lunes, 25 de septiembre de 2017



Ese toro enamorado de la luna
     
      España no es un toro, son dos. Ese toro enamorado de la luna y ese otro toro indultado de las carreteras españolas y ese otro toro súper intelectualizado de la mano de Picasso, como el toro protestado de la Vega, parecen referirse a un único toro, ejemplar, modélico, racial, indómito. Pero la descripción real es que en España hay dos toros negros, enzarzados e irreconciliables. Las estampas insólitas del toro de España no se ajustan a la realidad.

     
      De esos dos toros de esta dehesa últimamente calmada, pero en tensión, el astifino, el que abandona por las noches la maná, se bajó a beber a la orilla del río, el lugar lejano y siniestro donde tuvo lugar la refriega histórica de la dehesa entera, partida en dos. Media dehesa contra la otra. Y allí la memoria le hace bramar de tal manera que sus mensajes alcanzan el altozano soleado de altas hierbas, conquistado no sin esfuerzo por la  manada. Es aquella la cumbre de las fértiles praderas en los terrenos de la transición. Es el lugar bucólico del encuentro y del entendimiento, donde se iban superando las heridas de viejas cornadas. Pero la manada unida, ante el eco de los bramidos, vuelve a partirse en dos. Es la dehesa incorregible de los dos toros. ¿Por qué bramará ahora un solo toro desde la orilla de junto al río, cuando fueron dos los que allí se cornearon sin piedad?

    
     
     El siglo XIX está en la base de la formación de las dos Españas, de los dos toros. Nuestra Dehesa se desangró en guerras: patriotas y afrancesados, absolutistas y liberales, carlistas e isabelinos, conservadores y progresistas, monárquicos y republicanos, radicales y moderados… Toros de todas las layas y ‘cornás’ en la Dehesa larga de España.


     Francia, por el contrario, tuvo tres guerras con el exterior de gran sufrimiento y pérdida, la franco-prusiana y las dos mundiales, que sirvieron para aunar a un pueblo en el infortunio para ahormar a una nación y alcanzar la cohesión política y territorial de que hoy disfruta. España, por el contrario, la que se vació en disputas intestinas, se encuentra hoy enfrentada políticamente, socialmente, territorialmente, ideológicamente.


    Y agregan los finos analistas de la historia que a España lo que le faltó fue una revolución como la tuvo Francia, que generó una purga integral de la nación. Tuvo, sin embargo, España una doble ocasión de revolución incruenta, una con la Ilustración, y otra con la Constitución doceañista, pero ninguna agarró, ningún sello de revolución incruenta se instauró. Napoleón vino a España portando su destilación liberal, pero era un intruso que fue rechazado.

     Pudo ser la II República española la revolución que le faltaba a España, pero resultó ser un invento fanático para solo los republicanos, donde no estaba permitido que gobernara la derecha aunque ganara. Era aquella la orilla oscura junto al río. Ello propició la contra-revolución que siguió siendo partidista, quedando pendiente la integración de los dos lados. Fue aquella doble revolución de distinto signo una etapa desintegradora y cruenta que dejó profunda huella. La sostenibilidad temporal de esta situación permitió un día ese lugar de entendimiento que se llamó ‘la transición’, donde parecía que nos encontrábamos y nos reintegrábamos.

     
      Pero el toro enamorado de la luna ha vuelto a bajar ya hace tiempo al lugar siniestro de junto al río, donde el toro negro y astifino se siente a gusto en el clima de su casta, allí donde junto a los catalanistas se ninguneó a la derecha hasta la perfidia. Ha bajado el toro del ‘no’ al lugar  oscuro de sus querencias y cerrazones. Sus bramidos bloquean a la manada en la altiplanicie, desorientada y sin rumbo. No hay toro en esta Dehesa que le dejen marcar el paso, llevar a la ‘maná desperdigá’. Y el toro negro astifino quiere hacerlo desde la orilla oscura del río.

      
      Dicen los que saben que esta marcha loca por la Dehesa podría reorientarse por causa de los resultados de los comicios territoriales de este pasado domingo. Pero uno no sabe, anda perdido en la altiplanicie.


José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid, 1 de octubre de 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario