lunes, 25 de septiembre de 2017




Crónica del gesto
    
      Recuerdo un antiguo artículo de Unamuno, donde reflexionaba sobre el desprecio que el español hacía de la ciencia en contra de la sublimación que prestaba a la otra vida. Ello se ponía de manifiesto cuando a un ser querido le daba un patatús. Los españolitos corrían primero a la casa del cura, después a la del médico. Primero buscaban las llaves del cielo, después las llaves de cómo seguir aquí. Ahora que el obispo Reig-Pla ha ordenado a tres sacerdotes en la Catedral y que en el patio de Santo Tomás de Villanueva, el vicerrector Saz ha entregado sus diplomas a 134 nuevos médicos, las llaves del cielo se nos quedan más distantes. Alguien se ha encargado de ir escondiéndolas.
    

      Pero hoy sólo voy de gestos. Me llegó en su día la imagen de los nuevos presbíteros, tendidos en el suelo, concentrados, orantes, sumidos en una trascendente y humilde compostura de conmoción existencial. Y me llegó la foto intrascendente, trivial, imperfecta, conglomerante, con unas chiquitas sentadas en primera fila con cruce de piernas y el diploma en su regazo. Y la que se fue a no se sabe dónde, dejó el sitio ocupado con su diploma, una cartulina que empieza ya a valer. Alumnos que llevan beca y que no, una que mira el teléfono y otra que se toca el pendiente. Estas niñas que lo son en mayoría y que no tienen disciplina para hacerse una foto final de carrera, te servirán a rajatabla, en inflexibles periodos, las más efectivas píldoras para durar aquí mucho.



      
     Contador se bambolea sobre la bici, delante de Nivali,  principal contrincante en el Tour de Francia. Al madrileño le escuecen los dos minutos y medio largos que le ha cogido en los primeros compases de la prueba. Se bambolea de pie sobre los pedales y se vuelve para  mirar la distancia y la cara de su adversario. El italiano aguanta mal la embestida sentado, tenso, paciente, inexpresivo, como ausente, aunque la procesión vaya por dentro. Pero las esperanzas se rompieron cuando Contador se rompió. El llanto amargo fue su gesto último.
     
      En la calle del Tinte un hombre de voz gruesa me alarga la mano diciendo: “Señor, ayúdeme”. Es un hombre que pide limosna en imperativo y da el título que quiere para sí, mientras mantiene la cabeza erguida, sin doblegar su orgullo. Es un caballero español de cuya hidalguía no dimite ni en las adversidades.       
     


      
      Soraya Rodríguez, la socialista del Congreso a la que se le fue Rubalcaba, remacha su discurso con las manos, con los hombros, con la cabeza, con la cabellera. Es un basilisco que bufa contra ese dragón fascista del PP, con cuya mayoría matemática se estrella, esa mayoría que debieron darle los demonios del Averno. Se retuerce la basilisco socialista sobre la tribuna con los ojos desorbitados como si en su corral nunca hubiera habido Decretos Ómnibus. Y van sus demonios y con cara de ángel se echan atrás, pese a la urgencia de las medidas. Hubo quien dijo, tendiendo la mano como bandeja, que lo que hay que hacer es gobernar, sobre todo cuando se puede. Lo demás, dijo blandiendo la mano como una espada, recuerda a los bizantinos, que hablaban del sexo de los ángeles mientras tenían a los turcos a las puertas. Los gestos eran igual de rotundos: unos decían a golpe de dedo, que se había asaltado el ejercicio parlamentario, y otros, con dos dedos en aro, precisaban que lo que se había asaltado era la recuperación de los españoles.    
    
      La mujer de la Avenida de Alonso Martínez, sábado, a eso de las diez de la mañana, se desvió un tanto de su paso de cebra, siguiendo a una bolsa de plástico que patinaba en el asfalto mecida por el viento, la siguió, la siguió y la atrapó para echarla en la papelera. Fue un gesto.
     
      El sábado los brasileños volvieron a llorar y a romper, aunque menos. No soportaron ser cuartos en la casa de su fútbol. Su llanto es un gesto y una cura de su histeria. La histeria tiene un gesto rasgado y prepotente.
     
      La chica de la misa de doce de Santa María se volvió hacia él, le tendió la mano y le dijo: “Que la paz sea contigo”.
  
    

       El domingo por la noche los futbolistas alemanes se abrazaban en la tele por conquistar el mundo. Los alemanes iban de blanco como los protagonistas de Ferraz. Uno confundía en el ‘zaping’ a los alemanes con los de Ferraz. Rubalcaba, el camisa blanca que se iba, dijo que a Pedro le iba a apoyar el cien por cien de la militancia. Una larga campaña entre tres, que confluía allí mismo, tiene que dejar heridas. A no ser que sean serafines. Quizás por eso fueran de blanco. Sólo había que ver la cara de Edu para enterarse. La cara del bilbaíno Madina, el perdedor a la Secretaría General, era de profundo abatimiento. En cierta imagen hubo un atisbo de sonrisa forzada, acartonada, era la sonrisa etrusca de Edu. Ha perdido la vieja guardia de Rubalcaba: el PSOE es posible. Ya no vale con decir lo contrario que dice el Gobierno y descolgarse ante los nacionalismos y los antisistemas. Ya no vale jugar a lo que salga. Son capaces de tener criterio. Los  afiliados gritaban: “Pedro, Pedro, Pedro” y Pedro levantaba el brazo con el dedo pulgar erguido. Un dedo así hace daño.   
  
José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid, 19.7.2014

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