QUÉDATE, QUIJOTE
A
punto de expirar el tiempo de la exposición escultórica urbana de las
formas colosales, quiero dirigirme al Quijote apostado ante las ruinas
de Santa María, roca de las aguas bautismales de Cervantes, y decirle
así:
Quédate con nosotros, gigante, troquel, gracieta; no te vayas, gendarme, anuncio, torre negra.
Tú serás nuestra particular torre Eiffel, el colosal hierro negro que sobrevivió a una exposición temporal.
Eres
una forma airosa, no altiva, intrépida, mas colmada de motivos. Eres la
sonrisa vertical que anima la tragedia de la piedra mutilada, a la que
das sentido, mientras acompasas a la torre, remedando con gracia la
soledad de su condición exenta.
Eres
figura atrevida, volando por encima de los academicismos urbanos del
entorno, los que te enaltecen y enalteces, pero tu osadía no es
temeraria y resulta gozosamente disculpable.
Estás,
Quijote, clavado justamente en el valle de dos cuerpos altos como un
broche. Hazme bulto justo ahí, yo te pido, monigote y vestal, no te
muevas, no, quédate ahí, generoso crisol de lúdicos trazos, no te vayas,
garabato feliz, elefante negro, ahí tú, fantasmón con lanza de punta
quebrada. Quédate ahí, te digo.
José César Álvarez
Puerta de Madrid,
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