lunes, 25 de septiembre de 2017



El sábado será otro día

     Era el sábado día 29. La mañana tuvo un relente de aire frío, que simultaneaba con un sol indeciso, de planes indecisos entre cielos indecisos, hasta que el día se entonaba de solanas agradecidas, de grupos turísticos que bajaban del Paseo de la Estación como hormigueros hacendosos y se detenían ante la Facultad de Derecho, ante Jesuitas, ante el Colegio del Rey, y ante la placa donde estuvo la imprenta de Juan Gracián, la de La Galatea, la que, por cierto, yo redacté y coloqué, en tanto pegaba oreja junto al hormiguero ahora detenido, el mismo que estaba dispuesto a descubrir después la plaza de Cervantes y el desfiladero rocoso de la calle Mayor.



     Estoy paseando con mis amigos Mari Carmen y Gabriel. Ella nos invita a un café en la terraza de una calle de una mañana densa de visitantes que se interesan por la ciudad, que se entrecruzan y se concitan en el corazón monumental de la plaza de San Diego, que soporta el sabatino trasiego de esa agradecida corriente que vivifica las arterias de su cuerpo inflamado. Mi amigo, que es alcalaíno allegado, me dice que se siente orgulloso de este masivo interés por Alcalá, lo que deseó para la ciudad desde que la conoció en los años sesenta. Los grupos se suceden y se amontonan frente a la carátula accidental que ahora cubre la fachada de la Universidad, a modo de trampantojo, pero que a mí me parece un tul de transparencias seducentes donde se adivinan las gracias de su cuerpo traslúcido.



     La mañana callejera del sábado nos trae la entonada decisión de que Pedro Sánchez, el hombre del “NO es NO” dice NO a su partido, entregando el acta de diputado. Ya lo había anunciado en clave cuando dijo que “el jueves, junto a sus compañeros, votaría NO a Rajoy —la obsesiva obsesión que le obsesiona— pero que el sábado sería otro día.” Ha sido por estas maneras que Pedro ha sido incluido entre los profetas de vuelo literario, pretendiendo al mismo tiempo emular a los grandes toreros, como Felipe González, que salió un día de la plaza por la puerta de arrastre y volvió al día siguiente por la puerta grande. Pedro dimite para empezar su carrera política desde cero, descendiendo a los afiliados de su partido que él mismo ha dejado en la mitad. El hombre menguante baja a su menguada realidad para menguar del todo.



     Pero  el vuelo literario de ese sábado que fue otro día estaba puesto en los versos del Tenorio de la noche alcalaína, donde Don Juan, puede que pensando en  Pedro, clamara así:



Yo a las cabañas bajé

y a los palacios subí,

yo los claustros escalé

y en todas partes hallé

memoria amarga de mí.



      Y Doña Inés volvía a dar a don Juan un NO indeciso, cuajado de desfallecimientos y arrobos. Un NO que era un SÍ, mediante las artes celestinas de Brígida. Mientras que el SÍ determinante de la apuesta mantenida por don Juan, del SÍ desafiante y seductor ante doña Inés se convertía en el NO más vergonzante del caballero perjuro y  burlador. Al mismo tiempo que en la Huerta del Obispo se iban desgranando los versos octosílabos del Tenorio a través de seis escenarios, al mismo tiempo que iban cayendo los NO y los SÏ que eran y no eran, a la misma hora, en el  Congreso de los Diputados iban cayendo los SÍ que eran y los NO que también eran. Rufián, un diputado que fue prototipo de cuando un nombre hace a un hombre, insultó gravemente al PSOE y su NO rotundo contra la infamia fue espontáneamente apoyado por PSOE, PP Y Ciudadanos, en un respingo solidario de aplausos en pie y de alarde constitucional, que de haberse organizado, alguien lo habría evitado por no sé qué melindres. Pero lo espontáneo tiene otro cariz.



     Eran dos los simultáneos acontecimientos de la tarde de aquel sábado: el Tenorio y el Congreso. La escena del sofá, que, por cierto empieza por NO, apunta persuasivamente que ganaron los que eligieron el aire libre de las murallas arzobispales de entre los dos eventos superpuestos:   



¿NO es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?



     Aquel sábado de la mañana indecisa tuvo una decisiva noche de 170 SÍ y de 111 NO. Sin embargo, la coincidencia con la celebración populosa del ‘Don Juan en Alcalá’, hace posible su torcida contaminación. De momento, los NO y los SÍ, están ahí en su tierna pronunciación, verdes que te quiero verdes, ahítos de vivir y confrontarse. Cuando los NO rotundos y enormes de las pancartas envolvían el Congreso después de la investidura, eran ya unos NO vagabundos y zombis, ya  ‘ahorcados’ —dicho sea en el argot del juego del dominó— por la última ficha colocada por Rajoy, la cual tenía en la mano hace trescientos quince días esperando colocar



     —Descansado habéiss —clamó Don Juan desde las murallas de Alcalá—. Y los espectadores de ambos eventos comprobaron el acierto del profeta al anunciar que aquel sábado sería otro día. En la madrugada siguiente todos los relojes del país cambiaron la hora.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 5.11.2016

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