Señora
Aquel
gran locutor que fue Bobby Deglané preguntaba a sus concursantes
femeninas: ”¿señora o señorita?”. Y si contestaba lo segundo, les decía:
“Eso será porque usted lo quiere, señorita”.
A mí me parece que ya no hay señoritas, que sólo quedan señoras. Al menos , si las hay, que haberlas hailas, no se las nombra, y cuando se hace, es para cargarles de ironía. Es el caso de “la señorita Trini”.
Sin
embargo, se cita redondamente a la señora Salgado, a la señora Aguilar,
a la señora Sáenz de Santa María, a la señora Cospedal… como un
tratamiento correcto y público por parte de allegados y oponentes.
Pero cuando el nombre se cae, la palabra “señora” se suele cargar también de intencionalidad.
–Esa señora se va a enterar –amenazaba un sindicalista, refiriéndose a Esperanza Aguirre.
Y
cuando la señora Chacón manifestó su insumisión ante la sentencia
judicial que equiparaba en la escuela la presencia de la lengua española
con el catalán, cierto diputado de la oposición le dijo:
–Usted debe dimitir como ministra de España, señora.
Pero
cuando el comunicado se hace de mujer a mujer, la palabra “señora” gana
en intensidad de intenciones. El otro día, en la frutería, ante el
cariz de la disputa, una señora se volvió a otra y de manera tajante le
dijo:
–A usted le di yo la vez, señora.
Yo creo que esos “señora” finales, recargados de trasfondo, espetados de mujer a mujer, están contaminados de aquella pasional Rocío Jurado que se desgarraba así, despechada y pertinaz:.
Cuando supe toda la verdad, señora
ya eratarde para echar atrás,
ya eratarde para echar atrás,
señora…
Don Quijote, por su parte, cuando decía “mi señora Dulcinea” expresaba
todo su delirio platónico, pero Sancho, cuando le ofrecen la aventura
de montar junto a su señor en el caballo Clavileño, se resiste y dice:
“yo me quedaré aquí en compañía de mi señora duquesa” porque ella es su
sensatez y su seguridad. Eran dos señoras contrapuestas.
La palabra adquiere pleno significado, sin pliegues ni reservas, cuando se refiere a la Virgen María, a la Madre,
a Nuestra Señora del Val, la que aquí es patrona, rectora y alcaldesa,
la que pisa quedamente su fiesta cada tercer domingo de septiembre, casi
de puntillas, sin ocupar día laboral. Tiene la Señora
abierta todo el año su ermita junto al río, un oasis entre las aguas
revueltas del déficit, el paro, las veinte horas lectivas, la inmersión
lingüística, bildu, la deuda, la corrupción, el impuesto sobre el
patrimonio, la independencia… Siempre pasan a su vera las aguas de sus
días, y en su casa de altos ventanales neogóticos siempre se reza la
misma salve: “Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve anosotros tus
ojos”.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 24.9.2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario