viernes, 10 de noviembre de 2023

El apellido Saavedra (II)

 

El apellido Saavedra (II)

 

            Nos referimos, claro está, a Miguel de Cervantes Saavedra. El saavedrismo es un movimiento cervantista crítico que desprecia todo documento nominal del Cervantes al que le falte el "Saavedra". Si así ocurre, dicen, ese es ‘otro’. Pero los movimientos extremistas tienen corto recorrido. El saavedrismo es también un carajal en el que se han perdido tanto los cervantistas oficiales como los levantiscos. A veces se confunde el linaje con el parentesco, el topónimo con la patria. Y, de esta manera, ha habido cervantistas que inútilmente se han perdido en las profundidades genealógicas como se pierden los espeleólogos. Para mí que se han soltado carretadas de tontorronadas sobre el apellido ‘Saavedra’ del escritor “regocijo de las musas”. 

    

            Por cierto, a lo que parece, el linaje de Cervantes y de Saavedra nacen juntos como juntos van. Según los genealogistas, en el municipio de Cervantes (Lugo), en la torre de Ferreira tuvieron su jurisdicción los Cervantes, y allí mismo, en la feligresía de Vilarello de la Iglesia, es tradición que estaba de antiguo la familia Saavedra.

 

            Se ha cargado de misterio el ‘Saavedra’ de Miguel. Pero lo que yo veo es que Cervantes Saavedra es un apellido compuesto, que carece del nexo de nuestros días, el guión (-) o la "y". Así de sencillo, no hay más. Es el apellido compuesto que hereda de sus padres, a quienes se lo simplifica la costumbre de los escribanos de la época, siendo conocidos por la primera forma de “Cervantes”. Sin embargo, el escritor, por serlo, se opone a la simplificación tan abundante en la documentación de padre y abuelo. El autor literario manda ahora y exige que conste su apellido completo de “Cervantes Saavedra”. Como los antecedentes de “Saavedra” fueron laminados por una clase escribana que buscaba la austeridad expresiva y el sincretismo de vocablos y de letras. Es entonces cuando la aparición abrupta del “Saavedra”, formulada por Miguel con toda naturalidad, provoca en el cervantismo las más inverosímiles teorías sobre los baúles y cavernas de donde el escritor fuera a adquirir la “nueva” prenda, tempranamente usada por él en los versos a Isabel de Valois..  

 

     A su padre, Rodrigo de Cervantes, que así figura, le fue cercenado su “Saavedra” por creerlo segundo apellido innecesario todavía para los actos administrativos, salvo en un documento que él no encabeza y donde es citado por su hija Magdalena. Un documento que resulta suficiente para nosotros, donde figura el apellido “Saavedra”, que es la segunda forma del primer apellido. Pero es que su firma, después de la rúbrica, es rematada por un segundo nivel donde escribe una clara “S” mayúscula con línea terminal proyectada en clara alusión a su “Saavedra”, que no olvida.

 


                 Firma de Rodrigo de Cervantes, padre del autor del «Quijote».

            

     Igualmente, el hermano de Rodrigo, Andrés de Cervantes, el que fuera alcalde de Cabra y tío de Miguel, remata también la firma posponiendo detrás del Cervantes la “S” inicial de Saavedra, del que tampoco reniega. Es en los documentos registrales donde roman las nominaciones largas, en contra de sus portadores, que, como se ve, llevan el ‘Saavedra” en el filo de su pluma.

 

Firma de Andrés de Cervantes, tío de Miguel

     

          En el referido contrato que nos ofrece Pérez Pastor (Documentos Cervantinos), donde comparecen ante el escribano Martín de Urraca la hija natural de Miguel, Isabel de Saavedra, la que, fallecidos sus padres legales, pasa al servicio de Magdalena, hermana de Miguel, y ésta afirma allí ser hija “del licenciado Rodrigo de Cervantes Saavedra” y Astrana la moteja de “fantasiosa”, siendo el más benigno de los críticos de esta circunstancia. Pletóricos de generosidad la perdonan su doble “fantasía”: la de llamar “licenciado” a su padre, y la de llamarle “Saavedra”.

