Los solsticios de verano del Instituto Cervantes
Fue en la reciente comparecencia de la directora del Instituto Cervantes ante la Comisión
de Exteriores del Congreso de los Diputados, por donde vine a
desayunarme, no sin sorpresa, de que celebran internacionalmente el
solsticio de verano, Y el sábado más cercano a este solsticio es “la
fiesta del español en el mundo”.
Confieso mi ignorancia y perplejidad. Una
lengua como la española, que es propagada a los cuatro vientos por el
Instituto Cervantes no puede ser transportada como un saco de palabras,
sino como un depósito cultural más denso. Las palabras van
inevitablemente impregnadasde un aroma y un poso histórico. Las
palabras, como las piedras rodantes de un río, se configuran en un
determinado cauce de corrientes sonoras. No se pueden transportar las
palabras y olvidar su río.
En
la larga y rica historia de ese río que se llama España, es imposible
no encontrar un día que dé nombre a esa magna celebración, una
festividad o efeméride significativa. Y no encontrar ese día ni ese
nombre es ignorancia o mala fe. Es saltarse el curso de la historia,
profanarlo, olvidarlo, detestarlo. Es volver a la prehistoria, a los
primitivos adoradores del sol, a los olmecas y toltecas o al África
profunda de los bantús o yorubas.
Es
el “alzheimer” un drama de nuestros días, pero desechar la memoria
colectiva en favor de no sé qué tolerancias y complejos es alevosía., es
una amnesia malintencionada, una mirada vacía, es hacerse el loco
mirando al sol bobaliconamente.
Ha
sido así como Cervantes, nuestro Cervantes, ha quedado expuesto a los
rayos verticales y jupiterinos del trópico de Cáncer. Este Instituto que
lleva nuestra lengua al mundo, nació en la calle de Libreros, edificio
anclado en
la más pura tradición del Siglo de Oro español de la “Universitas
Complutensis”, a la que ahora profanan sus altares. Las profanaciones se
encadenan.
Cervantes,
Instituto y Universidad Compltense, tres manantiales alcalaínos, ayer
limpios, hoy aguas turbias y dolientes de su proceloso rumbo.
José César Álvarez,
Puerta de Madrid, 2.4.2011
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