lunes, 25 de septiembre de 2017

La sorprendente lista de 'ciudades cervantinas'



En el valle de los templos de Agrigento, el de La Concordia es el mejor conservado de la cultura griega

La sorprendente lista de ‘ciudades cervantinas’
      
      Acabo de venir de Sicilia, la bella y portentosa Sicilia, la Magna Grecia de los mejores templos, la isla poliédrica de las cien culturas, acabo de recorrer sus nueve provincias cuajadas de arte y de la huella española de cinco siglos, entre las que no falta el aroma de Cervantes, y me topo al llegar con la proclamación de una lista oficial de quince ‘ciudades cervantinas’, bien representadas, en donde, para mi sorpresa, no aparece ninguna ciudad italiana. Será una broma, pienso. 

La catedral de Siracusa cubre la estructura de un templo griego. La fachada, que exhibe el águila bicéfala, presenta las seis columnas del frontal griego.
     
     He repasado la lista ‘cervantina’ con detenimiento y puedo encajar cada una de las aludidas quince ciudades bajo tres distintos epígrafes: ‘ciudades de la vida’, ‘ciudades de la obra’ y ‘ciudades de culto’. Lo cual supone un pupúrrit de consideración, un enjuague, un híbrido, un cóctel en el que los ingredientes han sido elegidos aleatoriamente por el barman de turno. Pero yo creo que en esta conmemoración del IV Centenario del Cervantes que muere debían primar los ingredientes de esa vida que se esfuma junto a los lugares de los ideales de ese hombre de espada y de pluma que se desparrama tras ellos por distintas ciudades. Los lugares que pertenecen a la ficción no siempre fueron pisados por Cervantes, por ejemplo El Toboso, del que Astrana Marín alega abundantes detalles de que no había pisado la villa de Dulcinea, lo que sin embargo no ocurre con Barcelona. Pero ambos lugares serían más bien ‘ciudades quijotescas’ que ‘cervantinas’. Y con respecto a las ‘ciudades de culto’, al carecer de un baremo de valoración empírica que refleje el fervor cervantino, ello no puede alcanzarse sino por una decisión subjetiva.



     Se presentan, sin embargo, nítidas, sin revolver, preclaras, las ‘ciudades de la vida’. Nunca completas en la relación aludida. Yo mismo me atrevo a confeccionar una lista de ciudades cervantinas, porque es cosa muy simple y no hay que ‘elegir’, surgen por sí mismas tras de su vida: Alcalá de Henares, Córdoba, Sevilla, Madrid, Roma, Nápoles, Mesina, Argel, Valencia, Esquivias, Valladolid. Aquí no hay elucubraciones ni arbitrariedades posibles. Son las que son.



     La primera de las ciudades italianas de su larga pernoctada es la Ciudad Eterna. Roma es el asidero de un fugitivo que esconde su mano derecha, sobre la que pende la sentencia de su corta. Roma es el arribo ansiado, allí, donde estuvo en la curia romana su pariente el cardenal Gaspar Cervantes, colega de Acquaviva, junto a quien le deja de camarero desde marzo de 1570 hasta septiembre de 1571. De allí parte a Nápoles para alistarse a la milicia junto a su hermano Rodrigo. Será poeta y soldado, como lo fue su admirado Garcilaso.



     En Mesina, en cuyo puerto se concentraron en jornadas inolvidables las naves de la Alianza contra el Turco, allí, de vuelta de Lepanto, en un Hospital de Mesina convaleció Cervantes para recuperarse de las heridas del pecho y del brazo izquierdo, donde el alcalaíno fue visitado por un viejo estudiante alcalaíno, Juan de Austria, quien le premió su valentía y le procuró la cobranza de soldada y atrasos. Su convalecencia desde el 7 de octubre de 1571 a septiembre de 1575 se dilata por otras ciudades: Trapani, Palermo y Nápoles, y allí, en “la mejor de las ciudades del mundo” a la que regresa, fruto de sus amores nacería su hijo Promontorio. “Yo pisé sus rúas más de un año”.



     Su convalecencia le sirvió para aspirar con delectación la literatura renacentista. Leyó en toscano a León Hebreo y a Domenico Ariosto, que tanto le habrían de servir para dar a luz la novela moderna.



     Palermo, la hermosa capital de la autonomía de Sicilia, esconde un bello suceso alcalaíno. Al otro lado del Mediterráneo, en Argel, andaba cautivo Cervantes en compañía del benedictino Antonio de Sosa, entre otros muchos. De allí le llegaron al Arzobispo de Palermo, el benedictino Diego de Haedo, vizcaíno de Las Encartaciones, unos “borrones”, unos papeles que constituyeron un libro, editado en Valladolid en 1612, “Topografía e Historia General de Argel”. Era aquel el grito tardío de la cautividad cristiana ante un rey que solo tenía ojos para el norte de Europa. Pasado el tiempo, otro benedictino, el Padre Martín Sarmiento encontraría allí la patria de Cervantes en 1751, dato tan ansiado, buscado y hasta inventado por pura necesidad. Fue Palermo para Alcalá, el puente de los borrones más luminosos. En Palermo, actualmente, hay una exposición cervantina en el Instituto Cervantes, cerca del puerto. 



 "Gracias a ustedes tenemos Universidad desde 1443" dijo la guía de Catania. Mandaba Aragón
 
     Era mi propósito haber trazado una crónica sucinta del viaje siciliano. Pero sale lo que sale. Y me ha salido la crítica a una lista cervantina caprichosa y heterodoxa con que me he topado. Pido entonces excusas a mis compis de circuito, especialmente a los vascos Lurdes y Manolo, a quienes me costaba entender sus chistes y ahora les costará a ellos entenderme a mí. Pido también excusas a Maria Concetta, la amable y erudita guía siciliana que llevaba a gala el nombre españolísimo de la tierra mariana que dejamos y a quien le dolía que yo cerrara los ojos cuando ella hilvanaba preciosas historias dentro del bus de Giusseppe. Ella ignoraba que yo dormía con ella.



José César Álvarez



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