Pasarse de la raya
Hace
muy poco, Chavez, el “ocurrente” presidente de Venezuela, le plantó
cara al presidente Bush diciéndole que como se pase de la raya le corta
el grifo del petróleo. No, no se me vayan, que ahora no voy de
petróleos, ni de leches ni raleas americanistas. Para eso hay otros. Me
quiero fijar simplemente en
la claridad y oportunidad lingüística de la expresión “pasarse de la
raya” y la exacta concordancia con la significación nuestra. El milagro
del trasvase de nuestro idioma a América no fue el de una procesión de
palabras, sino que con ellas cruzaron el charco los requiebros y matices
de una lengua. La cultura hispánica, esfuerzo de las dos orillas, ha
consolidado nuestra cohesión idiomática. Ya sé que lo que hoy se lleva
es resaltar las peculiaridades de unos y otros, que las hay, faltaría
más, pero yo quiero ahora subrayar el rico acervo que nos une, por ser
más importante lo que nos une que lo que nos separa, sin desdeñar lo
segundo. El día que se nos rompa el hilo que nos une, sólo quedará la
diversidad esparcida, a la deriva. La diversidad sólo lo es desde el
trasfondo de la uniformidad.
Dicen
los que saben que ya en tiempos de Sancho IV el Despeñado, rey de
Navarra en el siglo XI, se usó la expresión “pasarse de la raya”. Antes
de que el rey fuera precipitado por un derrumbadero en Peñalén, años
antes, estando cerca de Monzón con la princesa Ermisinda, tuvo ésta el
antojo de comer la fruta madura de un guindo, siendo contrariada por un
guarda de Aragón, quien le hizo saber que las guindas pertenecían al
reino de Aragón. Las ramas de aquel árbol llegaban a la raya divisoria
de Navarra y Aragón. El guarda le dijo a la princesa que podía tomar
toda la fruta que alcanzara desde Navarra. Pero la princesa, despechada,
después que había relamido toda la fruta desde su lado, como saltara
ávidamente hasta la cocorota del árbol, fue reprendida por el guarda de
Monzón, que observaba la jugada como un árbitro de fútbol, y a falta de
silbato le gritó: “¡Se ha pasado de la raya!”
Nueve
siglos y medio después, ahí es nada, y un océano por medio, el
presidente Chavez hace un calco semántico de la expresión del guarda de
Monzón. Lo cual no sabe Chavez y menos el guarda aragonés. Pasarse de la
raya es una expresión que hoy se aplica cuando se rebasan los límites
de la tolerancia.
Hay muchas formas de pasarse de la raya
y un mismo sentido de partida. Las fuerzas de la naturaleza, ciegas y
telúricas, se pasan de la raya y nos sorprenden. Estos días atrás, a las
olas cántabras se le hincharon las narices y se pasaron de la raya,
como se pasaron de la raya las inundaciones que sufrieron nuestros
amigos saharauis y las trágicas avalanchas de lodo sobre Filipinas, allí
donde sólo nos queda el nombre o poco más. Y en México, donde nos queda
mucho, al norte, el gas metano se pasó de la raya cuando explosionó
desgraciadamente en la mina Pasta de Conchos y no dejó un minero con vida.
El
hombre, con su raciocinio, puede dominar la situación y evitar el
exceso. Pero se pasa de la raya el fanatismo islámico en su desmedida
reacción por las caricaturas de Mahoma, como se pasó de la raya en la
voladura de la cúpula dorada en la guerra de las mezquitas, como se pasó
de la raya en el baño de sangre de la confrontación de chiíes y suníes.
Y se pasa de la raya el gobierno de las “opas” – “opas” contra la empresa, “opas” contra la ETA,
“opas” contra el sentido común–. Se pasaron de la raya, dicen, aquellos
manifestantes que en la calle Serrano de Madrid gritaron “Zapatero,
vete con tu abuelo”, porque hirieron sentimientos presidenciales,
pobrecito, un presidente incomprendido en su faceta de juglar, nuevo
Victor Manuel de afectos abuelinos. Se pasaron de la raya quienes en La Romareda hicieron
el grito del mono. Y en Alcalá de Henares –me suena, me suena– se pasa
de la raya un portavoz de grupo municipal cada vez que se refiere al
obispo de aquella sede episcopal.
José César ÁLVAREZ
Puerta de Madrid, 4.3.2006
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