lunes, 25 de septiembre de 2017




El púlpito de Francisco



    


     En Alcalá de Henares ya no hay púlpitos. Han caído en desuso. Queda el de Santa María o Jesuitas, y está el de San Felipe desde donde el Padre Ausencio clamaba con monocorde y potente salmodia. Pero el primer templo complutense, la Catedral-Magistral hoy carece de él. Los dos púlpitos de hierro que se proyectaban en la reja del presbiterio, en el lado de la epístola y del evangelio, fueron  erradicados en la primera reconstrucción del templo tras la guerra civil.



     Los micrófonos han invalidado los púlpitos, que buscaban la altura acústica sobre el pueblo, metiéndose en la masa. El púlpito constaba de antepecho o pretil y el tornavoz o sombrero. La cúpula servía para magnificar el canto, pero si la cúpula captaba de lleno a la palabra, la rompía a cachos, la propagaba y hacía inaudible. De ahí que en los templos jesuíticos el púlpito quede en el borde de la cúpula.      

   
     Los púlpitos y los tiempos cambian. Uno de los púlpitos predilectos del papa Francisco es el avión con el elemento propagador de la prensa a bordo. Setenta periodistas fue su altavoz en el viaje de retorno de Filipinas a Roma. Venía de asistir al acto religioso más multitudinario de la historia: en Manila asistieron a la misa más de seis millones de fieles. Los filipinos elevaban al alto y bajo la lluvia a sus hijos para que los bendijera el papa a su paso. Su retina es humana. Y quizás estuviera humanamente sobrecargada cuando dijo lo de los “conejos”.    



     En efecto, el papa ha dicho desde la aeronave en ejercicio de su nuevo púlpito: “Algunos creen, perdonad la expresión, que para ser buenos y católicos tenemos que ser como conejos”, queriendo referirse a una paternidad responsable, pero se han rasgado las vestiduras muchos defensores de la familia, donde los hijos que siempre “eran una bendición de Dios” han creído pasar a la condición de “conejos”.
     
      
      En el nuevo púlpito del papa Bergoglio ya no hay latines. El propio obispo de Roma ha trocado el sonoro latín por expresiones inteligibles, sí, pero tan escurridizas que hay que pedir perdón por adelantado por su dudosa propiedad.
      
    El director de la Residencia de la Compañía de Jesús en Alcalá fue a Roma a visitar al papa Francisco con fotos y recuerdos de su estancia en el centro alcalaíno en su curso de profesión en la Compañía, invitándole a una visita, la que el episcopado español, reyes y gobierno también le pidieron con motivo del año teresiano, la misma invitación que recientemente él ha declinado, excusándose en que es un año electoral en el que no quiere inmiscuirse.
      
     Y digo que ha encontrado excusa en mi libre y personal interpretación. Porque venir a España es volver al personalismo de las raíces propias de la propia lengua y del propio origen ignaciano. Venir a España es repetirse en sus generosos antecesores. Venir a España e ir a su Argentina, a la que también renuncia, es mirarse en el espejo de sus azogues. Venir a la España de Teresa es venir a la aristocracia de la mística literaria del “vivo sin vivir en mí” y del “muero porque no muero”, cuando estamos en el púlpito de las periferias idiomáticas.
     
      La sotana blanca prefiere cubrir las periferias latinoamericanas de Bolivia, Paraguay y Ecuador, junto con las africanas de Uganda y de la República Centroafricana. En Estados Unidos es obligada su visita por celebrarse allí en 2015 la Jornada Mundial de la Familia.
     
      Toda interpretación sobre el desistimiento del papa Francisco por visitar España  en este año es aventurada. Pero sabemos de antemano que prescinde del uso de los zapatos rojos.


José César Álvarez
Puerta de Madrid, 21.1.2015

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