lunes, 25 de septiembre de 2017



Las aspas del molino

     Las aspas de un molino ha sido el motivo principal del cartel de ferias de este año, obra de Victoria García. A las aspas del tópico quijotesco le colgaban de sus  nervaduras bolas de color y farolillos, como frutos de prosperidad y candilejas de ilusión, anunciando con un garabato infantil la palabra “ferias”, tan infantil su trazo como el regocijo de la fiesta misma. 

    
      Los que hemos venido de fuera a reintegrarnos al pasodoble complutense, hemos         asistido a los estertores de las ferias y hemos pisado la penúltima barredura del jolgorio de las carrozas, cuyo cepillo de cierre arrastraba un cartel de las aspas de molino,  primer y último papel de la fiesta alcalaína, envuelto entre las anchas serpentinas de fresa y limón de las carrozas. Era aquel cartel como aquella proverbial banderita americana que se iba al garete en la reguera del fin de fiesta agridulce de Bienvenido Míster Marshall.

     El cartel victorioso de Victoria iba enganchado al cepillo que cerraba el desfile de las carrozas. El papel terso y satinado, ahora engurruñado; la inspiración de su autora, ahora por los suelos; el anuncio, caducado. Recuerdo que hace muchos años me encargaron decir un Pregón de Ferias y Fiestas de Alcalá –creo que el primero en su historia– y me inspiré en el cartel de Ferias que aquel año era obra de un paracaidista. Era también un motivo infantil: un abanderado de estrellas sobre un caballito de cartón. Pensé que nada mejor que sintonizar cartel y pregón. Pero ahora que las literaturas han sido confinadas, veo al cartel ir enterito a la basura y que, al menos, ya las literaturas no le siguen. Flaco alivio.

     Pese a la barredura, los que hemos regresado vamos a observar el espectáculo de las aspas del molino, unas aspas caprichosas al albur de los vientos, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, y nos amenazan con oír a los profesionales que pretenden adivinar las temerarias inclinaciones de las aspas hacia un solo lado.

     Los que hemos regresado, creemos ver en los molinos de La Mancha su integración natural con el medio. Y hasta se ha querido achicar la imaginación cervantina al querer hacer a Cervantes natural del medio. Consuegra, de Toledo, es un ejemplo de lo que digo. Es un bello pueblo con un patrimonio de once antiguos molinos de viento, y guarda una partida de bautismo de un tal Miguel López de Cervantes, “nacido en primero de septiembre de 1556”, en cuyo margen alguien anotó en letra más reciente: “El Autor de los Quijotes”. Es este un homónimo más, imperfecto este, nacido entre molinos como se buscaba, pero que con su edad no pudo estar en Lepanto ni en Argel. Es una pretensión anecdótica sin los desgarros ni falsías de otros lugares.

    

     Los que hemos regresado podemos decir de los ejércitos de los nuevos molinos de energía eólica que avasallan el medio, que su metálica invasión resulta sospechosamente tolerada. Uno cree que la atención a esa protesta se está retrasando, como se retrasaron las atenciones a la invasión de la costa española y a la invasión urbana de la nueva construcción en los cascos históricos.  De estas dos invasiones –costa y casco– no se tuvo conciencia hasta más tarde, fue una conciencia con retraso. De tal manera que la Telefónica de la calle de Santiago, el Robisco de la calle Nueva y el Cine Alcalá de la calle Úrsulas son, en su originaria nomenclatura, futuros molinillos dolientes. La conciencia de la invasión de los gigantes urbanos llegará un día a los Páramos de Masa y a la Sierra de la Culebra como una sucesión de ámbitos asaltados.

     Pero los gigantes de los molinos de La Mancha están homologados por la locura del paisaje cervantino y son consubstanciales a su geografía natural. Son gigantes asumidos por la cultura. Así decía don Quijote:

     –… porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.   

     La sensatez la ponía Sancho, pero sin poderle sujetar. No pueden morir los viejos molinos de viento. El paisaje cervantino resulta inviolable, inalienable, desde Sierra Morena a Barcelona. Es un paisaje bien cosido que no se puede barrer en el final de una fiesta.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 1.9.2014  

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