 

          Con respecto a la primera de las “fantasías”, a pesar de que en la partida de bautismo de Rodrigo hijo y hermano de Miguel, figuran como testigos nombres de catedráticos de la Universidad de Alcalá, y aun sabiendo que era amigo de Cristóbal de Vega, ilustre comentarista de Hipócrates, podemos incluso ceder y conceder allí la licenciada “fantasía”, entre otras cosas porque no es el caso. Porque bien podía darse el caso de un cirujano licenciado y sordo. Pero en lo referente al apellido de su padre, concederle la necedad que a Magdalena se le atribuye es ya demasiado. La necedad no puede caer siempre del mismo lado, el lado testimonial y único. Su padre era Cervantes Saavedra como así lo fue su hijo. Es todo muy sencillo. ¿Saben ustedes por qué Miguel firmaba como "Cervantes Saavedra"? Porque así se llamaba.

 

              La propia Isabel de Saavedra, quien, al lado de Magdalena durante muchos años, va a conocer los entresijos familiares, cuando redacta su testamento, lo encabeza como Isabel de Cervantes Saavedra. Y lo hace así porque necesita dejar claros sus antecedentes, alcanzados en su madurez. No se hace figurar como Isabel “de Cervantes Villafranca” o “de Saavedra Villafranca”, como así le gustaría al cervantismo en uso, pero no, excelencias, no, ella que lo necesita, ha aprendido bien su primer apellido completo. Retiren, por favor, señores  cervantistas, su metralla también contra la hija: que si se infla, que si sus fatuas pretensiones, etc.  

 

          Ha quedado constancia, no obstante, de la existencia del apellido compuesto ‘Cervantes Saavedra’ que abunda en aquella época. De entre los Cervantes de Granada que van a Córdoba está un tal Gonzalo Cervantes Saavedra, de quien no hay constancia de que fuera pariente del ‘manco de Lepanto’, ni tampoco lo aclara cuando le cita en el ‘Canto de Calíope’ de La primera parte de La Galatea entre los ingenios cordobeses. Era un apellido doble al uso en la época.

 

          La tía natural de Miguel, que profesó en el convento cordobés de Jesús Crucificado, de donde fue priora, cuidó bien de hacer completa referencia a sus ascendientes figurando como Catalina de Cervantes Saavedra, según refiere Astrana.

 

          González Aureoles, citado también por el mismo,  nos da noticias de otras monjas sevillanas, posibles parientas de Cervantes, en el convento de Santa Paula, del cual fue abadesa en 1590 doña Juana de Cervantes Saavedra, hija de Diego de Cervantes y de doña Catalina Virués de Cervantes, padres asimismo de una doña Beatriz de Saavedra.

 

          Esta Beatriz de Saavedra, así como la también monja y hermana de Cervantes, Luisa de Saavedra –también documentada de esta manera–, como la mencionada hija reconocida del “escritor alegre”, Isabel de Saavedra, ponen de manifiesto con su mismo apellido un ejercicio legítimo: la elección de una parte de su primer apellido, que sólo en caso de matrimonio podría suplantarse.   

    

     No, no renunció el “manco sano” al segundo apellido legítimo de la madre —Cortinas—, por otro elegido por él entre sus ancestros, como se ha dicho. No dejó de llamarse Miguel de Cervantes Cortinas, que es una traslación de la actual costumbre y es nombre que solo existe en mentes interesadas, para que el alcalaíno no sea Saavedra. Ni menos fue que el precioso apellido gallego fuera en Cervantes un mote árabe que significaba “tullido” o “manco”, la última y más peregrina ocurrencia de un académico. Se llega a decir y a admitir que Cervantes adoptó y firmó con un apodo árabe. ¡Qué académica barbaridad! No, no era nada de lo dicho. Era Cervantes Saavedra simplemente su completo primer apellido, sin aparecer nunca el segundo, cuya completa figuración de su primer apellido impuso con naturalidad a la imprenta el escritor gozoso, en contra  de los cicateros escribanos de su época  que a él y a su familia le habían recortado tantas veces el largo vuelo de su nombre con la misma naturalidad. He aquí una firma completa del alcalaíno:

 


                   Firma de Cervantes en la escritura dotal a su esposa (1584)

     

     No hay dos Cervantes como quieren los levantiscos interesados: el que es Saavedra y el que no lo es. Este que aquí firma es el que casa con Catalina de Salazar, y es hijo del alcalaíno Rodrigo de Cervantes y de la argandeña doña Leonor de Cortinas. Unas veces figurará con la primera forma y otras con la doble forma apelativa que aquí aparece. Pero siempre será el mismo.

