían al Avance y a la RSD. Alcalá.

     Además de la cerámica citada, hubo otras que consolidaron a Alcalá en la actividad fabril más importante de la época, tales como CERMAG,  Arias, Argote, Daniel Pérez, las de los hermanos Pinilla, Saturio Moreno y los Manglano. Camionetas como hormiguitas trasladaban la tierra de nuestros montes a sus hornos, dejándolos romos y lamiendo los farallones de la cuesta del Zulema. Así quedó expedito el escenario de tantas batallas cinematográficas, de cuya filmoteca –ahora en sus montes, otras en su casco– destacan a finales de la década El Cid, con la espléndida Sofía Loren como doña Jimena, y Espartaco, en la que legiones de alcalaínos se vistieron de romano. Ramón Vallejo ‘El Liguerín’ hacía de romano chiquito, quien, como no le iba la marcialidad bajo el sol intolerante, se soltó por soleares. “¡Corten!” gritaron. A la segunda hubieron de confinarle. Estaba visto que a los americanos no les iba el arte de canela fina.

      Allí, en la entrada a Alcalá, frente a donde se instalaría la Perfumería GAL de finales de la década, estaba la primera publicidad de una nueva era industrial que asomaba: Nitrato de Chile; Sidra El Gaitero; Fábrica de guantes Jacinto Borrego; Heno de Pravia.

     Los escaparates de la calle Mayor servían para aliviar el tedio. La galería de los escaparates de Álvaro Becerril –Mayor esquina a Ramón y Cajal– eran un auténtico museo de objetos de regalo. Casi enfrente, Radio Álvarez exhibió por primera vez la TV que colapsó la Calle Mayor, con aviso de los municipales. Había buenos escaparatistas: Yárritu, ‘El Estilo’, Alobera, los Mínguez, Ramírez, Almacenes Saldaña, Gutiérrez, Novedades, Penalva…

       En Alcalá todo cambia con la venida de los americanos a mitad  de la década. Se tiene la seguridad de que allí ha caído algo nuevo, algo de otra dimensión. Se abre un fondo, hasta entonces desconocido, de posibilidades laborales, un horizonte de empleo en las obras de la Base Aérea de Torrejón que ocupa también el término de Alcalá y trunca sin problemas el camino viejo de Ajalvir. Lo que haga falta. Son los empleos directos e indirectos, son los americanos que aquí viven, que también nos traen nuevas costumbres, que traen progreso, que nos trajeron esos coches grandes y descapotables que nos deslumbraron, y a donde subieron nuestras chicas más vistosas. Ay de los americanos de aquellos años, a quienes hubimos de perdonar los trágicos accidentes de su velocidad y de su güisqui, también de nuestras pobres infraestructuras.

     El día 6 de octubre de 1956, día de la Provincia, nos llevaron a un nutrido grupo de seminaristas a la inauguración de la Casa de Cervantes como relleno, ya que la Asociación cervantista había declarado el boicot al acto por no haberse respetado la casa original que documentó Astrana. Desde la galería superior del patio pude asistir a la rebelión de mi ponderado profesor de Literatura don Rafael Sanz de Diego, quien, hecho un gallo de pelea, congestionado, vagaba por el cuadrilátero repitiendo a voces: “¡Esta no es la casa de Astrana!”, lo cual yo no podía entender entonces. ¿No estábamos en la casa de Cervantes? ¿A qué venía entonces eso de “la casa de astracán” o no sé qué? El abad don Francisco Herrero y el obispo Auxiliar don Juan Ricote redujeron al final, por obediencia, al rebelde canónigo penitenciario, poeta y dramaturgo de fastos alcalaínos (con seudónimos de Cruz de la Cruz y Ángel Caído). Contaron que aquel ‘pronunciamiento’ le costó tres días de cama.

    La baldosa de las aceras era de color encarnado. Había ya una tendencia extendida de salir de los grises, de despuntar.     


JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ
Puertade Madrd, 19.12.2015

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