En la presentación que en Alcalá de Henares realicé de mi novela Voz de Bajo el día 12 de noviembre en la sede de la Asociación de Hijos y Amigos de Alcalá, la presentación que correspondió a José Carlos Canalda, le dio posteriormente forma de artículo, el mismo que aquí ofrezco y el mismo que él ha publicado en su blog. Le agradezco la lectura, estudio y ponderación que hizo de mi novela, señalando que tomé de su blog las siluetas que aparecen en la portada, contraportada y solapas de la cubierta. Son las cúpulas que son parte importante de la dignidad cantora de Lotario, el protagonista de mi novela. Gracias por todo, José Carlos.
VOZ
DE BAJO, UNA NOVELA DE JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ
Antes de nada he de dar las gracias a
José César Álvarez por haber confiado en mí, aunque he de confesar mis dudas
acerca de si era la persona idónea, dado que cuando yo andaba casi en pantalón
corto él ya estaba ganando premios literarios.
Y muy merecidos, ya que no sólo escribe
muy bien sino que además es un orfebre del lenguaje. Estoy convencido de que de
haber vivido en el Siglo de Oro él hubiera sido culterano, mientras que de haber
nacido un siglo antes se codearía sin duda con los miembros de la Generación
del 27, que no es poco.
Voz
de bajo, la novela que hoy presentamos, tuvo una
gestación compleja. Presentada al Premio Juan Valera de 2015, convocado por el
Ayuntamiento de Cabra y la Fundación Cultural Valera, fue premiada y editada
por el Ayuntamiento egabrense, que conforme a las bases se reservó los derechos
de edición durante cierto tiempo. Cuando éstos terminaron y José César pudo
reeditarla en una autoedición, llegó la pandemia y paralizó todo. Finalmente, diez
años después de su primera edición, puede ser presentada al fin en Alcalá.
Voz
de bajo es una novela compleja que es preciso
leer despacio saboreándola, no tiene absolutamente nada que ver con los best sellers -barbarismo que aborrezco, salvo
que use peyorativamente- escritos o más bien perpetrados- en plan industrial
para ser leídos rápidamente y olvidados todavía más rápido. En su trama existen
tres protagonistas entrelazados, que conviene considerar por separado.
El primer protagonista es Lotario, con nombre
de reminiscencias carolingias y comportamientos quijotescos. Lotario, una buena
persona a carta cabal, es un cantante clásico especializado en música
litúrgica, un patrimonio musical impresionante con cumbres entre otras como la
Misa Solemne de Beethoven o el Réquiem de Mozart, sin olvidar a compositores
españoles como Tomás Luis de Victoria, Antonio de Cabezón, el alcalaíno de
adopción -nacido en la cercana localidad de Valverde de Alcalá- Antonio
Rodríguez de Hita o Hilarión Eslava entre muchos otros. Música por cierto hoy
reemplazada -coincido con él en la crítica- por melopeas ramplonas. Pero ésta
es otra historia.
El timbre de voz de Lotario es el de
bajo, una categoría de voz masculina que siempre ha sido segundona por no decir
tercerona, reservada en muchas óperas a los papeles de personajes malvados. De
hecho, cualquiera con un mínimo de cultura musical sabría citar a varios
tenores: Caruso, Gayarre, Pavarotti, Plácido Domingo, José Carreras, Alfredo
Kraus... e incluso a barítonos como Emilio Sagi Barba o Marcos Redondo. ¿Pero
cuántos bajos recordaría? Yo, lo reconozco, a ninguno.
Si embargo esto no es algo que importe a
Lotario, ya que lo único que en realidad le interesa es dar rienda suelta a su
vocación cantando para sí, y no para los demás, imbuido por un narcisismo en el
que, a diferencia del personaje mitológico enamorado de su figura, él lo está
de su portentosa voz y, en palabras del propio autor, sólo quiere oírse.
Porque la voz de Lotario es excepcional,
descomunal, lo que se convierte en un grave inconveniente al no encontrar
acomodo en ningún sitio viéndose obligado a ensayar en los lugares más
inverosímiles, lo cual le condena a dar rienda suelta a su afición en unas
condiciones casi de clandestinidad que le llevarán a unas situaciones insólitas
y sorprendentes hasta que pueda conseguir su propio auditorio privado.
Las segundas protagonistas son las
estatuas de Alcalá. Ya en 1976, hace casi cincuenta años, José César fue
galardonado con el primer premio en la modalidad de prosa de la sexta
convocatoria de los Premios Ciudad de Alcalá de Henares, convocados por el
Ayuntamiento. Fue con La noche de las
estatuas, un relato corto por exigencia de las bases en el que las cuatro
estatuas existentes entonces en la ciudad -Cervantes, Cisneros, San Ignacio de
Loyola y el busto del Empecinado- cobran vida y se ponen a debatir entre ellas
mientras pasean por las calles alcalaínas. A mi me pareció un relato no sólo
extremadamente original, sino además muy bien escrito.
