lunes, 25 de septiembre de 2017



El mercado



     El Mercado Medieval tiene diecisiete años y tres nombres por lo menos. Yo le digo “Mercado Cervantino”, porque, en rigor, llamarlo “del Quijote” es trastocar símbolos de otros escenarios cuando no hace falta. Pues bien, ese Mercado Cervantino cada año aparece más abigarrado, más invasivo, más insolente y más tripero, el mismo que está dispuesto a seguir siendo, según sus promotores, ‘el mercado más grande de Europa’. Mejor será llamarle El gran mercado del Mundo, que es el título de un auto sacramental de Calderón de la Barca, alumno de Alcalá y de aquella época. La obra teatral comienza con este pregón entre músicas:



      ¡Oíd, mortales, oíd! Y al gran pregón de la Fama todos acudid. Y en la plaza del mundo del Monarca más feliz, hoy se hace un mercado franco, todos a comprar venid. En él se vende de todo, pero aprended y advertid que el que compra bien o mal no lo conoce hasta el fin. ¡Oíd, oíd…!



     Siguen siendo los pregoneros del boca a boca los que han convertido a este mercado del octubre cervantino en la ruidosa fama que arrastra a tanta gente de fuera y de dentro. Todo mercado es bullicioso, pero si lleva la impronta de la costumbre antigua, es el no va más, es el gentío de riadas inauditas, prietas, estrangulantes. La reproducción de las viejas costumbres produce hoy fascinación. Hemos olvidado ya lo que fue la cotidianidad urbana de la paja, del burro, de la alabarda, de la boñiga, de los amarres, del ruido de los cascos de los caballos y de las llantas de los carros. Hemos olvidado aromas y sonidos, los cencerros y los validos, los distintos aromas de los humos, el canto de los cántaros bajo el chorro de la fuente, hasta el canto del gallo de los corrales clausurados…



     Y este mercado repite cíclicamente algunas estampas y aromas perdidos. La vestimenta renacentista del “hidalgo principal” Miguel de Cervantes, encaramado al dosel de su plaza, desciende cada año para copar sus calles y plazas. Y con su atuendo revienen los tahoneros, los buhoneros, los comediantes, los cetreros, los magos, los artesanos de múltiples oficios: especieros, plateros, ceramistas, queseros…Y te chocas con los trovadores, los encantadores de serpiente, los espadachines, y desaparecen las bolsas de plástico y los pesos digitales. Y en la Huerta del Obispo hay torneos a caballo y duelos de honor. Y los camellos, los saltimbanquis de zancos y peonzas humanas, las carrozas de época… Hay que reconocer que las cosas viejas sobre la ciudad vieja adquieren también su maridaje, como el buen vino en la cuba de roble. Así es que del Gran Mercado del Mundo pasamos a esa otra obra calderoniana que es El gran teatro del Mundo.



                         Calderón de la Barca

     Y, sin embargo, el Mercado Cervantino de Alcalá de Henares, que es riguroso en el espacio recobrado de la plaza del Mercado, es un mercado bastardo en el calendario histórico de la ciudad. Desde 1254 data la Pragmática del rey Alfonso X el Sabio donde concede privilegios a la Feria de San Bartolomé y declara que no sean importunados los feriantes que llevaran el camino de su feria. Otro mercado tradicional fue la Feria Chica por San Eugenio, en noviembre, donde se servían principalmente las sargas de los telares de Trillo y Brihuega y donde se abastecían de ropas a los estudiantes de cara al nuevo curso. Esta feria se mantuvo hasta los años treinta del siglo pasado. A aquellos feriantes anuales le han sucedido hoy en los distintos barrios de Alcalá los mercadillos semanales de ‘los luneros’, con su réplica de ‘marteros y miercoleros’.  Mercados ocasionales y ambulantes que vienen a sobreponerse al comercio fijo alcalaíno que se desparrama por toda la trama urbana de la ciudad.



     La actividad mercantil que nos invade desde los fenicios forma parte de nuestra propia vida, es consubstancial a nuestra manera de ser. La vida es una transacción. Damos si nos dan. Hasta Dios es acusado de mercantilista por los místicos cuando le dicen: No me tienes que dar porque te quiera el cielo que me tienes prometido.



     Ay de los mercaderes que deben vender a toda costa, los que tienen labia y no tienen prejuicios,  los trileros de las aceras que hacen corro, los que venden preferentes a necesitados y seguros de vida a los viejetes, los que venden castillos en las márgenes del Danubio y fincas en la Argentina.



     Ay de los trileros del mercado electoral, ya abierto, los que buscan los billetes de los votos por la ranura de la hucha de su futura seguridad, los que prometen el oro y el moro, los que compran y venden alianzas, los políticos que mercadean con sus urnas.        



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 17.10.2015


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