El paseíllo taurino y el justiciero
El
paseíllo es el desfile de apertura de una corrida de toros. Es un
desfile festivo, chulesco, de trajes de luces y campanillas muleras.
Tiene analogías con la procesión religiosa en que posee una liturgia y
una vestimenta. Pero difiere de la procesión en el orden jerárquico. El
presidente o ministro eclesial va atrás, mientras que los ministros
toreros de la fiesta nacional abren la comitiva tras los alguacilillos a
caballo y por este orden de antigüedad: derecha, izquierda, centro. Y
la cierran los monosabios y areneros, mientras que la procesión la abren
los monaguillos con los ciriales. Es, pues el paseíllo un desfile
jerarquizado y solidario que abre una fiesta de esperanzas y arranca las
palmas de ánimo hacia esa buena faena que todos anhelan, público y
desfilantes.
Y
sin embargo, hemos llamado ‘paseíllo’ a la entrada de un famoso en un
Juzgado, cuando ha sido citado por un juez. Lo hemos llamado ‘paseíllo’,
a pesar de sus divergencias con el mundo taurino, donde se inspira. Y
son ‘paseíllos’ esencialmente distintos porque a los famosos no toreros
no les abraza el público en redondo, sino que le increpan en línea como
una espada. Porque al famoso compareciente no le brindan las palmas del
ánimo y de la esperanza, sino la sentencia adelantada y más procaz.
Porque a los famosos declarantes sólo les asiste la soledad frente a los
insultos de su larga travesía. Es la soledad del corredor de fondo, del
ciclista en el Tourmalet. Pero aquí no hay ánimos del público sino
imprecaciones. Aquí no hay aires de fiesta, sino el crudo escarnio de un
toro.
No
hay justicia para los que van a la justicia. Los jueces anteponen una
sentencia adelantada al no evitarla. La pena del ‘paseíllo’, que no
viene en ningún Código Penal, ha sido impuesta espontáneamente y “no
puede ser dispensada para nadie porque ello supondría un trato de favor
para la persona dispensada” dicen los que dicen saber. Y los que no
sabemos decimos que nadie puede ser dispensado o dispensada de una pena
que no existe y de cuya circunstancia deben ser aliviados todos los
citados por la Justicia con poder de convocatoria enfilada. El
‘paseíllo’ no es una vereda de servidumbre que haya que cumplir, sino
que aspira a ser un caminito que el juez ha borrado y que juntos un día
nos viste pasar, y que una sombra tan solo serás.
Circos
romanos, campos de ahorcados, patíbulos públicos, plazas castellanas de
rollos y picotas, ancestral espectáculo de la muerte y la tortura,
concurrencia de un pueblo justiciero, ávido de morbo y crueldad. Esas
perversas inclinaciones del ser humano, que parecían reeducadas, vuelven
a resurgir en los gritos inmisericordes del ‘paseíllo’ permitido. Que
la justicia es igual para todos es principio diamantino, indiscutible,
certero. Pero la venganza individual o colectiva sólo anida en los miserables y en los pueblos sin justicia.
La
infanta Cristina de Borbón no es igual a los demás, no puede serlo. En
tanto forme parte directa de una Monarquía representativa y
constitucional, símbolo y garantía del Estado, no puede, en tanto lo
sea, ser sometida al vocerío de un circo romano alineado. Los
vocingleros despiadados de la Infanta que piden la igualdad no pueden
ser iguales, ellos, para sufrir la pena de telediario y de calle por
desconocidos. Y no puede ser igual a los demás, ella, la que por ser
quien es, agranda la bronca voz de la protesta, antes de ser condenada.
La infanta Cristina, que es igual ante la Justicia, no puede ser igual
en la calle, porque no tiene calle quien se ha quedado sin ella. Y es
más importante su seguridad que su calle.
Pasé
sin querer por una tele que dicen del corazón, donde los buitres en
corro afilaban sus picos contra una conocida periodista, cuyas razones
les espantaba el festín de tan sabrosa carroña.
El
‘paseíllo’ es término que debería alejarse del terreno de la Justicia,
porque la contamina. Llamar ‘paseíllo’ al que es citado por el juez, es
llamarle torero por la galanura de su saber hacer, reconociéndole de
antemano que con sus manoletinas y desplantes, va a
burlarse de los cuernos de la Justicia. El ‘paseíllo’ es una frivolidad
festiva del costumbrismo español –ya sea el taurino o el justiciero–
que no debe mezclarse con un tema tan serio, como se supone que es la
Justicia.
José César Álvarez
'Puerta de Madrid', 1.2.2014
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