Los muros que no caen
Allá
cada uno con su manual de historia sobre cómo fue eso del muro de
Berlín. Yo lo que sé es que quienes lo levantaron fueron unos cínicos de
hormigón armado. Eran los soviéticos quienes lo estaban levantando y lo
estaban negando. Y por fin se explicaron diciendo que querían así
evitar el contagio fascista de occidente para construir con garantías su
República Socialista. Pero la verdad era muy distinta, la verdad era
que la gente huía despavorida de ellos hacia la libertad del llamado
capitalismo, se les marchaban los mejor formados, los jóvenes que debían
levantar su paranoia socialista. El muro era un retén que ahogó a las
familias incomunicadas, a las libertades y al progreso de la Europa del
Este, que cayó por su propio peso como fruta podrida por falta del riego
de oxígeno.
Ahora se han conmemorado los veinticinco años de aquel derribo de 43 kilómetros y de 28 años de existencia, cuyo pretendido salto costó 125 vidas. Y uno cree, sin embargo, que los muros de hormigón son los más fáciles de derribar, porque están ahí, rugosos, pintados, tangibles, a merced de un pico. Pero ¿quién derriba los muros humanos entre las ideologías, entre los fanatismos de sus credos?
¿Quién
derriba el muro del totalitarismo nacionalista, que ha sabido enfrentar
a los catalanes, sin sentido de la convivencia ni del ridículo, cuando
llamaron a levantar un muro el mismo día que cae el muro simbólico?
¿Quién derriba este muro nacionalista, al que el Estado le ha hurtado
ser mártir, pero que a su vez nos ha hurtado votar al pueblo español,
donde reside la soberanía? Este muro, está visto, no lo derriba Rajoy,
pero la empanada de Sánchez, menos.
¿Quién
derriba el muro de la clase política? Al muro ‘de la vergüenza’ le va a
suceder en España ‘el de la venganza’. La corrupción de miembros del PP
tiene que tener su castigo. Pero el grado de venganza de hiena contra
el PP no tiene parangón con otros gobiernos ni otras golfadas de
fiscalías durmientes. El gobierno de mayoría absoluta del PP es para
otros un muro que hay que derribar desde siempre y no dejarle gobernar
en bien de ‘su’ democracia. Un día nueve de noviembre cayó el muro de
Berlín, pero en las aceras de las calles de España se miran y reconocen
los que tienen cara de este y de oeste.
¿Quién
derriba el muro de la crisis económica, un muro aburrido y pesado que
quiere quedarse entre nosotros, que propaga la bacteria del paro, que
aletarga la alegría del consumo y entristece nuestras calles de
escaparates ciegos?
¿Quién
derriba el muro del conflicto generacional, donde los que llegan son la
mosca cojonera que pide hasta la mudanza de nuestras señas de
identidad?
¿Quién
derriba el muro del laicismo excluyente, donde se quiere hacer tabla
rasa de las creencias religiosas mayoritarias de un país en el espacio
público? ¿Es eso justo? ¿Acaso al hacer tabla rasa no se es neutral sino
destructivo?
Un
muro contra la religión aparece en el reciente informe 2014 sobre
libertad religiosa en el mundo, divulgado en seis idiomas, donde se
analizan los ataques y violaciones de estos derechos fundamentales del
ser humano, cuyos orígenes mayoritariamente vienen del radicalismo
yihadista, los totalitarismos, los nacionalismos radicales y del
relativismo feroz en el que viven muchos países occidentales.
La
principal conclusión de este estudio es la constatación de un grave y
constante deterioro de las libertades religiosas en 55 países, entre los
196 estudiados, resultando ser los cristianos los más perseguidos.
Dicho derecho es vulnerado en 82 países, lo que supone un 42 por ciento mundial.
Pero es la vía férrea nuestro telón de acero que nos parte en sureños y norteños, el muro empírico que nos molesta, la lanza que nos atraviesa y que evitamos por arriba o por abajo. Es la vía férrea un proyecto de soterramiento que tenemos enterrado.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 8.11.2014
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