 

                                                JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ


(Versión revisada y ampliada)

 

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Cervantes, Avellaneda y Lope

Cervantes, Avellaneda y Lope




Dibujo de Ignacio Sánchez de la estatua de Cervantes en Alcalá, obra de Carlo Nicoli Manfredi.


 Portada del Quijote apócrifo de Avellaneda de 1614 

 
      Alonso Fernández de Avellaneda fue el tapado y taimado autor que se anticipó a la segunda parte del Quijote, es el falsario conspirador de Cervantes, cuya loa no cabe en esta ciudad. Un celebrado poeta de nuestros días elevó la voz contra este personaje por creer que a él se refería la “travesía de Avellaneda” que va de la calle Escritorios a la de Trinidad, antes llamada callejón del Embudo. Pero se equivocaba nuestro poeta, porque el nombre del citado callejón se refiere a Alfonso de Avellaneda, un prócer alcalaíno del siglo XVIII que legó toda su fortuna a la fundación de la Escuela Pía para niños necesitados. Y creemos que a este insigne mecenas debe referirse el titular del IES Alonso de Avellaneda, porque no cabe aquí homenaje alguno al suplantador cervantino. El alcalaíno es Alfonso y el suplantador Alonso. Sin embargo, constatamos que Alonso también ha suplantado en Alcalá a Alfonso, a Alfonso Pablo de Avellaneda y Peñalosa. 

      Hoy nos vamos a ocupar del enmascarado cervantino, porque sigue siendo un misterio quién fuera el que se escondió bajo el falso nombre de Alonso Fernández de Avellaneda. No era la primera vez que un libro de éxito inspiraba la aparición de dobles. Eso ocurrió con La Celestina, el Lazarillo de Tormes, la Diana de Montemayor y el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, a quien en este caso alguien también se le adelantó con la segunda parte. Pero es que, en el caso de nuestro desdichado y envidiado alcalaíno, se concitan una serie de falsías que no se dan en los casos aludidos y que afectan a su vez al permiso de impresión, a la aprobación del libro, al nombre del impresor y al lugar de publicación. Pero el misterio se cernía en la persona o personalidad que se escondía tras de la máscara del nombre de Avellaneda, misterio que todavía perdura. 

      Avellaneda dijo ser de Tordesillas y la crítica le ha identificado siempre como anónimo aragonés por sus modismos. Su Quijote despliega sus mejores aventuras por Zaragoza, Sigüenza, Alcalá de Henares y Madrid. Su autor sabrá por qué. Pero Cervantes sabía muy bien quién era Avellaneda. Su mayor venganza fue no sacarle del anonimato. El cervantismo, uno a uno, ha ido tejiendo una nutrida avellaneda, cuyos avellanos más sospechosos, posibles autores del Quijote falsario, podría recaer en uno cualquiera de esta larga lista: fray Andrés Pérez, Juan Blanco de Paz, fray Luis de Aliaga, Lope de Vega, Quevedo, los hermanos Argensola, Alfonso Lamberto (tesis de Menéndez y Pelayo), Cristóbal de Fonseca, Liñán de Riaza, Guillén de Castro, Alonso de Ledesma, Castillo Solórzano, Vicente García (rector de Vallfogona), Jerónimo de Pasamonte, Baltasar Navarrete, profesor en Valladolid, tesis última de Javier Blasco, etc 

      Martín de Riquer, en 1988, se decantó por Jerónimo de Pasamonte, en su trabajo Cervantes, Pasamonte y Avellaneda. Resulta que Cervantes y Pasamonte son largo tiempo compañeros soldados, incluso en Lepanto. Pasamonte tuvo peor suerte y estuvo de galeote cautivo de los turcos durante 18 años. Al llegar a España escribe la primera versión de su Vida, cuyo manuscrito, de mano en mano, llega a Cervantes, quien lee su descripción de las batallas libradas y conoce cómo se apropia el autor de gestos que a Cervantes le correspondían, como luchar en primera fila cuerpo a cuerpo, aun estando enfermo, en el esquife de La Marquesa. Cervantes le satiriza en la primera parte en el personaje Ginés de Pasamonte, donde de galeote de los turcos, lo convierte en galeote encadenado por la justicia española, cercenando así al escritor intruso la publicación de su definitiva Vida al quedar ridiculizado. La venganza de Pasamonte por ello y por los “sinónimos voluntarios” propinados fue la de convertirse en Avellaneda. Cervantes vuelve a acordarse de él en la segunda parte.

