Arturo el Malo
Para
este mes de febrero, Ana María y Pablo habían elegido Lloret de Mar
como destino de unas vacaciones semanales a través de una conocida
Agencia de viajes, dentro de la programación abierta para mayores. Pero,
llegado el momento de la confirmación, el matrimonio ha renunciado a su
Cataluña soñada, a pesar de saber que perdían los veinte euros de
señal.
Se lo cuenta Pablo a su amigo Ernesto en la solana larga de la plaza de Cervantes de este pasado veranillo del alto enero.
–Pues
está la cosa como para ir por ahí tirando el dinero –le replicó
Ernesto–. Y ¿por qué no has ido a Cataluña, si se puede saber?
–Por
el baboso ese del Artur Mas. O sea, que si mi mujer o yo caemos
enfermos, si te duele aquí o te duele allí, te lo dice el médico en
catalán y después por señas, sabiendo como saben el español común , eso
es de una tan mala baba que no me importa perder todas las señales del
mundo. Que ese Arturo el Malo se vaya a freír espárragos –concluyó
Pablo.
Es
cierto que este asunto se matizó después diciendo que se podría hablar
en castellano sólo si ello resultaba imprescindible, pero remachando las
intervenciones otra vez en catalán. Por lo que el dolor de un
castellano- parlante, sobrevenido en tierra catalana, pasa por el riesgo
de alcanzar el grado de situación imprescindible para el uso del
castellano, lo cual puede ser subjetivo en el parecer del sanitario, y,
superado el momento del reencuentro con tu propio idioma, ser sometido a
unas clases de inmersión catalana incluso en situación-límite.
Resultan
unas normas tan chuscas, tan perversas, tan atrabiliarias, que, por
obviamente injustas, podrían no ser obedecidas. Pero lo son, salvo un
brote de rebeldía en Tarragona. La sombra de Arturo el Malo es alargada.
A este hombre con cara de anuncio de “after-shave” le resbalan los
razonamientos y restalla en amenazas y chantajes.
La
maldición bíblica nos impidió entendernos lingüísticamente. Es una
maldición, en efecto, no encontrar tu lengua en el de enfrente. Pero es
maldito el que tienes enfrente y
te niega tu lengua que sabe, que sabe por suya y niega por tuya.
Maldito, maldito seas, Artur Mas, que llevas tu visceralidad catalanista
hasta el lecho de dolor del castellano que te visita.
Hice
zapeo y me planté en una tertulia del canal catalanista de TV3. Estaban
hablando de las nuevas medidas del nuevo gobierno para la elección de
los miembros del Tribunal Constitucional. Decía una señora, y
ratificaban y prolongaban los demás, que, ante leyes y jueces
franquistas se venía compensando con contrapesos de otra índole, y que
si desaparecían éstos, ahora se iría para atrás.¡Será posible! Estos
totalitarios llevan en la boca la palabra “franquista” para lo que no se
aviene a sus caprichos y están llamando “franquistas” a las leyes
emanadas del templo de la ley, exponente de la voluntad soberana del
pueblo, y están llamando “contrapesos” a las arbitrariedades de los
jueces politizados que les favorecieron. Estas personas de la tele, de
ademanes educados, de tonos bien combinados, de manicuras y depilados,
son, sin embargo gente profundamente enferma, sectarios jacobinos y
furibundos paletos.
Con
motivo del reciente óbito de don Manuel Fraga, repusieron en una
emisora una entrevista con él, y don Manuel, ya con la voz errante pero
la mente estable, contestaba a la pregunta sobre una posible secesión de
Cataluña diciendo que España era más fuerte que todos ellos y podía
resistir el embate porque España estaba cosida por el propio Cervantes.
En efecto, en el Quijote, la obra inmortal que sublima e identifica a un
pueblo, Cervantes llega con su Don Quijote y Sancho a penetrar en la
profunda Cataluña de aventuras singulares. Ya de vuelta a su aldea, en
una posada cercana le hace don Quijote a don Álvaro Tarce un resumen de
su paso por Cataluña:
“Y
así me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de
los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes,
venganza de los ofendidos, y correspondencia grata de firmes amistades y
en sitio y en belleza, única. Y aunque los sucesos que en ella me han
sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin
ella por sólo haberla visto.” (2, 72)
Una visión análoga es la que hoy podríamos enhebrar de nuestras visitas a la Ciudad Condal,
de donde recuerdo aquel ocasional barcelonés del barrio Gótico cuando
me decía: “Son ellos, los políticos, quienes nos enfrentan y dividen,
son ellos, ya lo ves.”
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 4.2.2012
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