Sin embargo no le faltaron críticas a
causa de su “falta de realismo”. Como si hiciera falta renunciar a la fantasía
cuando ya desde los mismos albores de la literatura ésta ha cabalgado sobre
muchas obras maestras de la literatura universal empezando por la Ilíada y la Odisea, las dos epopeyas inmortales de Homero. Luego vendrían otras
muchas como la Divina Comedia de
Dante; los ciclos artúricos de los que derivarían las novelas de caballerías
renacentistas, la ciencia ficción de su época; los Viajes de Gulliver de Swift, lamentablemente degradados a ñoños
cuentos infantiles cuando se trata de mordacidad en estado puro; Frankenstein de Mary Shelley, masacrada
por sus versiones cinematográficas; las Narraciones
extraordinarias de Poe; la surrealista Alicia
de Lewis Carroll apisonada en esta ocasión por Disney; Drácula de Bram Stoker, que compartió el mismo destino de
Frankenstein; el angustioso universo de Lovecraft; la inquietante Metamorfosis de Kafka; la maravillosa
-en todos los sentidos- mitología creada por Tolkien; los inimitables relatos
de Roald Dahl, ahora anatemizados por los neoinquisidores de la corrección
política...
Incluso en la literatura en español, pese
a su presunta fama de realista sin fisuras, también existen numerosos ejemplos
empezando por el propio Quijote, con episodios como el de la cueva de
Montesinos, el de Clavileño o el de la cabeza parlante de Barcelona. También del
Siglo de Oro son los Sueños de
Quevedo, El diablo cojuelo de Luis
Vélez de Guevara o una curiosa segunda parte apócrifa del Lazarillo, también anónima pero de otro autor diferente, en la que
Lázaro ya adulto naufraga en el mar pero en lugar de ahogarse se metamorfosea
en atún, viviendo unas sorprendentes aventuras en un reino submarino habitado
por estos peces, casándose con una atuna y teniendo hijos atunes. Si esto no es
fantasía...
Tenemos en fechas más cercanas las conocidas
Leyendas de Bécquer, e incluso a un
adalid del realismo como Galdós que en los últimos años de su vida se pasó a la
fantasía con armas y bagajes en los postreros Episodios Nacionales o en El
caballero encantado, donde por cierto elogia a Alcalá; a Valle Inclán y sus
Esperpentos; a Enrique Jardiel
Poncela, maestro del surrealismo y el humorismo; a Wenceslao Fernández Flores y
El bosque animado; a Jorge Luis
Borges y sus inimitables relatos como El
Aleph, El libro de arena y muchos
otros; el realismo mágico, también nacido allende el Atlántico, cultivado por
Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Alejo Carpentier y muchos
otros; José María Sánchez-Silva y Marcelino
pan y vino; Rafael Sánchez Ferlosio y Alfanhuí;
Gonzalo Torrente Ballester y La saga/fuga
de J. B.; Ana María Matute y Olvidado
rey Gudú... y de forma más esporádica Emilia Pardo Bazán, Vicente Blasco
Ibáñez, Leopoldo Alas Clarín, Juan Valera...
¿Y qué decir de las fábulas de Esopo, La
Fontaine y los españoles Iriarte y Samaniego, donde los animales hablan? ¿O de
los cuentos de Perrault y los hermanos Grimm, que antes de ser pasados por el
tamiz de la censura eran mucho más crudos e incisivos?
Tradición que yo reivindico en la que
entroncan con pleno derecho las estatuas redivivas de Alcalá imaginadas por José
César y ahora desarrolladas con mayor profundidad con incorporaciones como la
de Azaña, inexistente -e impensable- en 1976.
El tercer protagonista no es otro que la
propia Alcalá, transmutada literariamente en Santiuste siguiendo una tradición
literaria que previamente siguieran Clarín en Vetusta/Oviedo, Galdós en
Orbajosa/Sigüenza, Gabriel Miró en Oleza/Orihuela e incluso el propio Azaña camufla
el de Alcalá en Fresdeval.
Con independencia del nombre Alcalá es una
constante en la obra de un complutense -o santustino- militante como siempre ha
sido José César, cuya obra literaria rezuma Alcalá por todos los poros. Una
Alcalá que, lejos de ser un escenario o un decorado, aparece reflejada en Voz de bajo con vida propia en la plaza
de Cervantes, en los soportales de la calle Mayor, en las cúpulas de sus
numerosas iglesias, activas partícipes en la trama, en el Henares, tan cantado
por José César, en el cerro del Viso, en cuya meseta tendrá lugar un episodio
clave de la narración... sintiéndola palpitar el lector a través de la piel de
Lotario.
Todos estos elementos, que no son pocos, hábilmente
mezclados dan como resultado una novela difícil de leer en el buen, en el mejor
sentido de la palabra forzándote a hacerlo despacio, disfrutando a la par de su
argumento y del dominio del lenguaje del que hace gala una vez más su autor. En
resumen, una novela muy recomendable para leer.

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