      Pues bien, después de que creíamos saber quién se escondía detrás de Avellaneda, se ha demostrado su imposibilidad por cuestión de fechas. Se ha insistido, sin argumento definitivo, que contra Cervantes formaron tándem en este negocio Pasamonte y Lope de Vega, a quien en todo caso se le atribuye el prólogo, que así dice:.

      …sus Novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas… No le parecerán a él lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron; y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos… pues él tomó por tales el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e inumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar…¡y plegue a Dios aun deje, ahora que se ha acogido a la iglesia y sagrado! Conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas: no nos canse.

      A Lope de Vega se le ve la mano, la mano que oculta, la mano que le falta a su rival, de la que se mofa, la mano de su insultante soberbia. Y es que no puede aguantar que la obra de Cervantes se traduzca con éxito a otros idiomas, mientras que la gracia que a él sí quiso darle el cielo, su fecundo verso, se estrelle contra las fronteras por su rima intraducible. Cervantes se defendió con dignidad de sus ataques. El 31 de octubre de 1615 escribía el prólogo de la Segunda parte de la vida del ingenioso cavallero don Quixote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la primera parte, y empezaba así:

      ¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he dar este contento; que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.

      Don Quijote se topará en una venta con dos lectores que están leyendo las necedades de las aventuras falsarias de su doble aragonés, del que Cervantes, sin embargo, tomará el personaje de Álvaro Tarfe para confirmar la falsedad urdida.

      Algo es cierto, y es que tras el Quijote de Avellaneda se oculta un escritor de campanillas, sea quien sea. Tiene oficio por su dominio del idioma, pero no llega a las dimensiones de Cervantes. No sabe continuar el enorme bagaje que esconde Don Quijote, y menos todavía llega a comprender a Sancho, convertido en un bobo. Ya en los versos introductorios del autor, cuando anuncia las “segundas sandeces sin medida del manchego fidalgo Don Quijote” está ya desbarrando del original. A su paso por Alcalá, entre el hidalgo y el escudero va una mujer –ya son tres–, y en tan jocosa relación se rompió el decoro proverbial de Cervantes en que queda sin cubrir el rubor humano, como a él le gustaba.

     Hubo un conocido alcalaíno que afirmaba con firmeza que Avellaneda era el propio Cervantes. Y lo basaba en el conocimiento que de Alcalá tenía al pasar por aquí, visitando la posada de El Diablo, fuera de la Puerta de Madrid. Además de lo ya dicho, hemos de rebatir tal hipótesis diciendo que Lope y otros conocían Alcalá por haber estudiado aquí, agregando como definitiva esta perla que encontré en el Capítulo XXVIII del Segundo Tomo… de Avellaneda, donde menciona la “cortes alcaladinas”.

      Esta jocosa alusión a las cortes de Alcalá era una resonancia que todavía guardaba Alcalá en aquel momento y que le confería un carácter capitalino. De aquellas cortes de Alcalá se relataban famosos lances del rey Alfonso XI de cuando se debatía que quién debiera iniciar las sesiones: si Burgos o Toledo. Alcalá fue sede de las Cortes de Castilla desde 1325 a 1347, según señala el historiador Miguel Portilla, no estando ubicada su sede en el Palacio Arzobispal como se ha creído, sino en el palacio señorial que lo será del marqués de Lanzarote, después casino, y después convento de carmelitas descalzas de la Imagen. El inadecuado gentilicio de “alcadinas” que va junto al sustantivo “cortes” aleja de manera contundente la posible autoría de Cervantes, quien de seguro aludiría a ellas domo “cortes complutenses”.

      Al final, el libro apócrifo de Avellaneda se quedará en pura anécdota, porque el éxito de su Quijote será imparable. Tras publicar su verdadera segunda parte, apenas seis meses le separaban de su muerte, por lo que no llegó su autor a conocer el éxito redondo de su Quijote entero. La bodega del tiempo iba a convertir su doble libro en una obra inmortal. La poesía total se daba cita en su Quijote, quien trasmutaba idílicamente la realidad de manera prodigiosa. 

 JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